13. Ritmos corporales

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Del mismo modo que otros especialistas en cinesis, el profesor William Condón ha investigado en base a
películas estudiando, analizando y buscando patrones. De sus estudios surgió un fenómeno sorprendente y
fascinante: en formas mínimas, el cuerpo del hombre baila continuamente al compás de su propio lenguaje. Cada
vez que una persona habla, los movimientos de sus manos y dedos, los cabeceos, los parpadeos, todos los
movimientos del cuerpo coinciden con este compás. Resulta interesante saber que este ritmo suele alterarse
cuándo se trata de casos patológicos o de daños cerebrales. Los esquizofrénicos, los niños autísticos, las
personas afectadas por el mal de Parkinson, epilepsia leve o afasias, y los tartamudos, están fuera de sincronía
consigo mismos. La mano izquierda puede seguir el ritmo del lenguaje mientras que la derecha está
completamente desfasada. El resultado, tanto en la vida real como en las películas, es una rara impresión de
torpeza, un sentimiento de que algo no está completamente bien en la forma en que se mueve el individuo.
"Después de haber pasado miles de horas mirando películas -narra Condón— comencé a encontrar la clave en
forma de visión periférica. El que escucha también se mueve al mismo tiempo que el relato del que habla.
Entonces empecé a examinar este hecho sistemáticamente, y éste fue el comienzo del estudio de la sincronía
interaccional."
La sincronía de interacción resulta difícil de creer hasta que no se la ve en películas, puesto que en la vida real
generalmente se produce en forma veloz y es demasiado sutil para ser captada. Sin embargo, en todos los filmes
analizados por Condón (cerca de un centenar), siempre se encontró presente la sincronía interaccional ya se
tratara de norteamericanos de clase media, de esquimales, o de bosquimanos del África. Se produce
continuamente cuando la gente está conversando. Aunque puede parecer que el que escucha está sentado
perfectamente quieto, el microanálisis revela que el parpadeo de los ojos o las aspiraciones del humo de la pipa,
están sincronizados con las palabras del que habla. Cuando dos personas conversan, están unidas no sólo por las palabras que se intercambian mutuamente sino por ese ritmo compartido. Es como si fueran llevados por una
misma corriente. Algunas veces aun durante intervalos de silencio, la gente se mueve simultáneamente, porque en
apariencia reacciona ante claves visuales en ausencia de otras verbales. Es posible realizar un pequeño
experimento para comprobar la sincronía interaccional, mediante una técnica muy simple: pídale a un amigo que
marque un ritmo con los dedos y luego comience a hablarle. Los repiquetees de él coincidirán inmediatamente con
los acentos o las divisiones silábicas de las palabras de usted. Los ritmos del lenguaje humano, aparentemente,
pueden ser tan irresistibles como los de un violento rock.
La sincronía interaccional es algo sutil, no es simplemente una imitación de los gestos —a pesar de que esto
sucede también algunas veces— sino que se trata de un ritmo compartido. La cabeza del que habla se mueve
hacia la derecha y exactamente en ese momento el oyente levanta una mano. En el mismo instante en que se
invierte el movimiento de la cabeza, la mano cambia de dirección. Si la cabeza se apresura, también lo hace la
mano y quizás el pie o la otra mano se adaptan al ritmo.
Naturalmente uno se pregunta qué propósito puede tener la sincronía interaccional puesto que la gente casi
nunca está enterada de que ella existe. Condón considera que es el basamento sobre el que está edificada la
comunicación humana y que sin ella la comunicación sería completamente imposible. Sirve para indicar a la
persona que habla que el oyente lo está escuchando realmente. Si el oyente se distrae, la sincronía fallará o
desaparecerá por completo. Condón posee una película de dos psiquiatras conversando y moviéndose al mismo
ritmo. Luego de un tiempo, aparecen en escena otras dos personas; los psiquiatras interrumpen su diálogo para
conversar con los recién llegados. En el instante en que comienzan a prestar atención a nuevas conversaciones,
se quiebra la sincronía mutua. Unos minutos después, cuando los psiquiatras retoman la conversación original,
entre ellos vuelve a aparecer el ritmo primitivo.
La sincronía interaccional es variable. Algunas veces está presente sólo de manera muy leve y otras se nota en
forma más acentuada. Dos personas que están sentadas pueden mover solamente sus cabezas al compás; luego
pueden agregar movimientos de pies o de manos, hasta que finalmente parecen acompañarse con todo el cuerpo.
La experiencia interna en un momento así es un sentimiento de gran armonía, de que realmente uno llega a
comunicarse con la otra persona —a pesar de que la conversación puede parecer enteramente trivial—. Por lo
tanto en un nivel subliminal, la sincronía interaccional expresa variaciones sutiles aunque muy importantes en una
relación.
Condón trabajó ocho largos y penosos años para aprender todo lo que sabe sobre esta sincronía. Durante todo
este tiempo, su laboratorio ha estado en el Instituto Psiquiátrico y Clínico del Oeste en Pittsburgh (Western
Psychiatric Institute and Clinic, WPIC), donde es profesor e investigador asociado de comunicación humana.
Me previno, cuando lo entrevisté, de que sus estudios todavía deben ser considerados "tentativos". Poseen la
misma validez que las observaciones que Konrad Lorenz realizara sobre animales salvajes. Condón ha
corroborado sus descubrimientos en más de cien películas, y otras personas que las han visto también han
descubierto la existencia de la sincronía. Pero las pruebas todavía no están reflejadas en términos experimentales
o en estadísticas.
Condón me mostró una serie de estas películas en una habitación algo más grande que un placard. La primera
era sobre una conversación filmada entre un hombre blanco y un negro, que no se conocían entre sí; habían sido
llevados al laboratorio WPIC y se les pidió que se sentaran y conversaran para obtener datos acerca de la
comunicación humana. Ambos hombres, bien vestidos, se sentaron uno frente a otro. El negro era joven: un
estudiante. El blanco era algo mayor. Echándose hacia atrás en el asiento comenzaron a discutir amablemente
acerca de los posibles beneficios de una educación universitaria. El estudiante estaba a favor de ella, en
contraposición con el blanco que defendía la tesis de la especialización laboral.
Condón me mostró la película mediante un proyector manual, pasando una vez tras otra los mismos cuadros. En
cámara lenta, el sonido era semejante al del Pato Donald; otras veces se parecía al silbar del viento o al grito de
las focas. Pero la cadencia era siempre clara, aunque las palabras no lo fueran. En forma gradual comencé a notar
que cada uno de los hombres tenía su propio ritmo de moverse al hablar; luego, repentinamente y por el rabillo del
ojo, capté que realmente lo hacían al mismo compás. El hombre blanco hablaba, y a pesar de que el negro
permanecía aparentemente inmóvil, cada vez que se movía lo hacía coincidiendo con alguna acentuación en las
palabras de la frase que estaba pronunciando su interlocutor.
Condón me explicó que, como en esta primera parte del filme ambos personajes estaban intercambiando ideas,
no había mucha sincronía. Divorciados de las palabras, los gestos parecían algo agresivos al señalar, enfatizar y
cortar el aire. El blanco se contradijo: "Yo quiero... yo no quiero..." y pude notar que su cabeza se movía hacia
atrás, mientras enseñaba los dientes y levantaba las cejas; luego en un gesto enfático, parecido a una bofetada,
golpeó el aire.
Inmediatamente el hombre negro se enderezó en su asiento. A partir de ese momento, el tono del encuentro fue
totalmente diferente. Donde antes había una sincronía esporádica, ahora ambos hombres se movían juntos al ritmo
de sus frases, de sus palabras y hasta de las sílabas, en una danza creciente e intrincada. Se notaba un complejo
juego de manos. Luego de una pausa, uno de los dos comenzó a hablar, y el otro mediante un movimiento de su cuerpo retomó la conversación al compás en el momento preciso. El estudiante buscó la pipa en su bolsillo y el
ritmo del gesto fue tan claro como "da-da-da-dum", y reflejó de manera igualmente clara las palabras del otro.
La primera parte de la película, según Condón, refleja una lucha de dominio-sumisión. Es difícil precisar qué fue
lo que pasó exactamente en el momento de la bofetada pero, indudablemente, algo cambió. Tal vez este solo y
enérgico gesto dirimió la cuestión del dominio.
Luego Condón pasó otro grupo de películas cortas, esta vez mostrando a la etóloga Jane Goodall acompañada
por un par de chimpancés salvajes. En cuclillas, Jane trata de arrebatar un cacho de bananas a uno de los monos.
Éste echa hacia atrás la cabeza, mostrando los dientes y procura darle una bofetada de manera muy semejante a
la escena filmada entre los dos hombres.
Volviendo a la película anterior, Condón me señaló algunas sutiles diferencias culturales en la manera en que
emplean el cuerpo los blancos y los negros. Cada vez que un blanco movía simultáneamente la cabeza y las
manos, estos se sacudían al mismo compás. En el negro, algunas veces se notaban síncopas: las manos se
movían algo más rápido pero no obstante guardaban relación con el movimiento de la cabeza. En un momento
dado; una de las manos del estudiante se movía casi al doble de velocidad que la otra. Esto resulta prácticamente
imposible para los blancos, me explicó Condón, aun cuando se empeñen en hacerlo. Cuando blancos y negros se
reúnen, tienen menos inconvenientes si cada uno trata de acomodarse a las sutiles diferencias de los movimientos
corporales del otro.
Los investigadores están comenzando a probar que los negros norteamericanos y los blancos se mueven
realmente en forma diferente. Los negros, en general, son más rápidos, más sutiles y más sensibles a matices
no-verbales. Parece ser que muchas veces transmiten numerosos mensajes mediante movimientos mínimos de
los hombros, de las manos o de los dedos. Varios investigadores han señalado que también pueden existir
importantes diferencias en el comportamiento visual. Entre las familias de origen pobre, la gente se mira menos
directamente a los ojos que entre las familias blancas de clase media. Esto explicaría el hecho de que al
encontrarse los negros con los blancos, los primeros se sienten observados en forma impertinente, mientras que
los segundos notan que los negros tratan de evitar sus miradas. Las diferencias en los movimientos corporales,
por cierto, no causan prejuicios; sin embargo, no contribuyen a una mejor comprensión interracial.
Paul Byers, antropólogo de la Universidad de Columbia, me había mostrado antes una película filmada en un
jardín de infantes. En ella, durante una secuencia de diez minutos, una niñita negra había tratado de captar la
mirada de la maestra blanca, unas treinta y cinco veces, contadas una por una, y sólo lo consiguió cuatro veces.
En el mismo lapso, una criatura blanca logró hacerlo ocho veces en sólo catorce intentos, pese a que no se trataba
de un caso de favoritismo. El análisis demostró que la oportunidad de la niña blanca era simplemente más
adecuada; la niñita negra, continuaba mirando fijamente a su maestra, aun cuando ésta estuviera ocupada
ayudando a otro niño, mientras que la blanca esperaba la oportunidad más favorable para hacerlo. Una y otra vez,
en este filme, la maestra trataba de acercarse a la niña negra, pero cada intento se transformaba en una especie
de fracaso, ya sea porque la maestra dudaba a último momento, como si no estuviera segura de que su contacto
sería bien recibido, o porque la criatura mediante un gracioso y casi invisible gesto de hombros, trataba de
escabullírsele de la mano. Byers considera que el filme demuestra no un prejuicio, sino problemas en la
interpretación de los movimientos corporales.
La tercera película que me mostró Condón era un ejemplo de sincronía perfecta. Un hombre y una mujer, el
empleador y la aspirante a un puesto, sentados frente a frente en una secuencia que a velocidad normal mostraba
una abundante variación de posiciones. Al principio el hombre cruzaba y descruzaba las piernas y la mujer estaba
inquieta en su asiento. Pero al volver a pasar la película cuadro por cuadro, se notó claramente la sincronía. En un
mismo cuadro, ambos se inclinaban hacia adelante, se interrumpían exactamente en el mismo momento,
levantaban la cabeza y luego se echaban hacia atrás en los asientos, volviendo a quedar inmóviles nuevamente.
Se parecía mucho a la danza del galanteo de algunas aves. Según una de las analogías favoritas de Condón era
como una exhibición de marionetas suspendidas en el aire por el mismo juego de hilos. Condón me explicó que
este tipo de sincronía amplificada se produce a menudo entre macho y hembra. Durante el galanteo entre el
hombre y la mujer es una de las numerosas maneras de manifestar mutuo agrado sin emitir palabra alguna.
Los hombres y las mujeres poseen distintos estilos de sincronía, añade Condón. En los encuentros entre hombre-
hombre que ha estudiado hasta ahora, el rebote y el ritmo son completamente diferentes de los que se observan
entre hombres y mujeres. Los movimientos son más moderados entre hombres, y éstos suelen emplear las manos
con mayor frecuencia; la proporción del cuerpo que está involucrada en el movimiento no es tanta y el ritmo no se
entrelaza tan estrechamente.
"Parecería ser que la vida humana está profundamente integrada al movimiento rítmico compartido que la
circunda", ha escrito Condón. El bebé dentro del vientre de la madre se mueve mediante los movimientos de ésta.
Después del nacimiento, el movimiento compartido y el ritmo continúan...
La cinesis ha demostrado a Condón que los bebés también poseen una sincronía propia. A pesar de que sus
movimientos parecen casuales y entrecortados, todas las partes de su cuerpo responden a un mismo compás. A
los tres meses y medio y posiblemente antes, el bebé se mueve al ritmo de las palabras de su madre.

El lenguaje de los gestos. Flora DavisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora