Al nacer una criatura lo primero que todos preguntan es su sexo. En los primeros días de su vida, la diferencia
puede parecer puramente anatómica; pero a medida que el niño crece, comienza a comportarse como varón o
mujer. Existe una controversia respecto a si la diferencia en el comportamiento se debe puramente a razones
biológicas o a una actitud aprendida. Algunas feministas insisten en que las diferencias de comportamiento son
exclusivamente aprendidas y que, dejando de lado las particularidades físicas, las mujeres y los hombres son
iguales. Otras personas opinan que los hombres son hombres y que las mujeres son mujeres, y que por razones
biológicas, ambos sexos son, se comportan y se mueven en forma totalmente distinta. Los especialistas en cinesis
han aportado numerosas evidencias que parecen apoyar a las feministas.
Desde el momento en que nace un bebé, le hacemos saber, de mil maneras sutiles y no verbales, que es un
varón o una niña. La mayoría de las personas sostiene en brazos a las niñas y a los varones en forma diferente. En
nuestra sociedad y aun a muy tierna edad, los varones suelen estar sujetos a un trato más brusco.
Cada vez que un niño actúa en la forma que concuerda con nuestras convicciones respecto de cómo debe
proceder un varón, halagamos su comportamiento. Este halago puede ser algo tan sutil como la inflexión del tono
de la voz o la fugaz expresión de aprobación en el rostro; también puede ser verbal y específico (indulgente: "Así
hacen los varones...").
De igual manera halagamos a las niñas cuando muestran gestos eminentemente femeninos. Podremos no retar a
los varones por querer jugar a las muñecas, pero rara vez los alentamos para que lo hagan. Tal vez la total
ausencia de respuesta —la falta de vibraciones positivas— le haga saber al niño que está haciendo algo que los
varones no deben hacer.
Es cierto que en algún nivel subliminal también se puede llegar a aprobar o desaprobar un comportamiento más
sutil, ya que para determinada altura de su desarrollo los varones comienzan a moverse y desenvolverse como
varones mientras que las niñas lo hacen como mujeres. Estas maneras de moverse son más adquiridas que
innatas y varían entre una cultura y otra. Por citar sólo un ejemplo, los gestos de las manos que para nosotros son
femeninos, o en un hombre afeminados se consideran naturales en muchos países del Medio Oriente; donde tanto
los hombres como las mujeres mueven las manos en igual forma.
Es muy poco lo que se sabe hasta ahora acerca del modo en que los niños toman conciencia de sus
características genéricas, o de la edad en que comienzan a hacer uso de ellas. Hay indicios de que en el Sur de
los Estados Unidos dicha toma de conciencia se produce alrededor de los cuatro años y algo más tarde en el
Noreste. Por lo tanto, podría decirse que la edad depende de las diferentes subculturas regionales. Si nos
detenemos a observar la forma en que se mantiene la pelvis, veremos que las mujeres la inclinan hacia adelante,
mientras que los varones la echan hacia atrás. El ángulo pelviano comienza a ser empleado como característica
sexual, sólo cuando el individuo llega al punto de estar capacitado para cortejar a su pareja —lo que no significa
que pretenda copular—. El ángulo pelviano responde a ese cambio total y confuso que se produce en la
adolescencia, cuando se deja atrás la niñez y los varones parecen repentinamente interesados en las niñas y
viceversa.
Las adolescentes deben aprender nuevos movimientos corporales que resultan interesantes por cuanto revelan
la forma en que se enseña el código no-verbal. La niña podrá desarrollar rápidamente en la pubertad senos
similares a la mujer adulta. Pero luego deberá aprender qué hacer con ellos. ¿Encorvarse y tratar de ocultarlos?¿Echarlos hacia adelante en forma provocativa? Nadie la aconsejará claramente. Su madre no le dirá: "Mira, trata
de levantar tus pechos un par de pulgadas y pon un poco más de tensión en tus hombros. No seas demasiado
provocativa, pero tampoco te ocultes del todo."
Sin embargo, al verla encorvada, le dirá fastidiada: "arregla tu cabello". Si se excede hacia el otro extremo le dirá
que su vestido es demasiado ajustado o simplemente que parece una mujerzuela.
Estas experiencias acerca de los movimientos corporales son más directas que las de los niños más pequeños.
En 1935, la antropóloga Margaret Mead señaló por primera vez en su libro Sex and Temperament in Three
Primitive Societies que muchas de las premisas que damos por sentadas acerca de lo que es masculinidad o
femineidad provienen de la cultura. Dentro de un perímetro de tan solo cien millas, la doctora Mead encontró tres
tribus muy diferentes: en una de ellas, ambos sexos eran bravíos y agresivos; en otra, ambos eran suaves y se
dedicaban a cuidar los hijos, y en una tercera, en la que los hombres tenían aspecto femenino, se enrulaban el
cabello y se encargaban de hacer las compras, las mujeres eran "enérgicas, ejecutivas y desprovistas totalmente
de adornos superfluos". La doctora Mead cree que, efectivamente existen diferencias sexuales, pero que las
tendencias básicas pueden ser alteradas por las costumbres. Señala, en síntesis, que "la cultura humana puede
impartir patrones de conducta consecuentes o no consecuentes con el género del individuo".
El antropólogo Ray Birdwhistell se refiere a Sex and Temperament como "uno de los trabajos más importantes
jamás realizados en antropología". Si no produjo cambios más notables en nuestra manera de pensar acerca de lo
que es femenino y masculino, dice, ha sido porque resultó demasiado alarmante para aquellas personas que creen
—y la mayoría continúa haciéndolo— que los aspectos sexuales de la personalidad se refieren exclusivamente a
las hormonas.
El profesor Birdwhistell es el padre de esta nueva ciencia llamada cinesis. Su trabajo sobre las características
genéricas han demostrado que los movimientos corporales masculinos y femeninos no están programados
biológicamente, sino que se adquieren a través de la cultura y se aprenden en la niñez. Sus conclusiones son
consecuencia de innumerables años de analizar películas realizadas en un laboratorio especialmente equipado de
la ciudad de Filadelfia.
Los norteamericanos son muy conscientes acerca del sexo y del movimiento corporal. Por ejemplo, si
observamos a un inglés o a un latino que cruza las piernas, podemos llegar a sentirnos incómodos. A pesar de que
no podríamos definir exactamente por qué, ese gesto puede parecemos afeminado. Sólo algunos de nosotros
somos plenamente conscientes de que el hombre norteamericano generalmente cruza las piernas separando
levemente las rodillas o tal vez poniendo un tobillo sobre la otra rodilla; por el contrario, los ingleses y los latinos
suelen mantener las piernas más o menos paralelas, de la misma manera que lo hacen las mujeres en
Norteamérica..
Éstos no son solamente convencionalismos, son prejuicios corporales. A un norteamericano le bastará tratar de
adoptar la postura que corresponde a la mujer cuando envía señales genéricas, para darse cuenta de cuan
incómodo se siente: las piernas juntas, la pelvis inclinada hacia adelante y arriba, los brazos apretados contra el
cuerpo y moviéndolos al caminar, los codos hacia abajo. A su vez, una norteamericana se sentirá incómoda al
tratar de adoptar una posición masculina: los muslos algo separados —alrededor de diez a quince grados— y la
pelvis echada hacia atrás; los brazos separados del cuerpo y balanceándolos desde los hombros. Estas diferencias
no provienen de la anatomía —como podrían ser las caderas más anchas en las mujeres— porque si así fuera,
sería universal. Los hombres de Europa Oriental caminan manteniendo las piernas muy próximas entre sí y en el
Lejano Oriente suelen llevar los brazos apretados contra la parte superior del cuerpo y cualquier balanceo
comenzará recién debajo del codo.
Aun nuestra forma de parpadear está encasillada culturalmente como un signo genérico. Para un
norteamericano, un parpadeo rápido resulta masculino. Un hombre que cierra los ojos lentamente y permite que
permanezcan cerrados un instante, mientras se mueven bajo los párpados, nos dará la impresión de ser afeminado
o un seductor potencial, a no ser que presente algún problema especial o tenga mucho sueño. Sin embargo, ésta
es la forma normal en que los hombres de los países árabes cierran los ojos.
¿Los seres humanos emiten señales genéricas constantemente o tan solo algunas veces? Obviamente, los
norteamericanos no están siempre de pie con los muslos separados entre diez y quince grados, y la pelvis echada
hacia atrás. Las señales se enfatizan en algunas situaciones y se disminuyen en otras. Tampoco representan
necesariamente un síntoma de atracción sexual. Es cierto que con frecuencia constituyen un instrumento en el acto
de cortejar a la pareja, pero también pueden aparecer en otras situaciones. En la vida diaria de relación entre el
hombre y la mujer hay muchos síntomas genéricos, por ejemplo, cuál de ellos lava los platos; o en el
comportamiento en público, cuál debe pasar por una puerta en primer término; en todas estas pequeñas
situaciones, la atracción sexual es totalmente irrelevante.
Resulta evidente que los norteamericanos no son los únicos en diferenciar los distintos tipos de movimientos que
hacen los hombres y las mujeres. Birdwhistell ha estudiado las señales genéricas en siete culturas totalmente
diferentes —la Kutenai, la Hopi, la clase alta francesa, la clase alta y la 'clase trabajadora inglesa, los libaneses y la
china Hokka— y en cada una de ellas ha descubierto que la gente puede señalar fácilmente algunos gestos como puramente "masculinos" o "femeninos", pero que en base a estos gestos puede distinguirse mujeres masculinas u
hombres feminoides. Es obvio que las señales genéricas se han desarrollado en éstas, y tal vez en todas las
culturas, como respuesta a una necesidad básica del ser humano: la capacidad de distinguir a los hombres de las
mujeres.
En algunas especies de animales, el macho y la hembra se parecen tanto, que resulta extraordinario que ellos
mismos puedan notar la diferencia. El fenómeno se conoce con el nombre de unimorfismo y dos seres humanos
son más unimórficos de lo que pudiera creerse. Si nos detenemos a observar cualquiera de las características
sexuales secundarias —tamaño de los senos, forma del cuerpo, distribución del vello, tono de voz, etc.—
encontramos una variada gama de superposiciones entre los seres humanos. Existen mujeres de senos pequeños
y hombres que los tienen más desarrollados; mujeres que tienen barba y hombres lampiños; mujeres con voz de
contralto y hombres con voz de contratenor. Los seres humanos no establecen la diferencia entre el hombre y la
mujer solamente por una característica sexual visible, sino por la suma de todas ellas, agregado al hecho de que
los hombres y las mujeres se mueven de manera enteramente distinta. Los convencionalismos nos ayudan
mediante la manera de vestir o el modo de usar el cabello. El hecho de que los hombres y las mujeres se vistan de
manera distinta sugeriría que necesitamos cierta ayuda. Sin embargo, la moda cambia rápidamente y las señales
genéricas no. Por lo tanto funcionan como características sexuales terciarias; respaldan a las características
secundarias y de este modo hacen que la vida sea algo menos complicada.
En base a sus estudios sobre el género, Birdwhistell refuta diversas teorías populares acerca de la sexualidad
humana. Por ejemplo: mucha gente piensa que puede identificar a un homosexual por su aspecto —es decir, por
su manera de moverse y su postura—. Sin embargo, especialistas en cinesis no han podido hallar ninguna
particularidad, femenina o masculina, que sea por sí misma una indicación de homosexualidad o heterosexualidad.
Puesto que no existen movimientos femeninos innatos, resulta obvio que los homosexuales no pueden moverse de
manera "femenina". Un homosexual puede irradiar señales que indiquen que desea ser reconocido como tal, pero
en algunos casos, un hombre puede valerse de gestos femeninos simplemente para librarse de la compañía de las
mujeres, por cualquier razón y encuentra de este modo la forma sutil y efectiva de conseguirlo. Por otra parte, el
hombre que emite señales sexuales muy enfáticamente también logra alejar a las mujeres. Si emite sus señales en
una situación inadecuada —por ejemplo, cuando una mujer está en presencia de su esposo—, es imposible que
ella le corresponda sin sentir disminuida su condición de mujer.
Entre las mujeres suele suceder que las que parecen más sensuales y extremadamente femeninas, son con
frecuencia las que responden en forma menos vehemente ante cualquier aproximación directa y personal.
Birdwhistell establece una diferencia entre la mujer sexy y la sensual; esta discrepancia es bastante fácil de
observar en cualquier reunión. La mujer sensual comienza la noche mirando desde lejos y asume un aspecto
desinteresado; pero cuando habla con un hombre que le gusta, todo su rostro y hasta la postura de su cuerpo
cambia. El hombre que llegue a percibir este hecho podrá sentir que, de alguna manera misteriosa, contribuyó a
que ella sea más hermosa.
La mujer sexy, por otra parte, es la que usa grandes escotes y está rodeada de hombres. Pero los hombres que
la rodean están allí porque, en realidad, no les gustan las mujeres y consideran que ése es el lugar más seguro de
la reunión. La mujer sexy está tan ocupada emitiendo la señal de "soy, mujer... soy mujer. . . soy mujer. . ." que no
exige nada del hombre que está a su lado, excepto su total atención; por lo demás está tan compenetrada en el
desempeño de su papel, que no tiene ningún interés real en sus ocasionales compañeros. En el fondo es una
figura trágica. Probablemente la pequeña aprendió a ser una niñita dulce y condescendiente, para agradar a sus
padres, que gozaban luciéndose con ella; al mismo tiempo esto le enseñó que con frecuencia, las personas se
tratan mutuamente como posesiones. A medida que creció, comenzaron a abordarla hombres que en el fondo no
gustaban de las mujeres. Usaban su compañía simplemente para probar su hombría, haciendo de ella lo que las
feministas llaman "un objeto sexual". Al final se transforma en una mujer frágil y ansiosa, que presenta una imagen
muy simple de sí misma y ofrece solamente su mercadería. Probablemente dice: "Los hombres sólo están
interesados en una cosa. . ." Pero en realidad es ella la que no tiene nada más que ofrecer. Nunca aprendió a
responder o intercambiar sentimientos con otro ser humano.
"La comunicación" —dijo Birdwhistell— "no es como una emisora; y una receptora. Es una negociación entre dos
personas, un acto creativo. No se mide por el hecho de que el otro entiende exactamente lo que uno dice, sino
porque él también contribuye con su parte; ambos participan en la acción. Luego, cuando se comunican realmente,
estarán actuando e interactuando en un sistema hermosamente integrado".
Éste es el quid de las señales genéricas. Son un intercambio básico y sensitivo entre las personas; una
manera de afirmar la propia identidad sexual y al mismo tiempo responder a los otros.
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El lenguaje de los gestos. Flora Davis
De TodoHe querido introducir este gran libro en la comunidad lectora, es un libro esencial para aquellos que quieran saber más acerca de la psicología Flora Davis, la autora de este libro, nos transmite todos sus conocimientos adquiridos de la investigació...