La fuerza del mascarón

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–¡Vela a la vista! ¡A estribor!

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–¡Vela a la vista! ¡A estribor!

El infeccioso grito del vigía contagió de actividad la cubierta. El capitán empezó a restallar órdenes.

Yo, tutor de mascarones y gobernante del bauprés, nada más oír al vigía salté al viento del botalón para liberar las cinchas del foque. Mientras lo hacía mi mirada danzaba sobre los tres ajados mascarones de la 'Orgullo de Ashrae'. La superficie del maestro, incrustado bajo el mástil, apenas conservaba ya la capa de oro y esmeralda originales. Pero todavía imponía: clavaba su miraba ceñuda en el horizonte, desafiante. Sus voluminosos brazos prometían fuerza sobrehumana. Le flanqueaban los custodios, dos figuras de menor tamaño pero aspecto igual de impresionante. Por ellos ingresé en el templo, sufrí la iniciación y me tatuaron un corazón en el puño. Por ellos me enrolé: por los bellos y temibles mascarones de la Marina de Ashrae.

El viejo ladraba ordenando izar todo el paño.

–¿Qué sucede, Lork?

Mi compañero Lork tenía esa bendita habilidad de enterarse de todo cuanto ocurría a bordo, ya sucediera en la más profunda sentina o en el más alto de los mástiles.

– Esto no me gusta nada, Gus. Esa vela no enarbola estandarte alguno... y ha virado directo hacia nosotros.

Una nave sin bandera. Piratas.

–¡Larguen velas, caballeros!

Con el foque les libre ordené a Lork y sus compañeros que lo izaran. Similar operación sucedía por todo el barco: la nave saltó catapultada. El súbito empujón me tomó a contrapié, haciéndome caer. Sólo la red del chinchorro me libró del chapuzón.

–¡Más velocidad! –bramaba el viejo. Desde mi posición divisaba los árboles con su velamen desplegado al completo. Miré a estribor, al otro buque: pequeño y ligero, nos alcanzaría sin dificultad.

Escuché un chapoteo a babor, luego otro, y otro. Soltábamos cargamento. El capitán debía haber visto en ese buque algo malo, muy malo, tanto como para tirar dinero por la borda.

–¡Señores: más velocidad!

El nerviosismo afilaba la voz del viejo. Llevaba cinco meses en el Orgullo y hubiera jurado que por las venas del capitán corría hielo. Ahora parecía una moza histérica.

–¡Los remos, preparen los remos!

»¡Gustaf! ¡Los mascarones!

Al fin se cumpliría mi sueño infantil: reviviría mascarones. Un mono no hubiera trepado por el bauprés más rápido que yo. Cuando pisé cubierta el viejo ya corría hacia mí.

–¡Venga, activémoslos! –en su aliento la furia apenas soterraba al pavor. Obedecí. Descubrí mi medallón de Thxotugá, señor del movimiento, y lo tendí hacia el viejo. Éste lo juntó a su emblema de Zuhlhu, guardián del océano. Sus poderes, unidos al anillo de Voluntad del capitán, obraron el milagro: la energía fluyo hasta mi puño activando la marca de vida. Mi mano estalló en un fuego que no quemaba. Me tendí sobre la cubierta y acaricié el pecho del mascarón maestro. Unos crujidos anunciaron el portento: los colosos salían de sus nichos. Quedaron quietos aguardando órdenes. Mis órdenes.

–A los remos –dije. Los mascarones caminaron hacia los seis desproporcionados remos que la tripulación ya había dispuesto.

–¡Bogad! ¡BOGAD!

Yo bramaba como un segundo viejo: todo capitán antes de ascender debe trabajar como tutor. Pero no todos los tutores llegan a capitán.

Nuestro Orgullo volaba gracias al viento y al empuje de los mascarones. Mientras tanto el capitán vigilaba en silencio al buque pirata. Ganábamos distancia. Sí, escaparíamos. El tiempo transcurrió mientras los colosos remaban impertérritos. Al fin el viejo sonrió: el peligro había pasado.

–Devuélvales, Gustaf.

–Parad. Regresad a los nichos.

Los titanes obedecieron soltando los remos. Ya caminaban de regreso a sus sitios cuando de improviso el mascarón principal se detuvo: había regresado a su estado natural de estatua. Los escoltas le secundaron, obedientes. El capitán me miró, pálido. Le devolví el gesto consciente de mi lividez. Nos acercamos al maestro y unimos los amuletos: por segunda vez llamas místicas envolvieron mi puño. Toqué el pecho del mascarón, pero éste no respondió. Insistí, golpeando con fuerza ese pecho de madera mística. No se movía. Pero debía hacerlo.

Debía hacerlo.

Apenas sentí las manos del capitán tendiéndome sobre la cubierta.

Yo miraba al mascarón. Seguía parado.

Tampoco vi el resplandor del cuchillo alzándose, letal.

No se movía. Nada.

La hoja se hundió en mi pecho. Hurgó. Sajó.

Mascarón. Quieto. Vergü...

***

Con gesto apesadumbrado el capitán extrajo el corazón de Gustaf y lo claveteó sobre el pecho del maestro: los mascarones despertaron.

–Regresad.

Los colosos avanzaron crujiendo maderas.

Gustaf había fallado: no pudo insuflarles vida. 'Un tutor posee dos corazones: puede regalar dos vidas', rezaba el dicho.

-:- FIN -:-

Tenéis más información de este relato en mi web:

http://juanfvaldivia.wordpress.com/2013/11/27/acerca-de-la-fuerza-de-mascaron/

Imagen:

    https://www.flickr.com/photos/gargolat/4633901903/

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