No hay hola.
En un primer momento creé, y descubrí que al crear disfrutaba. Así, durante un tiempo creé y crecí con mis creaciones.
Luego me vi obligado a afrontar un precipicio. Me arrastraron hasta su borde y asomé el vértigo provocado al contemplar el vacío. Y sin quererlo sucedió: no sólo me encontré asomado al abismo sino que arrojado en él.
La prisión, inmerso en esa negrura, duró casi diez años. Diez años sin poder crear, aplastado por una nulidad vacua y fría. Convertido en una sombra, deambulé sin rumbo y sin poder escapar del pozo.
Hasta que sucedió.
De la manera más inesperada, un día alcé la cabeza y vi sobre mí una soga. ¿Se trataba de una indirecta para ahorcarme? No, sino más bien todo lo contrario. Agarré la cuerda con una mano, luego con otra. Comprobé su resistencia. Sí, parecía que podía soportar mi peso. Así que alcé primero un brazo y obligué a mis músculos a trabajar. Esperaba notar cómo todo mi cuerpo gemía: al fin y al cabo llevaba años sin hacer el menor esfuerzo. Pero para mi sorpresa no resulto muy doloroso. Así que me aferré a la cuerda y elevé el otro brazo. Así, sin haberlo pensado dos veces, empecé a subir.
Costaba, costaba mucho. No dolía, pero el esfuerzo estaba ahí. Mis músculos se quejaban, si bien lo hacían con más expectación que timidez: ellos mismos se anticipaban a lo que podía suceder.
Volver a crear. Notaba cómo la droga de la creación regresaba a mis venas. Y me gustaba. Oh, sí, me gustaba.
Una mano siguió a la otra. Arriba, siempre arriba. Ascender. Poco a poco pero sin pausa. No podía dejar que los músculos volvieran en entumecerse. Aunque ¿acaso lo deseaban ellos? Por la manera que me mordía el dolor, con su poso agridulce, sabía que no. Querían más: crear más.
Al cabo de un tiempo —trepando, siempre trepando— giré la cabeza y miré abajo: la negrura anónima no me devolvió la mirada sino un simple y colosal bostezo de indiferencia. Allí abajo no se me echaba de menos.
La oscuridad me envolvía densa, pegajosa.
Seguí escalando por la cuerda. Lo hacía sin ver luz alguna sobre mi cabeza, pero no me importaba. El mero hecho de esforzarme, de desentumecer los músculos y obligarme a subir, bastaba para teñir con una ligerísima luz mi abismo personal.
Brazada a brazada me encontré de nuevo haciendo lo que siempre me ha gustado más: crear mundos. Brazada a brazada continué trepando por esa cuerda. Redactar piezas ínfimas pero delicadas, cuidadas al detalle. Brazada a brazada —mes a mes— las arranqué de mi subconsciente, las tallé, las pulí a acabé por hacerlas brillar en la soledad de mi escalada. Las conjuraba y las veía partir cuerda arriba, visiones fugaces y resplandecientes en el seno de aquel abismo personal.
Los meses se acumularon unos sobre otros. En mi ascenso y sin pretenderlo encontré alguna otra cuerda que sirvió para reforzar la inicial. Pero esa primera soga, incluso con sus épocas de desamor, siempre estuvo allí. La cuerda tenía, y tiene, un nombre: Literautas. En concreto su taller de creación literaria. Cada brazada consistía en un nuevo relato pergeñado y mostrado a la comunidad. Así (ascendiendo, ascendiendo) pasó el tiempo. Cuando quise darme cuenta ya habían pasado años. Aquí recopilo los frutos de los tres primeros, aquellos creados en la primera etapa del taller, más íntima, más dedicada, más personal.
Esta humilde recopilación de microcuentos (y de algo más que no son micros) va dedicada a ellos, a la gente de Literautas.
Aún estoy inmerso en mi negrura particular, pero la cuerda sigue ahí.
No hay adiós.
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Visiones fugaces
FantasyEn VISIONES FUGACES encontrarás una recopilación de microcuentos de fantasía, en su mayoría con toques oscuros, de terror y de horror. He aquí algunas de ellas: -Un buque mercante que debe huir de piratas. -Un conquistador se ve obligado a recurrir...