El delicioso aroma de la carne quemada

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La victoria huele mejor acompañada del aroma de la carne humana ardiendo

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La victoria huele mejor acompañada del aroma de la carne humana ardiendo. Tarik, el usurpador, adoraba esa imagen y la llevaba a la práctica siempre que podía. El cuerpo de Saallu, hasta escasos momentos atrás sátrapa de Alradaán, ya se derretía sobre el mármol cuando Tarik entró en el harén. Lo más complicado de la conquista ya había acabado. Ahora sólo restaba eliminar la competencia al trono. Ordenó a su guardia que se quedara fuera de los aposentos reales y, con el fogueador en sus manos todavía goteando perlas incandescentes, abrió las puertas. Le gustaba acabar él los trabajos.

–¿Dónde estás, bruja triple?

Pero Tarik no tuvo que buscar mucho: para su sorpresa las tres concubinas de Saallu le aguardaban en el centro del recibidor, desnudas y expectantes. Había visto cuadros de las tres mujeres, pero olía bien palidecía ante su presencia. Recostadas sobre sus vientres hipertrofiados, de cuyos extremos rezumaba un icor dulce, las brujas le observaban con calma. Parecían hormigas, hormigas humanas. Una de ellas tenía la mitad derecha de su cuerpo recubierta de horrible tejido cicatricial, pero el otro poseía una belleza casi dolorosa. Hermosura y nausea alteraban sus posiciones en la gemela especular: diestra arrebatadora, siniestra pavorosa. Pero la tercera hermana... toda ella era piel arrasada y pústulas. Sólo sus ojos, tan verdes e intensos como los de sus hermanas, poseían un atisbo de belleza.

–Nos ofrecemos a ti, mi señor.

–Os repudio, brujas. Y a vuestros úteros, y la estirpe que han engendrado. ¿Dónde están los niños?

Tres manos indicaron hacia una puerta a sus espaldas.

–En las aulas, aprendiendo una última lección. Y puede que llevándola a la práctica ahora mismo, señor.

–¿Lecciones? Aquí sólo las doy yo –sonrió Tarik, y activó el fogueador. Una manta de llamas líquidas cubrió a las mujeres. Cuando el usurpador salió del recibidor los tres cuerpos se derretían llenando el cuarto de ese hedor que Tarik amaba. Ninguna de ellas profirió el menor gemido, grito o llanto. Recibían la ejecución con dignidad y entereza propias de quien conoce su destino de antemano.

Tarik recorrió el harén hasta dar con la salida que llevaba a la zona de formación de los herederos. Un patio amplio y luminoso rodeaba al colegio. En la explanada no se vía ni un alma, sólo una gran montaña de desechos humeantes a un lado del edificio.

–¿Ya han entrado aquí mis tropas? ¿Sin mi permiso? Pagarán su desobediencia...

Los niños debían estar dentro, en las aulas. Sin perder un instante Tarik atravesó el patio.

–Tú.

La palabra surgió a la derecha del usurpador. Más que una voz parecía un coro compuesto por decenas de personas. Niños, voces de niños. Tarik se giró buscando a los críos pero allí sólo había la pila de desechos. Miró con detenimiento el montón. Parecía... ropa. Quemada, manchada de sangre y hollín.

–Tú.

La misma voz coral. Proveía de la montaña. Ésta empezó a temblar, a elevarse. A medida que lo hacía la montaña adoptaba la forma de un coloso. Los jirones de ropa ondearon revelando aquello que ocultaban: carne.

Carne. Sangre. Quemaduras.

Algunos harapos cayeron al suelo. Bajo ellos palpitaba una mezcolanza de rostros, miembros, torsos. Piel destrozada y surcada por cicatrices imposibles. Niños unidos unos con otros en una nauseabunda masa heterogénea.

Tarik estaba anonadado. Aquello era inconcebible.

–Tú –cientos de bocas hablaban al mismo tiempo. Cuerpecitos desgarrados, incrustados entre sí creando el pecho, los brazos, las piernas, el torso del gigante.

Aquella aberración debía morir, pensó el usurpador. Con un gesto ya habitual en él activó el fogueador. El líquido ardiente saltó cubriendo al titán que, indiferente, avanzó un paso.

–Tú.

El gigante ya estaba casi sobre Tarik, que observaba atónito. El foguerador dejó de escupir fuego líquido, pero el usurpador no se percató: seguía paralizado. Sus labios temblaban, incapaces siquiera de balbucear un 'no'. Decenas de ojos clavaban su mirada sobre Tarik diseccionando su alma. Ojos verdes e intensos. Ojos que, pese a las llamas que consumían aquella amalgama de cuerpos, vertían sobre el usurpador un odio absoluto.

–Tú. Has matado a nuestras madres. Ella, que se dividió en tres para regalarnos más vida, más amor. Ellas, que nos enseñaron el arte de moldear la carne. A separar y unir cuerpos.

»Y así vengarla.

El cerebro horrorizado de Tarik reaccionó demasiado tarde. La masa de carne derretida y huesos incandescentes se derrumbó sobre él abrasándole, derritiéndole, uniendo su cuerpo al resto.

Ya agonizando Tarik tomo aire. Sí, olía bien: su carne ardiendo olía bien. Deliciosa.

-:- FIN -:-

Tenéis más información de este relato en mi web:

http://juanfvaldivia.wordpress.com/2014/10/26/acerca-de-el-delicioso-aroma-de-la-carne-quemada/

Imagen:

https://www.flickr.com/photos/danielmennerich/12019312566/

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