Los precios del avatar

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Me giré al escuchar sus pasos

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Me giré al escuchar sus pasos. Recortado en el umbral, a contraluz, mi hijo parecía todo un Hombre. Dio un paso adelante, sumergiéndose en el cono de luz del candil. Sudaba, su rostro pálido y demacrado, pero sus ojos refulgían llenos de energía.

–Hola, Pavel. La estiba acabó muy pronto hoy, ¿no?

–Terminamos antes –la frase quedó colgando en el aire–. Un prelán vino a los muelles predicando las virtudes del Tetramorfo.

Entonces lo noté en su voz: orgullo ocultando culpabilidad y miedo. Mi corazón dio un vuelco. Recordé el viejo dicho: 'los prelanes sólo bajan al muelle para lavarse la sangre. O para chupar más'.

–Convocó a cuatro elegidos para dentro de una hora en La Puerta. Adiós, padre.

Y sin más salió de la casa, corriendo calle arriba. Yo, atenazado por la sorpresa, presa del terror, no supe reaccionar. Prelanes, Tetramormo, La Puerta. Cuatro elegidos. Los Avatares se ven tan hermosos desde fuera; pero cuán aterradores resulta involucrarse en su confección.

¿Habían ungido a Pavel?

Casi sin pensar me encontré corriendo por las calles de Efímera, dando la espalda al puerto, ganando los barrios altos y nobles. Hacia mi destino: el ayuntamiento.

Adyacente al consistorio se erguía la catedral, de descomunales agujas aseteando el cielo y fachada presidida por La Puerta.

Corrí, ciego a cuanto me rodeaba. Disponía del tiempo justo.

Llegué a la plaza mayor. No osé mirar la catedral. Corrí hacia el portalón del ayuntamiento. Jamás hubiera deseado traspasar ese umbral, pero vivía circunstancias extremas. Exigían medidas extremas.

Atravesé el pasillo. El calor me abofeteó: decenas de enormes piras iluminaban La Arena. Se celebraba un debate. Los ediles vitoreaban a sus campeones mientras estos luchaban. Me acerqué temeroso. Cinco colosos pugnaban inmersos en una galerna de golpes, mandobles y arcos sangrientos. Pisaban arena teñida de vida, roja y caliente. Me acerqué más, hasta poder apreciar los detalles de los combatientes: gigantes reconstruidos, su carne un batiburrillo de costurones uniendo pedazos humanos, animales y místicos. Obras maestras de Voluntad, paladines de La Ley, El Dolor y El Caos del Hombre. Fueron cayendo, agotados o desmembrados, hasta quedar sólo uno. Ése proclamó en voz alta la normativa que defendía. Su edil promotor se abrió el pecho con su daga legislativa: el texto final se redactaría con su sangre. El resto de ediles aplaudieron mientras recomponían con sus voluntades a sus campeones.

Uno de los ediles recayó en mi presencia.

–¿Qué desea, Hombre?

Se lo expliqué: habían elegido a mi hijo para forma parte de un Avatar; yo, aunque sintiéndome honrado por ello, prefería que siguiera sirviendo a la ciudad con su trabajo de Hombre.

–Vamos, quiere una bula.

La mirada, incisiva y acostumbrada al poder, me atravesó.

–Sí –balbuceé.

–Bien. Ya lo sabrá, pero la ciudad está en crisis. Nos hemos visto obligados a subir las tasas...

–Lo sé.

–Acceder a su petición supone enfrentarse a los prelanes. Eso es peligroso. Y caro. Dos litros y medio. Ya sabe: si acepta no hay vuelta atrás.

Noté cómo mi espalda se diluía. Dos litros y medio: una sentencia de muerte para cualquier Hombre. Si al menos tuviera un mínimo de Voluntad...

–Te veo preocupado. Duele, sí: la vida de tu hijo o la tuya. Rebajaré el coste a dos.

–Acepto –yo ya había vivido demasiado; Pavel no–. Pero démonos prisa.

–Salgamos.

Corrimos hacia La Puerta. Ya estaba cerrada: me había demorado demasiado esperando que acabara el debate.

Pero había aceptado: mi sangre pertenecía al edil. Dos litros.

Los prelanes disponían de mi hijo.

La Puerta se abrió. De la oscuridad emergió una procesión, dos hileras de mantos escarlata flanqueaban otra forma. Caminaba torpe, dejando un rastro de sangre y fluidos. El Tetramorfo. Cuatro Hombres elegidos para representar al Señor Encerrado. Sus espaldas cosidas, fundidas a ocho alas, emulando las sagradas formas: ángel, toro, águila y león.

La procesión avanzó. El Tetramorfo llegó a nuestra altura. Contemplé la carne moldeada, torturada, exangüe. Deseaba no reconocer entre esos rasgos agonizantes a Pavel. No encarnaba al Ángel; tampoco portaba los descomunales cuernos del Toro ni ceñía la flamígera melena del León. Quedaba el Águila. Contemplé aquel rostro desgarrado de labios y dientes arrancados, sustituidos por un pico córneo. La criatura croó, escupiendo sangre.

Nuestras miradas se cruzaron.

El Águila derramaba lágrimas de dolor. ¿Físico o espiritual? Era él: Pavel. No supe si sentía desazón, pánico... u orgullo.

Noté una mano sobre mi hombro:

–Momento de pagar, Hombre. Dos litros.

Dos litros. Dos vidas.

Cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

-:- FIN -:-

Tenéis más información de este relato en mi web:

http://juanfvaldivia.wordpress.com/2013/05/29/acerca-de-los-precios-del-avatar/

Imagen:

https://www.flickr.com/photos/kjgarbutt/5496901708/

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