Desperté inmerso en una luz tan intensa que, incluso cerrando los ojos o tapándolos con las manos, anegaba mis retinas. El resplandor, de un blanco absoluto, lo llenaba todo.
Me descubrí desnudo y descalzo, aunque no sentía frío. Bajo mis pies notaba un suelo extraño. Parecía compuesto de algo similar a cenizas finas o harina, entremezclada con guijarros irregulares. Cegado por el resplandor me resultaba imposible concretar su naturaleza.
–¿Hay alguien ahí? –Grité. Nadie me respondió. Un silencio absoluto cubría el paraje.
Podía quedarme a esperar o buscar una salida. Opté por lo segundo. Durante un tiempo recorrí a tientas la nada blancuzca. Los únicos sonidos que quebraban el silencio los provocaban mis pies al remover los guijarros del suelo.
En un momento dado me detuve: había creído oír algo. Presté atención y allí estaba, un sonido distante. Parecía una especie de castañeteo, como un pico abriéndose y cerrándose con fuerza. También me di cuenta de que el sonido iba acompañado por algo más: una mancha negra flotando en la nada. Se movía a velocidad pasmosa de izquierda a derecha, de arriba a abajo. A esa primera mota se unieron otras. Los cloqueos se multiplicaron. Y se acercaron.
Una mancha se abalanzó sobre mí. Trastabillé tratando de esquivarla y caí. El punto reaccionó desviando su trayectoria. Ahora parecía rehuirme. Yo sudaba: notaba el cuerpo impregnado de polvo y guijarros. Agarré uno y lo palpé. Poseía forma cilíndrica y delgada, algo curvada. Un extremo parecía romo pero el otro estaba astillado. Pesaba muy poco. Una súbita repulsión mi hizo arrojarlo.
Las manchas revoloteaban a mi alrededor.
Palpé el polvo buscando otro guijarro. Encontré uno mucho más pequeño, con un extremo pulido y otro quebrado y cortante. De repente lo supe: era un diente. Y lo de antes... ¿una costilla? Por dios, ¿dónde estaba?
Los puntos negros redoblaron sus chasquidos. Su número había aumentado a cientos, miles, incluso más. Cacareaban excitados mientras surcaban la luz dejando tras ellos rastros grises y efímeros.
Sin previo aviso sentí un dolor gélido y punzante en el costado. Me giré y creí ver cómo huía un punto negro. Me toqué donde me dolía. Noté calor y humedad. Seguía sin poder ver nada pero estaba seguro de que sangraba. La mota me había picoteado desgarrando la piel.
El ataque se repitió. Una horda de puntos se lanzó sobre mí. Me levanté y traté de huir, pero ¿adónde? La nada me rodeaba. No existía refugio alguno.
Los puntos negros se multiplicaban. Sus estelas teñían la blancura de gris. Ya no había silencio, sólo una cacofonía de castañeteos. Me acosaban mordiendo mi carne, arrancándome alaridos de dolor.
Corrí, tropecé, me levanté y seguí corriendo.
Notaba cómo innumerables y diminutos picos me desgarraban. No resistiría mucho. Reducidas a un amasijo de músculos sangrantes mis piernas acabaron por ceder y caí de bruces al polvo, que junto a numerosas esquirlas se introdujo en las heridas. Gimiendo desesperado intenté levantarme y seguir huyendo, pero no pude. Estaba exhausto. No podía negarlo: había llegado el final.
La tormenta negra había devorado el resplandor blanco. No quedaba el menor rastro de luz, sólo oscuridad, frío, dolor y el continuo chasquido córneo de esas criaturas. Rendido esperé a que me redujeran a huesos desnudos. Acabaría uniéndome a los restos que alfombraban el suelo.
Las manchas negras siguieron devorándome. En aquella negrura absoluta mi existencia se redujo a dolor y frío. Los cloqueos lo llenaban todo, un sonido sólido entretejido con la oscuridad.
Cuando creí que mi dolor no podía aumentar los cacareos retrocedieron. El silencio regresó. Reducido a huesos descarnados, sabía que ya no tenía ojos con los que ver, oídos con los que escuchar ni músculos con los que moverme. Pero de alguna manera vivía. Vivía, veía y escuchaba. El silencio ahora poseía un matiz tenso, aterrador. Expectante. ¿Qué iba a suceder?
Una risa engolada resonó en la distancia. La siguió un fugaz aunque enorme resplandor rojo. El destello se repitió. Se movía. Escuché una nueva carcajada, ahora más cercana. Procedía de otra garganta.
Vi un segundo resplandor... y luego muchos más, todos de un rojo encendido y acompañados de risotadas. Llenaban las tinieblas. Uno de ellos se acercó. Al contrario que el primer punto negro, éste no dudó y se lanzó sobre mí. Ya no quedaba nada que rapiñar, sólo huesos.
¿Sólo?
No. El horror me dominó. Sentí cómo unos dientes afilados y salvajes se clavaban en mi alma y la masticaban.
No tenía garganta pero aun así grité. Y grité.
Y grité.
-:- FIN -:-
Tenéis más información de este relato en mi web:
http://juanfvaldivia.wordpress.com/2014/11/26/acerca-de-tricolor/
Imagen:
https://www.flickr.com/photos/lightwerk/6728039407
ESTÁS LEYENDO
Visiones fugaces
FantasyEn VISIONES FUGACES encontrarás una recopilación de microcuentos de fantasía, en su mayoría con toques oscuros, de terror y de horror. He aquí algunas de ellas: -Un buque mercante que debe huir de piratas. -Un conquistador se ve obligado a recurrir...