El frenazo del coche resonó sobre el suelo adoquinado de la vacía y pulcra plaza. Sólo la circundaban casas bajas de estilo humilde y sobrio pero cuidado. Un único establecimiento rompía la uniformidad: un puesto de suvenires pintado de colores chillones. De él surgió un anciano alarmado por el ruido. Las puertas del vehículo se abrieron saliendo de su interior una pareja cuyas ropas les identificaban como forasteros.
—Me tienes harto con tus indicaciones —gritó el hombre, orondo y de rostro congestionado—. Llevamos horas dando vueltas sin encontrar la salida norte.
—¡Calla, Grimhm! Es culpa tuya por comprar este plano viejo en vez de gastarte un poco más en uno actual.
—¡Pero si ya casi estamos sin dinero por tu manera descontrolada de compr...!
—Por favor, señores: paz. Más aún teniendo en cuenta dónde están.
La pareja se giró al unísono hacia la voz que se inmiscuía en su discusión. Como urbanitas no estaban acostumbrados a interactuar con extraños.
—Perdone, anciano, pero esto es asunto nuestro.
—Caballero, bajo el Sol de Acartha —el anciano señaló hacia las alturas— todo enfrentamiento incumbe a la ciudad y sus habitantes.
Grimhm no comprendía; siguió con la vista la dirección que el viejo indicaba. El famoso Sol de Acartha se situaba justo en el cénit de esa plaza. Su tibio resplandor dorado le cegó, impidiéndole apreciar bien dos colosos, dos figuras que enlazaban sus brazos en una inamovible posición de lucha centenares de brazas sobre el sol.
—Sí, el sol. ¿Y?
—¿Conoce su historia? ¿La suya y la de los paladines?
—Claro, ¿quién no? Los ejércitos, los brujos, etcétera...
—Sí... y no. Permítame que se la recuerde.
—Grimhm —la mujer se estaba impacientando. Ninguno mostraba interés, pero el anciano insistió:
—No llevará mucho tiempo. Y será muy instructivo.
»Varios milenios atrás esta región la disputaban dos poderosos imperios. La guerra se había prolongado durante siglos, y durante ese tiempo se mantuvieron en el trono los mismos emperadores gracias a la brujería. Aun con ambos imperios asolados tanto por la guerra como por la sangría económica ninguno cedía: su orgullo de gobernantes, ya convertidos en dioses aterradores, mantenía viva la máquina bélica.
»Un día un forastero pidió audiencia con el emperador:
»—Conozco la forma de acabar con la guerra —aseguraba—. Para siempre.
»El emperador le recibió, deseoso de romper la situación de tablas.
»—En una lejana ciudad donde obran milagros saben moldear la carne y el hueso a su voluntad. Usando los miembros de su ejército podrían construir un gigante invencible que arrasaría al enemigo.
»—Increíble idea. Pero ¿dónde están semejantes brujos?
»—Me he permitido el privilegio de traerlos conmigo.
»No hubo que decir más: los vol¬—señores entraron en acción con su nigromancia usando a todos y cada uno de los miembros del ejército. Los soldados, aterrados ante la furia del emperador, no intentaron revelarse. Los brujos remodelaban sus cuerpos soldándolos con el resto: el coloso, oculto tras una cordillera fronteriza, adquiría forma día tras día.
»—Aniquilaremos a nuestro enemigo —se alegraba el emperador. Pero ignoraba que el hombre había dado el mismo consejo a su rival, que ya construía su propio gigante.
Ambos grupos de nigromantes acabaron los gigantes con calculada simultaneidad. El suelo retumbó mientras las moles de carne, hueso y Voluntad se buscaban una a otra, sólo vestidas de ciego odio. Se encontraron junto a una aldea llamada Acartha, un choque que retumbó en los dos imperios. Sus fuerzas enfrentadas resultaron iguales, entablando un pulso que hizo temblar toda la región.
»Aquellos sonidos, aquellas vibraciones constituían una señal secreta predefinida. En los dos imperios los pobres, huérfanos, heridos, moribundos, aterrorizados, todos ellos pensaron en una misma idea: que la paz llegara. Así sucedió algo sin precedente: millones de mentes unidas lograron moldear la realidad. La suma de voluntades conjuró una esfera de energía, una estrella que sumergió en su luz a los dos colosos congelándolos: los ejércitos quedaron anulados. Ese mismo poder convirtió en piedra a los dos emperadores.
»Así la paz llegó a Acartha.
—Bonito cuento, viejo. ¿Y?
—Aquí gobierna la paz, extranjero. No toleraremos discusiones ni violencia.
Grimhm iba a contestar cuando se fijó en la multitud silenciosa que ahora llenaba casas, ventanas, calles, incluso tejados... Les miraban, a él y a su mujer, atenazándoles con una prensa invisible e inquebrantable. Letal.
Sin pronunciar palabra regresaron al coche. Grimhm activó el motor y condujo fuera de la plaza, fuera de la ciudad, fuera de la región.
Nunca más discutieron, recordando esas miradas.
-:- FIN -:-
Tenéis más información de este relato en mi web:
http://juanfvaldivia.wordpress.com/2014/02/26/acerca-de-bajo-los-colosos-el-sol-de-acartha/
Imagen:
https://www.flickr.com/photos/jeronimooo/23103058402/
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Visiones fugaces
FantasyEn VISIONES FUGACES encontrarás una recopilación de microcuentos de fantasía, en su mayoría con toques oscuros, de terror y de horror. He aquí algunas de ellas: -Un buque mercante que debe huir de piratas. -Un conquistador se ve obligado a recurrir...