La risa del músico

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Al rebasar la muralla el silencio súbito golpeó a Tefuk con más violencia que el mismísimo simún

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Al rebasar la muralla el silencio súbito golpeó a Tefuk con más violencia que el mismísimo simún. El contraste tras jornadas inmerso en el inagotable alarido del Desierto del Toque, vapuleado por viento y arena, casi le noquea. Agotado, Tefuk se arrojó contra el muro interior y cerró los ojos. Casi sin fuerzas ahuecó las capas de tejido protector y deshizo el tagelmust que le envolvía la cabeza permitiéndose respirar hondo: por fin, aire fresco. La sangre dejó de retumbar en sus oídos. El Toque ya no cabalgaba los vientos arenosos: el clamor de trompas que daba nombre al desierto allí sonaba claro y cercano.

Tefuk abrió los ojos. Estaba sentado al borde de un patio de armas en cuyo centro se alzaba un torreón circular. El suelo del patio, de baldosas cuadriculadas en blanco y negro, parecía el tablero de un juego. Dispersas sobre las casillas había decenas de estatuas negras. Tefuk se levantó y caminó hacia la más cercana. El sonido de la trompeta pareció emitir un gañido. La estatua de obsidiana representaba un hombre vistiendo una indumentaria similar a la suya, dispuesta para los rigores del desierto. Caminó hacia otra figura mientras la corneta emitía un nuevo gallo. Estudió al exótico mardari, su piel escamosa apenas vestida con una banda de odres, un arco y un carcaj vacío. Otro explorador. Una decena de figuras más, siempre acompañadas por gañidos de corneta, confirmaron sus sospechas: aquí dormían un sueño de roca las expediciones que habían desafiado al Desierto del Toque. Partidas como la suya, intentos de cartografiar esa extensión misteriosa.

El toque de trompeta procedía del torreón. Una puerta desnuda bostezaba en su base; tras ella se adivinaba una escalera. Sin dudarlo Tefuk cruzó el patio. El Toque canturreó alegre.

La penumbra gobernaba el interior de la torre. Delgadas lanzas de luz atravesaban las troneras que acompañaban a los peldaños en su ascenso quebrando las tinieblas. Los ecos del Toque reverberaban en el aire. Tefuk empezó a subir. Según ascendía la melodía ganaba en colorido, juguetona, como si le invitara a subir.

Cuatro enormes ventanas anegaban de luz la sala superior de la torre, donde las notas sonaban frescas y tentadoras cual torrente de oasis. Y en centro, el músico: un torbellino hirviente de carne, hueso, arena y roca, una masa amorfa a inestable en la que sólo permanecían fijos unos gruesos labios que sostenían una retorcida trompa de metal. Tefuk, desafiando su aterrado, dio un paso hacia la mole. Ésta retrocedió emitiendo una cristalina risa de bebé. Escaleras abajo sonó el chasquido de roca contra roca.

Tefuk intentaba agarrar la trompa pero la masa risueña le esquivaba mientras el crujido ruido de roca se acercaba. Sin comprender qué pasaba, se asomó a una de las ventanas: abajo, en el patio, las estatuas se arracimaban ante la puerta de la torre. Estaban paradas pero, al girarse para volver a enfrentar al músico, creyó verlas avanzar. Jugaban con él.

El músico reía. Los sonidos de roca ya estaban casi en la sala. Una forma negra asomó por las escaleras: la primera estatua que Tefuk viera avanzaba daga en ristre. El toque de trompeta se elevó mientras el músico giraba eufórico. Tefuk desenvainó su takuba preparándose a recibir la estatua mientras llegaba una segunda: el enorme mardari.

Enfrentando al hombre y al mardari, Tefuk se revolvía descargando golpes. Ajeno a la lucha, el músico giraba y reía sin dejar de tocar: parecía disfrutar jugando, moviendo sus fichas. Una partida mortal de metal contra roca.

De repente Tefuk tuvo la idea: un oasis se destruye no cortando las palmeras sino secando el pozo. Olvidó las estatuas y se lanzó contra el músico. Éste rió danzarín, esquivándole, pero no con la suficiente rapidez:

—Se acabó el juego —gritó aferrando la trompa. Tiró de ella con fuerza y la arrojó ventana abajo. El Toque cesó convirtiendo la risa en alarido. La masa viviente se retorcía sacudida por fuertes temblores. Ella y toda la torre: el techo y las mismas paredes se resquebrajaban. Sólo Tefuk reaccionó: las estatuas habían regresado a su quietud mientras la masa se descomponía volviéndose polvo. Tefuk corrió escaleras abajo. Ya apreciaba la claridad del patio cuando todo se vino abajo. Al estruendo del desplome le siguió un denso silencio apenas quebrado por los agonizantes gemidos de Tefuk. Al fin dominó la quietud, y tras ella regresó la tormenta dispuesta a enterrar las ruinas. Cabalgando sus vientos, surgido desde la lejanía, llegó un mugido metálico. Y una triunfante risa infantil.

-:- FIN -:-

Tenéis más información de este relato en mi web:

https://juanfvaldivia.wordpress.com/2014/04/26/acerca-de-la-risa-del-musico/

Imagen:

https://www.flickr.com/photos/57768042@N00/2127160317/

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