3 ~ Completamente cautivado ~

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El viaje en barco fue un tanto tortuoso para el azabache. Por su mente no dejaban de pasar una y otra vez los miles de recuerdos que había construido junto a la peli miel en Alola, en Kalos, en donde fuera. Tenían una historia juntos para cada caso, una anécdota que los hacía reír, un momento romántico que los hacía soñar y no es que Ash se hubiese dado cuenta al primer minutos de sus sentimientos por Serena. Simplemente vio el amor de ella en cada detalle dedicado a él. Serena sabía hablar sin pronunciar palabra alguna.

Ash se revolvió en su cama sintiendo una serie de síntomas que lo estaban haciendo sufrir. Desde que subió al barco comenzó a experimentar ciertos malestares que ni en sueños había tenido. Siempre se caracterizó por ser alguien con una muy buena salud. Se mareó y vomitó lo poco y nada que había comido desde un principio del viaje,  generando lástima en los demás tripulantes. Soportó una tormenta al finalizar el primer día de viaje y la alergia a cierta baya tomatona al comenzar el segundo. Por eso estaba allí y en esa condición tan mala. Pikachu dormía junto a él como si nada sucediera. Por cosas como esta se arrepentía de la locura que estaba a punto de hacer.

—Serena lo vale —se dijo para intentar darse ánimos—. Serena lo vale y nada más.

Dos horas más tarde, Ash, y un dormido Pikachu en sus brazos, desembarcó en el tan famoso Puerto de la Unión. Cuando pisó tierra firme sintió un ligero escalofrío. Podría sonar estúpido, pero aquel puerto, plagado de turistas en trajes de baño a las cinco de la tarde, le pareció una congeladora. Después de años viviendo en Alola era normal que su cuerpo se acostumbrar a su clima elevado. Durante ese tiempo había viajado poco y nada fuera de la región: una vez a Kanto y otra a Hoenn para ser más específicos. En el total del tiempo se había mantenido bajo un clima tropical y altas temperaturas hasta en sus días de lluvias y tormentas eléctricas. Suspiró. Con verdadero desgano sacó su celular del bolsillo y lo encendió. Recordaba que lo había apagado cuando subió al barco y no lo usó en todo el viaje, aun cuando se lo prometió a Lillie. Ya se estaba imaginando el rostro de furia de la rubia. Aquello le causó cierta satisfacción. 

De pronto, el celular comenzó a emitir un sonido irritante y en repetidas ocasiones. Un mensaje tras otro llegaba haciendo que el pobre aparato estuviera al borde del colapso. La gran mayoría de los mensajes, por no decir todos, correspondían a Lillie. 

—Definitivamente Lillie no sabe qué otra cosa hacer con su vida, además de entrometerse en la mía claro está —Habló consigo mismo, completamente cansado al ver la infinidad de mensajes de la rubia. Estos iban desde palabras amorosas hasta amenazas de muerte. Definitivamente, la chica necesitaba una cita con un psiquiatra. 

Ignoró olímpicamente los mensajes y marcó el número de Clemont. Después de algunos segundos, el rubio contestó.

—¡Ash! —exclamó un tanto aliviado—, pensé que ya te habría cargado la manada de Tauros —rio al final.

—Quería desconectarme un rato del mundo. Además, desde que me subí a ese maldito barco he estado enfermo —dijo el azabache, mientras caminaba con dirección al aeropuerto que estaba a tan solo siete manzanas de distancia.

—Pensé que estabas así por Lillie. —Clemont titubeó un poco antes de continuar—. Me llamó furiosa unas cuantas veces. Dijo que no creía que estuvieras en Kanto y cosas por el estilo. En realidad no le entendí muy bien. Hablaba rápido. 

El asombro de Ash se materializó en su cara, una cara completamente espantada. 

— ¿Lillie te llamó? Pero... ¿De dónde sacó tu número de teléfono?

—No me lo preguntes a mí —se excusó el rubio, queriendo cambiar el tema—. A propósito ¿Qué tipo de relación tienes con ella? Serena me dijo unas cuantas cosas y la verdad... necesito escucharte.

De nuevo tú [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora