Capítulo 25 "Cristal roto"

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La habitación se había quedado en completo silencio. Clemont miraba sin saber qué y Ash no hallaba qué palabras decir. Frente a él su amigo, su hermano, su compañero de viajes y su mayor confidente se estaba desmoronando de apoco. Faltaba, quizás, una ligera brisa para verlo caer. Por su parte, Korrina, y sus ojos grandes y abiertos, observaba atónita la increíble escena. Había sido descubierta en su propia mentira; había caído en su propia trampa. Sus brazos cayeron junto a su cuerpo cuando Serena le soltó el cabello enmarañado por los golpes. Sus ojos lucían secos, sin lágrimas. Tal vez estos se habían cansado de tanto llorar por un amor que no la correspondía más allá de un beso.

―Clemont, yo... ―dijo la rubia de forma débil. La voz, al parecer, no quería salir de su escondite.

―Eres lo peor... ¡LO PEOR! ―gritó Clemont con todas las fuerzas que pudo. Sus manos, en las que minutos antes estaban unas cuantas rosas, temblaban furiosas, como si fueran a estrangular a alguien.

― ¡Yo te lo iba a decir! ―respondió la chica.

― ¿Por cuánto tiempo más pensabas mentirme? ¡DIME! ¿Por cuánto más me ibas a ver la cara de estúpido? ¿Acaso no pensaste en lo mucho que te amo? ¡CON UN DEMONIO, POR QUÉ!

Clemont estaba perdiendo la razón de apoco. Ni siquiera él mismo sabía lo que quería. Por un momento minúsculo, Bonnie se aterró, pero cambió ese pensamiento por el de comprensión. No supo en qué momento sus pasos la guiaron al cuerpo de su hermano. Sus brazos lo acunaron de la forma más cariñosa posible y por fin se permitió respirar.

―Yo...lo siento ―dijo Korrina, hundiéndose en su pena y frustración.

―Yo te amaba ―dijo Clemont, una vez separado de Bonnie. Esta se había calmado y se encontraba en un rincón, observando la situación―. No sabes cuánto. No sabes cuantos planes, cuantos sueños e ilusiones. Había ideado un mundo para los dos y tú... ¡Mira las cosas cursis que digo! ¡Y todo por ti!

Ash se había mantenido en silencio durante un buen rato. Le dolía el tanto el corazón cuando veía el sufrimiento en los ojos de su amigo. Lo conocía suficiente como para comprender que aquella herida originada por la rubia tardaría mucho tiempo en sanar. Por su parte, Serena quería ir donde Kalm y ahorcarlo con sus propias manos. Todo ese gran problema era su culpa, la culpa de ambos.

―Quiero saberlo todo ―sentenció Serena―. Quiero que nos cuentes qué pasó realmente. Cómo conociste a Kalm... ¡Todo!

Korrina jugueteó con sus dedos un tanto nerviosa. Respiró unas cuantas veces para que su ritmo cardiaco se calmara. Trató de rememorar en su mente el inicio de todo, de cómo se reencontró con Kalm y cómo llegó a enamorarse profundamente de él. Era momento de hablar.

Recordó la suave brisa de aquella tarde que prometía ser especial tanto para ella como para Clemont. Un año de noviazgo no se cumplía todos los días por lo que ambos se prepararon para hacer de aquel día algo maravilloso. La rubia había decidido llevar puesto aquel vestido rojo que su novio le había regalado con tanto amor; quería verse hermosa para él. Caminó a paso lento por las calles de la ciudad, sintiéndose única. Muchos la miraban, mas sabía que todo eso lo hacía por el único hombre de su vida. De pronto, chocó con algo que la hizo tambalearse fuertemente. Estuvo a punto de caer como un costal de papas, pero algo lo impidió. Unos brazos cálidos y fuertes la sostuvieron y unos ojos profundos la observaron atentamente. De pronto, Korrina se sintió en un callejón sin salida. Se sentía atrapada, por él.

Como disculpa, aquel chico la invitó un café y esta aceptó gustosa. Todavía faltaba una hora y media para reunirse con Clemont. Se enteró de que ese chico era Kalm, novio de hace algunos meses de su mejor amiga, Serena. Era un chico risueño y carismático que hablaba de cosas interesantes y no de inventos la mayor parte del tiempo. Korrina se sintió encantada, ya que por fin había encontrado a un hombre que la escuchara y la entendiera de aquella forma. No supo cuándo el chico le tomó la mano y ella lo siguió sin decir una sola palabra. Tampoco supo cuándo posó sus manos alrededor del cuello masculino y besó con pasión aquellos perfectos labios. Simplemente, recobró la cordura cuando se encontró desnuda, en la cama que pertenecía a Kalm y cómo este acariciaba su blanca espalda. La rubia se sintió arrepentida y culpable: le había entregado su tan preciada virginidad a otro.

De nuevo tú [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora