Capítulo 38 "Determinación"

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Los ojos desorbitados de Meyer se encontraron con aquellos mares en tempestad de Clemont. Bonnie los miraba desde un rincón con la respiración agitada y las manos temblorosas. Luxray también observaba aquella situación, pero, al contrario de todos los demás, él lo hacía en completa calma. ¿Qué había sido todo aquello? ¿Acaso la maldad de Kalm había sobrepasado los límites que le imponía la lógica y la física? Estaba manipulando a los sobrevivientes de Lumiose, mostrando la cara más monstruosa y malvada posible.

— ¿Qué es lo que estás haciendo, padre? —preguntó Clemont, haciendo uso de una voz tan profunda y ronca que daba escalofríos—. ¿Acaso no te das cuenta de que a la que estuviste a punto de matar era a tu hija?

— ¡Papá! —exclamó la rubia—, ¿qué te hizo Kalm? ¡Tú no eres así, claro que no!

El señor Meyer no respondió. Sus ojos continuaron fijos en Bonnie y luego pasaron a Clemont. El rubio no dejaba de observar a su padre con rabia, aunque no podía culparlo. Estaba siendo manipulado por alguien más. De solo pensarlo se sentía abrumado. Agradecía internamente el hecho de escuchar los malos presentimientos de Lylia, ya que había llegado justo a tiempo, antes de que sucediera una tragedia.


Horas antes, estos estaban junto al río, ajenos a la boda de Serena y a todo lo que estaba a punto de ocurrir. Clemont tenía los pies en el agua mientras leía lo que parecían ser sus anotaciones para un nuevo invento. Por su parte, la castaña estiraba un mantel con la ayuda de su Lopunny. El Pokémon sonreía de forma elegante y divertida ante el incipiente nerviosismo en su entrenadora.

—No te rías —dijo la castaña con un volumen de voz muy bajo para que solamente su compañera la escuchara. Esta, en vez de hacerle caso, siguió sonriendo.

Lylia suspiró rendida, dirigiéndose a la gran canasta con comida que había preparado. ¿Qué rayos le estaba pasando últimamente? No estaba apta para responder aquella interrogante. De pronto, los platos que recientemente había tomado de la canasta cayeron al suelo, rompiéndose de forma estrepitosa. El rubio, al escuchar semejante ruido, dejó de lado su lectura para auxiliarla.

— ¿Estás bien, Lylia? —preguntó Clemont al ver un hilo de sangre fluir de las manos de la chica. Este se había cortado al intentar tomar los trozos de los platos que había dejado caer. A pesar de eso, algo más había llamado la atención del rubio: la chica tenía la vista fija hacia la nada, impávida, como si hubiera visto un fantasma.

—Tranquila, es solo un plato —dijo Clemont, intentando clamarla.

—No, Clemont —respondió esta—, los platos ya no importan. Me creerás loca, pero siento aquí —apuntó su corazón—que algo malo va a pasar.

— ¿Algo malo? ¿Con un día tan lindo? Creo que el sol te está afectando. Mejor ve a tomar un poco de aire junto a la sombra de ese árbol. Yo me encargaré del mantel.

—Clemont, mira eso.

El chico observó con asombro donde la chica le indicaba. Los Pokémon salvajes del bosque observaban hacia un lugar en particular, como si una fuerza sobre humana los repeliera de ahí. —Todos mira el centro de la ciudad.

Entonces pensó en todo lo que había pasado hace años atrás con la primera gran Crisis de Kalos. Según los estudios del profesor Sycamore, los Pokémon habían dado un aviso exactamente igual antes de que se produjera el desastre. ¿Acaso estaban a punto de vivir un episodio igual?

— ¡Bonnie! —gritó con algo de miedo.

—Exactamente —dijo Lylia—. Hay que irnos de aquí.

De nuevo tú [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora