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  Álex expulsó de su mente aquel pensamiento y se concentró en la cerradura. La pinza de depilar haría palanca en el cilindro. La abrió en forma de L. Entraba perfectamente, pero las horquillas resultaron demasiado gruesas, no encajaban en el carril. Álex volvió a explorar su arsenal. Necesitaba un arma de menor calibre. «¡Bingo!» Un imperdible. Era perfecto para eso. Tenía todo lo que le hacía falta para forzar la cerradura...menos tiempo.

Escuchó con nitidez el golpe del maletero al cerrarse. Seco, como la tapa de un ataúd. Eso significaba que comenzaba la cuenta atrás. Y que el venezolano empezaba a caminar hacia la entrada, rodeando el edificio para subir al almacén...

«Concéntrate, lo has hecho mil veces. Presiona la palanca hacia la izquierda. Mueve los pistones con el imperdible. Arriba y abajo. Una vez más... hasta que la palanca gire.» Un intento, dos, tres, cuatro, cinco...Clic. Por fin la pinza de depilar giró en el sentido de las agujas del reloj. La cerradura estaba abierta.

Demasiado tarde. Al asomarse al pasillo escuchó con claridad como se abría una puerta metálica en el piso inferior. El venezolano estaba entrando en el edificio, cerrándole la única vía de escape. Necesitaba una distracción,.

Volvió a entrar en el almacén y a observar detenidamente el arsenal que tenía a su disposición. El viejo profesor siempre la enseñó a mirar donde los demás solo ven. Aquella escoba rota podía convertirse en una temible estaca, pero era una joven menuda, pequeña, y no se veía con fuerzas para un enfrentamiento directo con aquel hombre dispuesto a forzarla y asesinarla.

La laca... El spray resulta altamente inflamable en suspensión, pero para convertirlo en un pequeño lanzallamas necesitaba un iniciador. Se maldijo por no fumar, porque en ese momento un mechero o una caja de fósforos le habrían sido muy útiles. La acetona del quitaesmalte era otra opción. Al igual que el esmalte de uñas —compuesto de nitrocelulosa, formal de hígado o tolueno, entre otros—, es muy inflamable. Había suerte. Había comprado el quita esmalte esa misma tarde, el bote estaba casi lleno. Era su mejor baza.

Tomó un pequeño recipiente de cristal de la estantería y vació en él los cosméticos. Entre la acetona y el esmalte tenía suficiente cantidad para la carga y para la mecha. Se cortó un trozo de falda, la empapó bien y después la ató fuertemente al tarro después de cerrarlo. Ahora sólo necesitaba el iniciador.

Cualquier estudiante de química conoce muchas formas de hacer fuego; es uno de los juegos clásicos en primero de laboratorio. Álex miró a su alrededor. No tenía tiempo para procesos químicos complejos, ni para juegos de óptica, ni para frotamientos tediosos. Necesitaba algo instantáneo. Busque, analice, encuentre..., resonó de nuevo en su memoria la voz del viejo profesor. «¡Eso es!» Un trozo viejo de estropajo de lana de acero, entre los útiles de limpieza. Era perfecto. Ahora solo necesitaba un poco de electricidad. Si no le hubiesen quitado la batería del móvil, podría haberla usado. También podía usar uno de los enchufes de la habitación. Pero se dejó llevar por la intuición. Tomó una vieja linterna de la estantería. No funcionaba. Sintió una punzada en el corazón. La observó con más detenimiento. «Menos mal», la bombilla estaba fundida..., aún había esperanza. «Por favor, por favor, que la batería no esté descargada...» 

Sacó las pilas y cerró un circuito entre el polo positivo y negativo con el estropajo de lana de acero. Es el mismo principio físico de la bombillas en cuanto la electricidad entró en contacto con las finas hebras de metal,estas alcanzaron su umbral de tolerancia y lo sobrepasaron, convirtiéndose en cientos de pequeños filamentos incandescentes. Sopló con suavidad,un poco de aire para avivar la llama, y en menos de dos segundos él estropajo ardía por efecto de la electricidad. No existe una forma más rápida y espectacular de hacer fuego de la nada.

Álex no perdió tiempo. Acercó la llama al improvisado cóctel molotov con su carga de acetona, y la mecha prendió al instante. Después lo arrojó por la ventana, apuntando al psicópata del martillo, que continuaba hablando con alguien a través de su teléfono móvil. No sospechaba lo que se le venía encima.

En cuanto el cristal estalló contra el suelo, la acetona se inflamó,prendiendo fuego al pantalón y la americana del matón. No hizo falta más. Los gritos del patrón, como un cerdo en el matadero, alertaron al venezolano, que inmediatamente se dio la vuelta y salió del edificio para correr en su ayuda.

Álex aprovechó ese momento para recoger su bolso, quitarse los zapatos de tacón que había escogido para la cita con Carlos Alberto y echar a correr descalza como alma que lleva el diablo. Tenía poca ventaja. Los matones no tardarían en advertir su fuga...

Operación princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora