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AlexandraCardona respiró hondo. Con el estómago, como le enseñó su padre. Se dio lavuelta y volvió a revisar la habitación, escrutando detenidamente cada detalle. No había mucho en qué fijarse. Definitivamente,era un almacén pequeño. No había ninguna herramienta que pudiese utilizar como arma. Apenas unas cajas de cartón vacías, algunos muebles y trastos desperdigados por el suelo. Algunos trapos sucios, un trozo de estropajo, un cepillo, un bote de pintura reseca... Al fondo, un cubo de plástico, una escoba rota, un cajón de madera. Sobre la estantería,unos botes de cristal vacíos, diarios atrasados, un par de rollos de cinta de embalar, una linterna... Junto a la puerta, una mesa vieja, un par de sillas, más cajas...

«Maldita sea, no veo nada. Papá, papito, ayúdame... Virgencita mía,¿qué hago?» Y como si llegase directamente desde el otro mundo, o desde lo más profundo de su memoria, volvió a escuchar la voz del viejo profesor, repitiendole, como tantas veces en su infancia: Busque herramientas,analice sus opciones, encuentre la solución.

«Herramientas. ¡Eso es!» Alexandra Cardona se agachó tan rápido como pudo y vació su bolso en el suelo del almacén abandonado. Los sicarios le habían arrancado el bolso en cuanto la metieron en el auto apunta de pistola, pero solo le quitaron la batería a su teléfono móvil para evitar que pidiese ayuda. Le habían devuelto todo lo demás. Ese fue su error.

Con apenas seis añitos, su padre le había traído de los Estados Unidos un juego de química, y allí descubrió su fascinación por la transmutación de los elementos, la manipulación de la materia y la magia de transformar unas sustancias en otras, combinando los ingredientes con la pericia de un chef de alta cocina. Allí nació su vocación por la ciencia.Y ahora, en aquel mugriento almacén, tenía que improvisar un plato rápido.

Los objetos cotidianos que pueden encontrarse en la mayoría de los bolsos femeninos, a primera vista inofensivos, se desperdigado sobre el suelo de madera. Afortunadamente, aquella tarde se había citado con su novio y tenía todo el kit disponible, y donde un profano solo veía quita esmalte,rímel, pintalabios o esmalte de uñas, Álex veía acetona, isododecano,ácido carmínico y hasta nitrocelulosa, empleada como base en algunos explosivos. Y había más: un pequeño espejo, horquillas del pelo,unas pinzas de depilar e incluso un pequeño bote de laca para el cabello en spray. Más que suficiente. Un bolso de mujer es mucho más que un contenedor de cosméticos. Es un arsenal de combate.

Se asomó a la ventana, justo para ver cómo el venezolano introducía el cuerpo de su novio en el maletero, y sintió que le flaqueaban las piernas.«Casi no hay tiempo. Reacciona, Álex, ya llorarás después...»

Tomó las pinzas de depilar y una de las horquillas y se acercó a la puerta. La cerradura era bastante antigua, no sería ningún problema. Su hermano mayor, John Jairo, le había enseñado a abrirlas con relativa facilidad,cuando siendo un adolescente se había juntado con las peores compañías del barrio. Su madre los encerraba en la casa para obligarlos a estudiar en las tardes de verano, y ellos aprendieron a quebrantar el castigo forzando la puerta de su cautiverio con cualquier objeto que tuvieran a mano. No es necesario ningún juego de ganzúas. 

Una vez conoces el funcionamiento de una cerradura, es más que suficiente con un trozo de metal en forma de L que permita presionar el cilindro mientras otro metal recto juguetea con los pistones. Con los candados existe otra técnica igual de sencilla que John Jairo también le había enseñado de niña, para poder abrir el arcón de los juguetes cuando su madre, enfadada por alguna travesura, se los escondía como castigo. ¿Dónde estaría su hermano mayor ahora? ¿Seguiría con vida? Cada cierto tiempo la policía o algún agente de la inteligencia colombiana las molestaba preguntándoles si sabían algo de John Jairo, pero hacía meses que no se pasaban por casa...  

Operación princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora