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Y por fin llegaron al territorio africano. Las prostitutas negras se mimetizan mejor en la noche y tenían fama de ser más violentas.

En cuanto Luca detuvo el vehículo, varias se acercaron, pensando que se trataba de un grupo de clientes a la caza de una o varias de ellas para una fiesta privada. No es raro ver coches con dos o más ocupantes en la Casa de Campo, en busca de alguna chica dispuesta a practicar sexo en grupo. Ni siquiera es raro ver parejas heterosexuales, o incluso lesbianas, interesadas en alguna prostituta para materializar sus fantasías interraciales. Nada es raro en la Casa de Campo. Ya todo es habitual.

En cuanto los agentes mostraron la placa, tuvieron que reaccionar rápido para evitar que todas las prostitutas salieran a la carrera. A las meretrices no les gustan los polis. Y tienen sus razones.

Tranquilas, tranquilas, no somos de Extranjería, no corráis, solo queremos haceros unas preguntas... Luca tuvo que bajarse a toda prisa del coche, y enseguida adoptó el rol conciliador de un negociador. Por favor, no os asustéis, no pasa nada. Solo queremos hablar un momento... La agente consiguió que un puñado de aquellas chicas se quedase en el sitio, pero el resto había echado a correr, perdiéndose entre los árboles como fantasmas en la noche, nada más ver las placas de policía. Su habilidad para trotar con tacones de diez centímetros resultaba sorprendente. Sus compañeros se ocuparon de cerrar el paso a las despistadas para que Luca pudiese comenzar los interrogatorios.

La joven guardia intentó contener los nervios. Le impresionó el miedo que se podía intuir en aquellas miradas. Pupilas contraídas por el resplandor de los focos del coche, que reflejaba la luz en aquellas pieles de ébano como si se tratase de curtidas joyas de azabache. La mayoría eran muy jóvenes. De cuerpos fibrosos, musculados, aunque no en el gimnasio, sino en el calvario de un viaje duró desde las entrañas de África hasta la soñada Europa, en el que solo sobreviven las más fuertes. Luca pudo ver que algunas lucían tatuajes tribales en sus rostros y cuerpos, y otras cicatrices de algún tipo de ritual animista extraño de sus aldeas de origen. Todas tenían miedo. Un miedo evidente y casi incontenible. Pero a qué? A la policía?

Se sacó del bolsillo una fotografía tomada al rostro de la cabeza encontrada en el contenedor de basura y empezó a mostrarla a todas las prostitutas africanas de la zona. Emplearían horas en interrogar a todas las chicas de color de aquel tramo. Había cientos, aunque ninguna quería hablar. No sabían o no querían saber quién era la mujer de la foto. La noche iba a ser larga. Pero el Capitán le había confiado una misión, y no estaba dispuesta a decepcionar....

Operación princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora