Álex echó a correr, pero antes tomó prestado algunos botes de componentes químicos de la estantería y algunas herramientas de la mesa más cercana a la puerta del ala sur. Salió por la parte de atrás del edificio, la que da a la facultad de farmacia, dejando a la izquierda el viejo bloque de ingeniería y con él la memoria de sí novio asesinó. En ese momento echó la vista atrás, y todos sus temores se confirmaron. Reconoció inmediatamente al sicario de acento venezolano que pretendía violarla y ejecutarla menos de doce horas antes. Todavía tenía una expresión de furia en la mirada. <<Corre, Álex, corre..>>
A pesar del dolor que sentía en los pies, aceleró el paso. Atravesó el bosque delJaguar y la Playita, esquivando como pudo a docenas de estudiantes. La Playita era lazona verde de descanso preferida por la mayoría de alumnos del campus, que tuvieron que hacerse a un lado para dejar paso a aquella loca que corría como si lapersiguiese el mismo demonio.
El sicario era rápido. Le estaba comiendo terreno y el dolor en los pies era cadavez más insoportable, pero Álex siguió corriendo hasta llegar a la plaza del Che,emblemático punto de encuentro de la Ciudad Blanca. Allí se paró en seco. De frente,asomando por la esquina de la torre de enfermería, descubrió al hombre que habíaasesinado a su novio la noche anterior. El sicario del martillo de carpintero cojeaba unpoco por las quemaduras. Reconoció también la bolsa de deportes amarilla quellevaba al hombro: era la misma que Carlos Alberto le había pedido que le guardaseen su armarito días atrás. Se maldijo por no haberse tomado la molestia de averiguarsu contenido. «Si la hubiese revisado, quizá nada de esto habría pasado —pensó Álexmientras el sicario clavaba en ella su mirada—. El coño de madre sonríe porque metienen rodeada».
Alexandra Cardona respiró hondo. De su próximo movimiento dependía laresolución de la partida. A la izquierda de la plaza, el auditorio León de Greiff, con laimagen más famosa del Che Guevara en su fachada y donde había asistido amúltiples conferencias, congresos y eventos científicos. Conocía bien sus salas ypasillos, era una buena opción. A la derecha, la gigantesca Biblioteca Central delcampus, con fama de ser la mejor de Colombia: un edificio laberíntico de cuatroplantas, con escaleras zigzagueantes, anchas columnas y salas repletas de estanteríasatestadas de volúmenes. Y con las hermosas esculturas a tamaño natural de lacolección Roberto Pizano, algunas de las 239 piezas de arte que reproducen lasgrandes estatuas griegas, romanas, góticas o renacentistas que salpican las salas deledificio y su vestíbulo principal. Las efigies de patricios, senadores y pretores eranuna premonición de su destino, pero ella no podía saberlo...
Aquel era el lugar preferido de Alexandra Cardona en todo el campus. Solo en ellaboratorio había pasado más horas que en aquella biblioteca, que conocía como lapalma de su mano. Evidentemente, esa era una mejor opción. Enroque a la derecha.
Álex echó a correr hacia la entrada principal. A partir de entonces todo ocurriómuy rápido, sin casi dar tiempo a los estudiantes ni a los empleados que seencontraban en la Biblioteca Central para reaccionar.
La joven entró en el edificio como en tromba, con el sicario del martillo pisándolelos talones. Esquivó una de las estatuas de Pizano del vestíbulo. Amagó en la segunday bordeó la tercera antes de echar a correr hacia las escaleras del ala derecha. Intentósubir los peldaños de dos en dos, pero el matón los subía de tres en tres. Inútilescapar, el hombre era más rápido, más alto y de mayor zancada. Antes de llegar a lasegunda planta sintió cómo una mano atrapaba su tobillo y cayó al suelo. El sicariosonreía satisfecho.
—¡Ya la tengo, perra!Volvió a subestimarla.
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Operación princesa
Mistério / SuspenseUna mujer vejada, un sistema corrupto, una venganza implacable. Ojo no es mi historia, es de mi autor favorito :))