Capítulo 4

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Cerró la carta y la guardó en la estantería.

La dejó encima de todas las cartas abiertas y leídas que sus padres le habían estado enviado durante el curso. Solo llevaban tres meses en Hogwarts y el montón de cartas era de dimensiones considerables. Sus padres le habían escrito todas las semanas, sin excepción. Su madre más que su padre. Pero no lo culpaba por ello, sabía que estaba demasiado ocupado con el trabajo.

Quedaban pocas semanas para volver a casa por Navidad, y su madre le había escrito para hacerle saber las ganas incontenibles que tenía de verle, a él, a James y a Lily. En la carta también le incitaba a que hiciera un último esfuerzo en esos exámenes finales del semestre.

Albus suspiró.

La habitación estaba vacía. Sus compañeros habían salido corriendo a ver el partido de Quidditch entre Ravenclaw y Gryffindor. Era el segundo partido de la temporada pero Albus no tenía ninguna intención de ir. Sabía que su hermano jugaba y que todo el mundo estaría eufórico de ver al intrépido James Sirius Potter en acción, pero Albus aborrecía todo aquello. Y se negó a ir.

Fue hasta la Sala Común con la intención de sentarse en uno de los sofás a ver pasar el tiempo. Un domingo de Diciembre en el que lo único que te apetece es sentarte en la cercanía de un buen fuego, mientras bebes chocolate en buena compañía. Pero Albus no tenía cerca ningún fuego, ni tenía chocolate caliente y tampoco compañía.

Se sentó en el sofá de piel negra, recogió las piernas poniendo los pies sobre la tapicería y perdió su mirada en algún punto de la Sala.

Rose estaría viendo a James jugar con entusiasmo, junto al resto de la Casa Gryffindor. Y allí sentado, totalmente solo, recordó vagamente aquel día de finales de diciembre de hace ya tanto tiempo, cuando estuvieron todos en casa de sus abuelos por Navidad. Los jardines de la Madriguera eran el escenario perfecto para que su padre y Ron les enseñaran a montar a escoba. Albus tenía 7 años; Rose y James 8; y Lily y Hugo eran demasiado pequeños para estar a la intemperie por el frío temporal que sufría Inglaterra aquel diciembre.

Harry y Ron habían traído todas las escobas que habían encontrado por casa. La gran mayoría eran de Ginny, de cuando jugaba para las Arpías de Holyhead. Cada uno se montó en una escoba. A James se le dio perfecto a la primera, ni siquiera escuchó a su padre en las explicaciones previas a levantar vuelo. A Rose le costó un poco más, pero no tardó en cogerle el truco a la escoba y superar a James en velocidad. Cuando llegó el turno de Albus la escoba se quedó inmóvil en el suelo y —en conseguir que alzara el vuelo— apenas pudo subirse y volar. Miraba hacía arriba y veía a su hermano surcar los bajos cielos de la Madriguera, meciéndose con el viento cual pájaro. Harry y Ron vitoreaban a James, felicitándole y asegurando que era el número uno. Albus siempre se había sentido inferior a su hermano. James siempre era el mejor en todo, siempre era un poco mejor, siempre destacaba sobre él.

Desde aquel día Albus lo entendió; jamás estaría a su altura.

—¡Hey! —Albus notó un suave golpecito en el hombro—. ¿Qué haces aquí solo?

Albus se giró.

Scorpius Malfoy se erguía frente a él.

Siempre con una sonrisa, siempre tan alegre y vivaz.

—Pensé que solo hablábamos cuando estamos en la biblioteca...

—Eso va a tener que cambiar, ¿no crees? —dijo Scorpius sentándose a su lado.

Albus asintió.

—¿Cómo que no estás en el partido? —le preguntó Albus—. ¿El Cazador de Slytherin perdiéndose un partido enemigo?

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