Capítulo 8

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Scorpius caminaba hacía la biblioteca cuando vio a James Potter caminando unos pasos por delante. James entró y fue a sentarse frente a Albus —en aquel lugar donde ellos pasaban todas las tardes juntos—. Malfoy se acercó hasta quedar a una distancia prudente y se escondió tras una estantería que quedaba lo suficientemente carca para poder oír lo que decían. La conversación ya había comenzado cuando Scorpius escuchó a Albus y a James hablar.

Es el libro de Draco Malfoy. ¡De Draco Malfoy, Al! ¡Un maldito Mortífago!

¿Y qué quieres que haga, eh?

Scorpius estaba tan acostumbrado a todo aquello que —en parte— el dolor ya no era tan intenso. Que llamaran Mortífago a su padre, o incluso a él mismo, se convirtió en el pasa tiempo favorito de James y sus secuaces durante los primer años en la escuela. Admite que en un principio esas palabras eran duras de soportar. Le dolía que hablaran de su padre cuando ni si quiera le conocían. Para Scorpius no había indicios de Mortífago en su padre, si alguna vez lo había sido ya no quedaba nada de eso en él. La única prueba que Scorpius había tenido había sido la marca tenebrosa tatuada en el antebrazo de su padre. Marca que pocas veces había visto.

— ... De todos modos, Malfoy me da igual. Es bueno en clase y me ayudó con los deberes. Solo es eso, me aprovechó de él para los deberes. No es mi amigo y no dejaría que lo fuese porqué es un Malfoy.. ¡Joder! ¿Por qué iba a ser amigo de Malfoy?

No quiso seguir escuchando. Se negó a escuchar nada más de lo que saliera por la boca de aquel mentiroso. Mentiroso, no había otra palabra para describir lo que Albus era. Mentiroso, interesado, falsa, egoísta, embustero, hipócrita. Un Potter. ¿Cómo podía haber caído en las mentira de Albus Potter? ¿Cómo podía haberse dejado engañar? ¡Iluso! Se había creído las palabras de alguien que solo había querido aprovecharse de él.

Salió corriendo de la biblioteca y fue directo al campo de Quidditch.

Se sentía traicionado, humillado. Bastante había hecho James en un pasado —y presente— para que ahora su hermanito se riera de él de esa manera y con ese descaro tan característico en ellos. La traición quemaba bajo la piel. Ardía.

Llegó hasta el campo y, cogiendo la escoba del armario, alzó el vuelo con dirección a ningún sitio. Voló tan alto como pudo, sin mirar abajo, sin apenas parpadear. Recordó como habían sonado aquellas palabras y cada vez que lo hacía, dolía y ardía con más intensidad. Habían sonado tanta convicción que no existió lugar para la duda en Scorpius, la pesadilla era real. Era como volver al pasado, volver a sus primeros años.

Pensar en Albus le dolía, en su sonrisa, en su voz, en su pelo negro alborotado, en ese pequeño hueco en la mejilla derecha cuando ríe, en esa manera tan suya de mirarle y arrebatarle el aliento, en como hacía todo posible por verle sonreír, en como le separaba cada tarde desesperado por no saber hacer los deberes, en sus ojos. Voló más alto y pensó en como dolía no poder volver a confiar en aquellos ojos, tan verdes como el emblema de la casa que compartían.

Era tan injusto. ¿Qué había hecho Scorpius para merecer esto? ¿Qué había hecho en esta vida para cargar con el peso de ese apellido? La respuesta llegó sola al ver las cicatrices sobre la piedra del castillo. Piedras de diferente color que reconstruían lo que una vez fue destruido. Aquella guerra, aquella maldita guerra que aún castigaba a su familia. Y le castigaba a él.

Surcaba el cielo, buscaba olvidarse de las palabras de Albus. Quería olvidar aquellos dos últimos meses con él, dejar que las cosas volverán a ser como eran antes de que aquella absurda amistada comenzara. Había sido una tontería. Algo absurdo. Puede que Albus hubiera despertado algo que no entendía, algo que provocaba una furia más intensa al ser traiciono. Quizás si hubiera sido otra persona la que se hubiera aprovechado de él por los deberes no le hubiera dolido tanto como le duele Albus. Pero Potter había despertado en él, algo que Malfoy no llegaba a entender.

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