Capítulo 23

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Quedaban dos días para que el tren saliera hacía Londres de vuelta a casa. Los alumnos correteaban por el castillo, algunos ilusionados y otros —como Albus— arrastraban los pies, intentando congelar el tiempo y retrasar la vuelta a casa como fuera. Pero las manecillas del reloj seguían funcionando, y por mucho que Albus intentará detener el tiempo, este seguía avanzando incansable. Las clases habían acabado hacía una semana, la ropa en sus baúles ya estaba casi toda empaquetada y ya poco quedaba por hacer en Hogwarts.

—No quiero irme.

—Al, no seas fatalista... Sólo son tres meses.

—Tres larguísimos meses sin Scorpius —lloriqueó Albus.

—Eres un drama —dijo Rose—. Podéis veros. ¿No irás a quedarte encerrado en casa todo el verano lamentándote lo triste que es tu existencia por no poder estar con él?

—Me deprimes.

—Te imaginó en tu habitación —se burlaba su prima—. ¡Oh, Scorpius... Necesito besar tus labios, acariciar tu pelo repeinado de engreído, rozar tu piel con la mía, que me metas tu enorme...

—¡Rose! —Albus le puso la mano en la boca, callando sus palabras antes de que las escuchara quien no debía—. ¿Podrías dejar de comportarte como una insufrible Gryffindor y ser un poquito más discreta?

—Está en mis venas, Al —se jactó—. Y admite que es verdad.

—¿Qué la tiene enorme? —Albus no pudo evitar seguir con la broma—. Sí, mucho.

—¡Albus! —Rose dibujó una mueca—. Eres un cerdo. Que horror, no me refería a eso. Déjalo, vamos a comer algo...

Las mañanas libres sin clases eran el mejor momento para pasar un rato con Rose al aire libre. Los jardines se habían convertido en su sitio favorito para estar con ella, con la libertad de poder hablar de cualquier cosa sin miedo a que alguien los escuchara, por mucho que Rose gritara. El sol brillaba con fuerza y el pelo de su prima era más naranja que nunca bajo aquella luz. Albus estaba feliz y dentro de aquella aura luminosa todo parecía mucho más hermoso.

El Gran Comedor estaba a rebosar, lleno de alumnos que caminaban de aquí para allá. Ya no había clases, y cada cual iba y venía a su antojo por todo el castillo. Pocos alumnos se sentaban en las mesas de sus respectivas casas, todos estaban mezclados y a nadie parecía importarle. Los últimos días de curso se olvidaban las casas, el ganador de la Copa, los prejuicios, el Quidditch, se olvidaba todo y solo quedaban las personas. Esa era la magia que Albus veía debajo de todo aquel manto que cubría el castillo durante el curso. En los últimos días se olvidaba todo, se abandonaba todo sentido de la competición y la armonía reinaba bajo el sol abrasador de verano.

—¡Hermanito querido! —James apareció tras él, lo rodeó por los hombros y lo acompañó hasta la mesa de Gryffindor—. ¿Ya has empaquetado tus cosas?

—Todo listo.

—Que responsable eres, no sé como lo consigues.

—Imagino que tu se lo pedirás a Lily.

—Sobornarla con chocolatinas de Honeyducks me está saliendo muy caro últimamente. Tendré que buscar otra forma... —dijo James con una sonrisa. Albus agradecía que su hermano hubiera cambiado la actitud para con él, todo era más fácil así.

—¿Te quedas a comer con nosotros, Al?

Daren estaba sentando en la mesa, justo hasta donde James le había arrastrado. Más alumnos de Gryffindor se congregaban allí, pero Daren destacaba sobre todos ellos. No habían cruzado más de dos palabras en los últimos meses, no desde el altercado con Scorpius en Hogsmeade y el castigo de McGonagall. Albus lo había preferido así, distanciarse totalmente de él había sido la mejor opción. Ahora las cosas estaban más relajadas, todo parecía haberse convertido en cosa del pasado. "Que bien te sienta haber madurado, Harrelson". Pensó Albus. Quizás con el tiempo podría darle la oportunidad de volver a ser amigos, como lo fueron al principio. Lo cual no era tan descabellado, porque tendría que verlo durante todo el verano. Daren y James ya habían hecho planes para todos los fines de semana de los dos próximos meses, solo faltaba la aprobación de sus padres y Harrelson estaría paseándose con su hermano por Grimmauld Place a su antojo.

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