Prólogo

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Arthur Kirkland, se lo conoce por ser todo un caballero.

Una persona correcta y elegante. Enriquecido de modales y etiqueta, con un vocabulario amplio y enriquecido, y un elegante y altanero tono de voz.

Quizás un poco malhumorado, algo enojon y aburrido, pero eso no quiere decir que no tenga un lado lindo.

Es tonto pensar que alguien como él podría llegar a enamorarse, pero todo puede pasar. Lo que el jamás se imagino es que podría llegar a enamorarse de ese odioso argentino.

Pero no era ese amor sin sentido, ese en el que se envían mensajitos de "te amo" y ni siquiera lo sienten.
No era de ese amor entre adolecentes que se dicen "te amo" por tres meses y después terminan en nada.

No.

Esto era amor de verdad.

Ese amor que te hace querer saltar bien alto y reír a carcajadas.

Ese que te desvela y no te deja dormir, que te hace dar millones de vueltas en la cama y que no importa las veces que intentes olvidarlo, seguís pensando en esa persona.

Ese que te llena la pancita de mariposas y te hace querer abrazar a todo el mundo.

¿Vieron cuando sienten ganas de subir a la montaña más alta del mundo y gritar con todas sus fuerzas hasta quedarse sin voz?

Bueno... así es exactamente como él inglés se siente.

¿Qué le vio? ¿Qué llegó a enamorarlo? ni siquiera él lo sabe.

Sólo sabe que lleva más de dos años con esta locura. Dos años de mirarlo a escondidas e imaginar cosas imposibles con él.

Porque eso son, cosas imposibles.

No importa cuanto lo piense, cuantas veces lo analice, Martín jamás llegará a aceptarlo.

¿Por qué?, simple.

Se odian... según Martín; y es verdad que hubo un tiempo en el que el odio era mutuo, pero ahora ya no. Martín lo odia, Arthur lo ama.

Y es que lo destroza el pensar que jamás podría llegar a pasar algo entre ellos. Es difícil aceptarlo, pero tenía que ser sincero con el mismo, aunque le duela en el alma.

No podía pintar un mundo de rosa cuando en realidad es negro. No todo en la vida se consigue.

El amor a veces puede herir mucho a un corazón y el europeo lo sabía muy bien.

Lo único que podía hacer era mirarlo desde lejos, examinar cada parte de él, hasta los más mínimos detalles, y luego intentar reterlo en su mente.

Ni siquiera en las reuniones podía estar cerca de él, ya que los latinos se sientan lejos de los europeos.

Le molesta que el argentino sea tan idiota que ni siquiera se da cuenta. Es que jamás le presto atención.

Cada vez que se cruzan, Martín fulmina a Arthur con una mirada fría que destila odio puro. Y es en esos momentos cuando el inglés siente que el mismo amor le arranca el corazón del pecho y comienza a jugar un partido de fútbol con él, y le pega un izquierdazo y el corazón vuela y vuela y se sale del estadio.

La verdad, se sentía algo culpable, Martín no tenía motivos para amarlo y jamás los tendría.

Y eso lo mataba.

Más de uno ya se había preocupado por él, ya hacía varios días que se lo notaba algo deprimido... ¡Y hasta Francia le había preguntado que le pasaba!

Y claro, le contaría todo al "señor botella de vino" (sarcasmo)

La verdad no es tan mala idea, después de todo, Francia es el país del amor... pero no se iba a rebajar a pedirle ayuda... además ¡Argentina es sobrino de Francia!, imaginate que pasaría si se entera que esta enamorado de su sobrino.

Eso sólo le traería problemas.

Necesitaba hablar con alguien. Contarle a alguien que le pasaba.

Había pensado en ir con Alfred, pero el solo se reiria.

Quizás si le dice a Victoria... No, tampoco ayudaría, bueno, conociendola, reaccionaria de una forma no muy aceptable.

Así que decidió a ir con su mejor opción. Viajó directo al Sur de América... más precisamente, a Chile.

Manuel era una de sus personas más confiables, un buen amigo al que podía contarle todo, aunque no sabía mucho de amor como para aconsejarle, pero por lo menos podría hablar con el y desahogarse un poco.

Sabía que el chileno no iba a burlarse de el, ni tampoco a reírse... pero eso no lo tranquilizaba del todo.

¿Cómo le explicaba que esta enamorado de un hombre?, Y peor, ¡De su vecino argentino!

Sabía que Manuel no tenía nada en contra de la homosexualidad, pero por favor, contarle a alguien que estas enamorado de una persona de tu mismo sexo no es algo fácil.

Fue muy bien recibido por el Latino, se sentaron a tomar té y Arthur comenzó a hablar.

Le explicó todo con paciencia, detalle por detalle, el castaño en algún momento lo miró impresionado.

Osea, ¿tanto confiaba en el para contarle tal cosa?, y además ¿Dijo que estaba enamorado de Martín?

Fue difícil, pero al final Manuel terminó escuchando cada palabra del inglés

Se le hacía difícil creerlo ya que... ¡Vamos! Arthur siempre odio a Martín, y que venga así de la nada a decirle que esta perdidamente enamorado de el es algo difícil de procesar.

Hablaron un buen rato sobre el tema, el castaño trataba de animarle como podía, aunque no ayudaba mucho.

Le había dado la idea de que hablará con Francis, pero Arthur se negó, no quería ayuda de ese pervertido. De seguro saldría violado o algo así.

En un momento habían hablado de hacer una carta anónima, pero no le dieron mucha importancia al tema.

Y sin una solución en manos, el inglés abandonó la casa del chileno, obvio, agradeciendo la buena atención y el té.

Fue todo el camino hacia su casa pensando, como podría sacar a ese engreído argentino de su cabeza. Literalmente era imposible.

El amor puede más que la mente.

De repente, recordó lo que el chileno le había dicho, hacer una "carta anónima".

Lo pensó unos segundos.

No era tan mala idea, si le escribía una carta podría expresarse mejor, es más fácil escribir lo que siente que decirlo... por más cobarde que suene.

La verdad no ayudaría mucho ya que, es una carta "anónima", pero por lo menos se sacaría un peso de encima... ¿o no?

Por lo menos podría decirle lo que siente... aunque el no sepa quien le escribió la carta.

Estaba decido, escribirá cartas.

Apenas llegó a su casa llamó al chileno para decírselo. Manuel pensó que sería una buena idea y le recalcó un millón de veces que sea "muy cursi".

Y así es como el inglés comenzó a derramar todos sus sentimientos en una delicada hoja de un color crema. Con una delicada y elegante letra cursiva, explicaba todo lo que sentía.

Sin detenerse, sin cansarse.

Necesitaba que el argentino lo sepa, y si esta era la única forma posible, para el, de que Martín se entere, entonces debía hacerlo bien.

Aunque no gane nada, debía hacerlo, sentía que tenía que hacerlo.

Aunque a Martín no le importe y, probablemente, jamás se entere de quien es, debía hacerlo.

Aunque le lleve horas escribir, no le importa.

Después de todo, el amor es así.

Cartas Anonimas [ArgUK] (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora