Capítulo 5: Fiel informante

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Hoy decidió salir a caminar un poco por el lugar. El establecimiento es grande y tiene un hermoso jardín que genera un ambiente de paz y tranquilidad. Las últimas reuniones a las que los estaba convocando Alfred no tenían ningún sentido y solo le hacían perder el tiempo, y la verdad, Arthur no era una persona demasiado paciente. Pero esta era la última vez que cedía ante los caprichos del americano.

Habían bastantes personas, entre ellas, algunos otros países que se aburrían ante el propósito totalmente irrelevante de esta reunión y sólo salían a tomar aire o a esperar a que se hiciera el momento de irse. Caminó observando las flores y deteniéndose cuando veía una que llamaba su atención.

A lo lejos se podía ver un árbol de naranjas, bastante grande. Se acercó, tentado por el vivo color de las frutas y sus hojas, tal vez podría comer algunas. Sentía que necesitaba algo dulce que lo movilizará un poco, y la mezcla ácida y dulce que brindaba la naranja era perfecta.

Se estiró un poco para poder alcanzar una, pero inmediatamente se detuvo. El árbol no era suyo, eso sería robar y robar es de personas muy vulgares. Se alejó un poco y le dió la espalda al árbol, cruzándose de brazos, totalmente dispuesto a conservar sus principios. Volteó su rostro para mirar las que se habían desprendido de sus ramas y ahora se encontraban en el suelo, y por simple inercia alzó la mirada, encontrándose con dos personajes que robaron toda su atención.

Rápidamente se escondió detrás del árbol, pues a lo lejos se encontraban el argentino y el brasileño hablando con los rostros muy cerca, el rubio tenía en su mano un papel, el cual se le hacía bastante familiar debido a su color y visible textura. Algo le indicaba al moreno ya que señalaba la hoja y movía sus labios rápidamente, el brasileño le prestaba bastante atención y de vez en cuando le respondía. Martín hizo varios gestos con su otra mano, típico de él, haciendo que el inglés plasmara su absoluta atención en él, sentía sus mejillas arder un poco, esa era una de las cosas que inconscientemente (porque, claro, no lo iba a admitir) le gustaban del latino. Esa forma tan extraña de expresarse con las manos, algo pocas veces visto y aunque parezca un accionar raro, en él se veía encantador.

Sintió que alguien le tocó el hombro, provocándole un gran susto y por simple inercia lanzo un puño que terminó estrellando la cara de la persona que lo había asustado. Un grito quebrado lo hizo tomar conciencia y observó, aún con el corazón acelerado, como el francés se revolcaba en el suelo cubriendo su rostro. Bueno, tenía que admitir que había sido bastante fuerte, pero no podía controlar sus instintos ante un susto así.

—¡Francis, eres un tonto! —Gritó y rápidamente se dió cuenta de que debía bajar la voz, tal vez el argentino se de cuenta de que estaba ahí—. No puedes asustarme así —Dijo con un tono de voz más bajo y volvió a mirar a los dos latinos para asegurarse de que no se habían percatado de la situación.

—Estoy bien, he recibido peores golpes —Confesó el galo, mientras se levantaba del suelo—. Tuyos, debo agregar.

El inglés pasó totalmente por alto las palabras del francés, como si no le hubieran hablado, y continuó observando a los jóvenes. A Francis le llamó la atención lo concentrado que se veía, así que se posicionó detrás de él y asomó la cabeza por sobre su hombro, y así poder observar lo que tanto llamaba su atención.

—Si sigues así terminarás con una denuncia por acoso —Bromeó el galo al ver a los dos jóvenes a lo lejos, seguidamente soltó una risa que sólo logró irritar a Arthur.

—Shh, él no sabe que lo miró. Llevo aquí un buen rato y aún no lo ha notado.

—Sí —Respondió pensativo—, respecto a eso... tenemos que hablar —Soltó inesperadamente.

Arthur volteó rápidamente y lo miró asustado, eso no podía significar nada bueno.

—¿A qué te refieres? —No logró sostener el tono de voz, sus manos comenzaban a sudar.

—Creo que deberíamos hablar en otro lugar —Dijo el galo, mirando en dirección a los latinos—, mirá, naranjas. —Se agachó para agarrar dos y le ofreció una al menor, quién la tomó bruscamente debido al temblor de sus manos.

El francés comenzó a caminar y Arthur simplemente lo siguió, sin cuestionar nada. Sentía la garganta seca y el cuello tenso, al final terminaron cerca de un lago donde no había nadie más que ellos dos y se sentaron debajo de un árbol. El francés comenzó a devorar su naranja mientras el otro no podía relajarse.

—¿Y bien? —Carraspeó un poco, su voz sonaba un poco averiada.

—¿Qué? —Preguntó el galo, parecía tener todas las intenciones de hacerlo enfadar.

—¿No tenías algo que decirme? —Recordó el inglés, su paciencia comenzaba a extinguirse.

Francia soltó un pequeña risa ante la obvia exasperación del menor, le revolvió el cabello y le arrebató la naranja. Arthur no hizo nada ante ese gesto, pero claramente le molestó, pensaba comérsela.

—Está algo inquieto, ¿sabes? —Soltó el galo—. Estuvo toda la reunión mirando la letra de las personas. Está buscándote —Dijo tranquilo, mientras intentaba quitarle la cáscara a la fruta.

Arthur tragó duro, sintió su corazón acelerado, como si estuviera al borde del infarto. Se levantó bruscamente del césped, Francia lo siguió con la mirada, no logró ver bien su rostro, pero parecía tener la mirada perdida.

—¿Estás seguro? —Preguntó Inglaterra, con un tono de voz tan apagado, como si estuviera reprimiendo todas sus emociones.

—¿Qué gano con mentirte?

—¡Diablos! ¡¿Qué voy a hacer?! —Exclamó exaltado, agarrándose los pelos— ¡Si se entera que soy yo va a odiarme más de lo que ya lo hace!

El galo, que presenció toda la escena con asombro, se levantó rápidamente del suelo y lo tomó de los hombros, con la intención de calmarlo.

—¡Por Dios, cálmate! —Gritó, pero no obtuvo respuesta, el inglés seguía exaltado.

Le dió una fuerte bofetada, lo que efectivamente consiguió que él inglés quedará anonadado. Francia creyó que había logrado hacer que se tranquilice, pero lo único que logró es que el menor intercambiara emociones, ahora estaba enfurecido. Le devolvió la cachetada, aún más fuerte que la del francés, y así comenzó un ida y vuelta de golpes que terminó en una gran pelea entre ambos europeos. Sin ningún sentido, claro, no solucionaban nada con esas peleas absurdas.

Ambos rubios terminaron, nuevamente sentados bajo el árbol. Golpeados e incluso sangrando un poco, ambos sin decir nada, tal vez porque ninguno de los dos tenía algo que decir para justificar ese comportamiento tan infantil, porque sí, ambos sabía que era algo realmente estúpido y que no cabía para nada en la situación.

—Deberías aprender a controlar tus impulsos —Regañó el francés, rompiendo el incómodo silencio.

—¡¿Yo?! —Volvió a alterarse— ¿Por qué mejor no te... ? —Se detuvo en sus palabras, se dió cuenta de que en realidad estaba probando el punto del galo y darle la razón es algo que jamás haría.

—Arthur, sólo te diré una cosa —Suspiró—. Tarde o temprano él se dará cuenta de la verdad, ¿no crees que es mejor que lo sepa de tu boca? —El inglés hizo caso omiso a sus palabras y apretó los labios, encontrando el doble sentido en la pregunta—. Puedes hacer lo que quieras, es tu vida, pero ten en cuenta que Martín ya ha tenido muchas decepciones de tu parte. —Le dió un leve golpe en el hombro, en forma de de aliento y se levantó del lugar.

El inglés quedó en silencio y el galo simplemente se marchó del lugar, probablemente vuelva a verlo más tarde, la reunión aún no terminó. Repasó un poco esas últimas palabras y no pudo evitar sentir una sensación de miedo e impotencia dominando todo su cuerpo. Decidió quedarse en el lugar, debía pensar bien las cosas.

Cualquier acción de más podría romper el frágil hilo que quedaba entre él y el latino.

Cartas Anonimas [ArgUK] (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora