parte 13

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El estado físico de Diego era ya decadente, se veía muy limitado pues no podía realizar mayor esfuerzo físico. 

Tomó una navaja y comenzó a hacer pequeños cortes que no eran muy profundos en cada parte del cuerpo de María que a él se le antojara. La piel de María comenzaba a ampollarse debido a las quemaduras, el dolor de los cortes no eran nada en comparación al ardor de las llagas en todo el cuerpo. Diego observo su entorno y después de una corta búsqueda, fue a la cocina, de donde regresó con varias botellas, comenzó a verter litros y litros de miel de abeja sobre el cuerpo lacerado de María, hasta haber vaciado todas las botellas. 

Esto, hasta cierto grado, daba un alivio temporal al dolor de las quemaduras, pero lo maléfico de la obra era que la miel estaba atrayendo a un ejército de hormigas rojas. María se hallaba esclavizada junto a un enorme nido de hormigas, miles y miles de estas parecían hacer formaciones de batalla y desfilar hacia la miel vertida sobre el cuerpo de la mujer. Un ejército que lenta e implacablemente recogía su dulce botín, llenando a la vez de miles de dolorosas picaduras.

 El solo correteo de las hormigas sobre aquella piel tan irritada era ya insoportable. Las ampollas abiertas en la piel, facilitaban que la miel se introdujera en ellas, así como también lo hacía en aquellos cortes hechos anteriormente, esto provocaba a las hormigas a arrancar pequeños trozos de endulzada piel, trozos tan pequeños como la cabeza de un alfiler, pero tan dolorosos como arrancarse las uñas con los dientes. 

Diego sabia que las hormigas poco a poco, terminarían con su trabajo y dejo a María a cargo de ellas. Abandono el lugar en busca de ayuda médica. Su tercer y última víctima estaba lista, aunque él realmente nunca la vio morir. 

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