Nueva vida

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«¡Amber! ¡Amber, ven aquí!»

La perra trajo alegremente el palo a su dueña, agitando su cola, ladrando de anticipación para que esta le lanzara ese juguete encontrado por casualidad en la playa.

Sentada en la arena, con sus pies desnudos hundidos en ella, y con el ruido de las olas de fondo, la joven sonrió al ver a su perra divertirse de esa manera. Cerró brevemente los ojos cuando una ligera brisa acarició su mejilla, introduciéndose en sus cabellos: ese último año había sido tan intenso para ella.

Después de su marcha de Storybrooke, Regina había decidido emprender un largo viaje a través de los Estados Unidos para encontrar el sitio donde instalarse con su perra, siempre fiel a su lado: Norte, Sur, Este y Oeste: había descubierto las cataratas del Niágara, el Valle de la Muerte, Las Vegas, Nueva York e incluso los ranchos de Texas.

Finalmente fue en California, en estas playas de la costa oeste, donde se instaló. Huyendo del ajetreo de Los Ángeles, había decidido asentarse cerca de San Francisco Bay hacía tres meses.

Después de haber encontrado una pequeña casa aislada, encontró un trabajo en una boutique pret-a-porter. Los días se deslizaban y la vida iba y venía. Evidentemente, ella pensaba a menudo en Storybrooke, sobre todo en Henry, pero al ir pasando los meses, se imaginaba que estaba feliz con su familia, finalmente reunida. Entonces pensó que dentro de algunas semanas cumpliría los 12 años. ¡Cómo pasaba el tiempo...!

Así que había decidido vivir por ella y emprender una vida en este mundo que le ofrecía curiosidades de las que no tenía costumbre. Al abrigo de la burbuja que había sido su maldición, había estado cerrada al mundo exterior. Hoy, saboreaba las alegrías de un café en una terraza, un paseo por las mañanas por la arena teniendo como decorado el sol saliendo en el horizonte, el simple placer de quedarse sentada en la playa, disfrutando del juego con su perra, mucho más grande ahora, pero aún un bebé cuando se trataba de una pelota o de un palo.

Amber había sido un apoyo sin fisura para la joven a lo largo de su reciente periplo, su tabla de salvación, su único lazo con su pasado. Con sus cuatro patas había recorrido muchos estados, ciudades y paisajes. Juntas habían descubierto el mundo que las rodeaba. Y dentro de algunos meses, Regina tenía planificado un viaje a Canadá.

A veces se sorprendía pensando en su vida pasada: el Bosque Encantado, Storybrooke, los Charming, Henry y Emma...Sentía algunos remordimientos antes de acordarse de la indiferencia de unos y de la maldad de otros, lo que le confirmaba que, finalmente, había hecho la mejor elección. A veces sus pensamientos se giraban hacia Emma: se imaginaba lo que podría haber sido su futuro si se hubiera quedado después de aquel beso: ¿planear vivir juntas? ¿Formar una pareja? ¿Y Henry que habría pensado de todo eso? Entonces sonrió: era imposible: ¿la Salvadora y la mala del cuento juntas? Era estúpido...Era mucho mejor así.

Todavía hoy se preguntaba que habría sido del muchacho: el colegio, sus amigos, su familia. ¿Habría logrado que sus padres se juntasen de nuevo? ¿Tendría una noviecita? ¿Pensaría de vez en cuando en ella?

Después un pensamiento la hacía temblar cada vez que le venía a la cabeza: ¿y si habían encontrado la forma de regresar a su mundo? ¿Y si ellos ya se habían ido, sin avisarla? Pero después de todo, ellos ya no querían nada de ella en ese mundo, ¿por qué se les hubiera pasado por la cabeza avisarla para que los siguiera? Y ella, ¿podría volver?

«Buenos días» una voz masculina la sacó de sus pensamientos, mientras que estaba tranquilamente sentada en la arena, Amber a sus pies, mordisqueando un palo. Alzó la mirada para ver a un hombre bastante guapo, barba de unos días, cabellos y ojos claros. Él le sonrió, ella hizo lo mismo «¿Puedo?»

AmberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora