Capitulo III

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Capítulo III

Listas de esperas interminables, quizá ni sobreviviría. Necesitábamos dinero, mucho dinero, para pagar la quimioterapia. Fue cuando me arrepentí de no haber sacado una carrera, o de haber escrito un libro, o de haber triunfado en la vida. Mis padres iban a hipotecar el piso para pagarle el tratamiento, pero la pensión de mi pobre padre apenas llegaba para sobrevivir cada mes. Tenía yo que encontrar un trabajo en mitad de una crisis que azotaba a todo el país y conformarme con un puesto de trabajo con condiciones esclavistas para un sueldo pésimo. Pero no podía hacer eso. No, no tenía tiempo...

Pasaron los días, y mis padres encontraron un gran no a la hora de pedir el préstamo, aun teniendo el piso como aval. Mi hermana iba a morirse sin remedio alguno. Cada día la veía, cómo tosía sangre, cómo el cáncer la consumía con lentitud. No podía permitir que ella siguiera de esa forma. Tampoco aguantaba verla decaer tanto. Una mujer tan fuerte, tan orgullosa, tan presumida, vista como si fuese un cadáver andante. Me fui lejos, a la orilla del mar, a observarlo y sentirme libre. Eso sí que echaba en falta, aunque la humedad me taponase la nariz. Rubí me buscó y acabó encontrándome.

– Siempre venías a este sitio cuando te sentías solo o triste.

– ¿Cuando me sentía solo, dices? Desde que estoy contigo dejé de sentirme así. Pero triste... es inevitable.

Me abrazó, en silencio.

– Esto me pasa por dejarlo todo a medias, ¿sabes?

– No te castigues.

– Ella está ahí, marchitándose... Puto cáncer, joder, mierda, hostias. – me puse furioso, pero de inmediato me tranquilicé. No quería que Rubí me viera así. Siempre que me alteraba ella se asustaba. La abracé con fuerza, apretando su cuerpo junto al mío, y entre lágrimas le dije: – Soy un desastre...

– No lo eres.

– Y débil... Estoy llorando, en vez de haciendo algo para ayudarla.

– No podemos hacer nada. No seas tan duro...

– Pero... algo habrá. Algo tiene que haber.

– ...

Se quedó en silencio. Temblé. Era cierto, no había nada. Yo no era nadie, y no tenía nada. Una familia, a la cual abandoné. Una hermana, que iba a morir. Y mi novia, a quien no podía hacer feliz por completo, aunque viviéramos juntos. ¿Por qué? Porque para que ella fuera feliz, tenía que serlo yo, y me costaba mucho.
Era una sombra para la humanidad. La misma sombra que creía que me seguía. ¿Y si no era nadie, sólo yo mismo y mi paranoia? ¿Era mi mente, interpretando a la sombra como si fuera mi pasado?
No podía hacer nada, sólo dejar que pasase el tiempo escurriéndome el coco buscando una solución.

Los días pasaban lluviosos. Me encerraba en mi cuarto, observando al infinito con la mirada perdida. Mi antiguo cuarto, donde viví tantos momentos. La primera vez que dormí solo, el primer amor a través de internet, mis primeros encuentros íntimos, mis horas de estudios y planes maléficos, mi tiempo invertido en pensar en nada, a la vez que en todo.

Lo había abandonado sin modificarlo, sólo cogiendo algo de ropa. Recordé cuando era joven y jugaba con mis juguetes esqueletos, que vivían aventuras graciosas por todo el mundo que les rodeaba. La cama era un precipicio, el suelo el mar, el escritorio un castillo. Había muchos elementos que imaginaba yo. Esbocé una estúpida sonrisa y cerré los ojos. Sin darme cuenta había dejado de mirar a través de la ventana para centrarme en mi cuarto. Pero en ese momento me quedé con los ojos cerrados y poco a poco el sueño fue adentrándose en mí. Me levanté de la silla y me desplomé sobre la cama. Estaba solo. Mi amada aún no se había echado. Poco a poco fui sumergiéndome en el mundo onírico. Me di cuenta de ello. No muchas veces me había sucedido. Simplemente despertaba al día siguiente recordando los sueños, pero en ese entonces me iba metiendo en uno... y para nada.
Era otro sueño oscuro, en lo que yo flotaba, siendo nadie. Por un momento creí haber muerto. Intentaba moverme, y lo lograba, pero no iba a ningún lado. No había nada. Me mareé muchísimo. Un sentimiento de vértigo y de náuseas me invadió. Abrí los ojos. Seguía en mi cuarto. El techo parecía devorarme. A mi lado, mi amada ya se había acostado. Quise girarme para abrazarla pero el sueño volvió a consumirme. Otra vez, oscuridad, y yo anclado en la nada. Pero esa vez podía avanzar y chocarme con algo. Había un paisaje que yo no lograba ver. Me esforcé por abrir los ojos, pero me resultó imposible. Nada, absolutamente nada.

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