Caminaba por un parque, por un camino que había en el parque. Escuchaba aquella canción, y según avanzaba por aquel camino la canción se oía con mayor claridad. Comencé a correr para conseguir oír la canción y llegué a un lugar donde el camino terminaba y el parque se ensanchaba en un gran campo de flores color rosa clarito, casi blanco. Reconocería ese claro en cualquier lugar, lo vi una vez en una película y me enamoré profundamente de él, de pequeña soñaba que cuando tuviera novio me llevaría allí y me tocaría la guitarra durante el día y, al caer la noche nos tumbariamos a admirar la inmensidad del cielo. En mitad del claro se encontraban dos personas, un niño y otro más mayor, al mayor lo distinguí enseguida, era Liam, y llevaba aquella gorra tan bonita hacia atrás. Para ver al pequeño tuve que acercarme un poco más, y pronto pude comprobar que era Bradley, el vecino del que siempre estuve locamente enamorada pero al que perdí la pista cuando cumplí los doce. En realidad nunca supe el nombre de aquel chico, éramos vecinos pero nuestros padres no tenían buena relación, lo que provocaba que no pudiéramos conocernos, lo había llamado Bradley porque no me gustaba tener a la gente sin nombre y pensé que ese le quedaba bien. Siempre me gustó aquel chico.
La música paró de repente y yo salí de mís pensamientos, quería saber cual era el título de esa canción, sentía la terrible necesidad de saberlo y, fue entonces cuando vi como Liam abrazaba a Bradley y ambos me miraban sonrientes.
Desperté de golpe con las sonrisas de ambos chicos aún en la mente, ¿pero que narices estaba soñando? Yo era de tener sueños muy raros y sin sentido, pero hasta el de la gente haciendo torititas en bikini me parecía que tenía mucho más sentido que este.
Miré el móvil para ver que hora era y resultaron ser las 6:55, así que desayuné, me duché y me vestí, esta vez con unas medias, un vestido color naranja clarito y unas cuñas a juego y me tomé un poco más de tiempo esta vez en hacerme un moño con un par de trenzas como recogido en el pelo. Tomé mis cosas, subí al coche y fui a la universidad. Cuando llegué al aparcamiento Kim estaba allí, ya que ella acababa de llegar.
-Hola- la dije sonriente.
-Eh, hola, ¿no traias tu a Michael hoy?- ostras, me había vuelto a pasar, había olvidado por completo a Mike
-Mierda mierda mierda mierda- dije de nuevo volviendo a meterme en el coche y arrancandolo estrepitosamente -maldita canción- dije, esa canción me estaba volviendo loca, y, si ya de por sí era malísima con la memoria, en poco ayudaba tener la mente ocupada. Conduje a prisa por la carretera y tardé diez minutos en encontrarme a Mike que estaba saliendo de su casa. Toqué el claxon para que me oyera, echó una mirada hacia mi, suspiró y vino hacia mi entrando en el coche.
-Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento- dije rápidamente antes de que empezara a regañarme.
-Lo tuyo ya es de ir al médico. Que olvides llamar a tu madre cada sábado pase, pero que me olvides a mí ya es muy fuerte- dijo haciéndose ligeramente la víctima.
-Perdoname, no puedo creerlo, esque estoy acostumbrada a que tengas tu coche...- dije justificandome.
-Ay pedazo de cabeza loca!- exclamó
-Menos mal que me quieres- dije guiñandole un ojo.
-Demasiado te quiero- me dijo
-Estás bien guapo- dije fijandome en su camisa de cuadros que se le pegaba un poco a la espalda y al torso.
-Gracias, tu también, y tira que ya llegamos tarde- me exclamó
-¿De verdad ya te ibas a ir andando sólo?- pregunté mientras conducía
-Claro, mejor tarde que nunca- dijo poniéndose de brazos cruzados
-Oye, recuerda que me quieres
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Cambio radical
RomansLa vida da muchas vueltas y, a veces te sorprende grata o ingratamente. El caso es hacerse a ello y afrontarlo. Tal vez al lado de la persona adecuada todo se vea bien y ya no haya nada ingrato.