Capítulo O8.

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Dejo mis dedos libres por las teclas del piano, mientras miro la partitura y las notas llenan mi sótano de melancolía y mi cuerpo de frustración por fallar cada vez los mismos acordes. Bufo, y, cansada, pego un manotazo a las teclas, para después apoyar mi cabeza en éstas. Llevo mucho tiempo intentando reproducir la famosa obra de Satie, pero ahora mismo tengo la cabeza en miles de lugares al mismo tiempo. Me levanto del taburete después de decidir que es hora de tomar un poco de aire fresco, pues las cuatro paredes del cuarto lleno de instrumentos musicales me están comenzando a agobiar. 

Abro la puerta y salgo al jardín. Decido sentarme en una tumbona, observando las espesas nubes de vapor que salen de mi boca. Suspiro, varias veces, indecisa, sin saber qué hacer. Observo el cielo, ahora rebosante de nubes gruesas de color gris oscuro en un día frío de noviembre. 

Apoyo mis codos en mis rodillas y vuelvo a suspirar; por alguna razón estar en casa me revuelve el estómago. Me levanto de la tumbona, me coloco la capucha de la sudadera color carne que me regaló mi padre hace una semana, sin razón aparente, entro nuevamente al sótano para cerrar la puerta, y subo las escaleras hasta mi casa, sin prestarle atención a mi padre, quien come un plato de macarrones de manera distraída mientras presta atención a su película favorita, la cual, milagrosamente, han decidido emitir hoy.

Cojo mi bolso de color negro y meto en él mi cartera, mis gafas de sol, un labial para hidratar mis labios, un pequeño cepillo de dientes de un solo uso y mi teléfono móvil y me dirijo escaleras abajo para comunicarle a mi padre que saldré. 

    — Papá —murmuro, apoyándome en el marco de la puerta del salón. Él está demasiado enfrascado en la película, con un halo de salsa de tomate rodeándole los labios. Se me retuerce el estómago al verle engullir otra descomunal cantidad de pasta. Emite un sonido raro, sin retirar la mirada de la televisión, pero dejando claro que me está prestando atención—. Voy a ir a Nando's, si te parece bien.

Mi padre retira automáticamente la mirada de la pantalla y me mira, patidifuso.

    — Hay macarrones de sobra para ambos, cariño...

    — Papá —digo, sonriendo mientras suelto aire por la nariz— sabes como me siento respecto a tus macarrones con tomate desde la última vez —digo, arrugando la nariz, recordando el desastroso acontecimiento que tuvo lugar en nuestra cocina, después de que mi padre dejara los macarrones cociendo para ponerse a dibujar unos planos para un nuevo edificio.

    — Cariño, esta vez no los he quemado —me dice con una sonrisa sincera. Viendo que no cedo, me da el visto bueno—. Claro que puedes ir, siempre y cuando me traigas lo que a mí me gusta —dice, y yo asiento, riéndome por las caras que pone. Sé que ese es su modo de verificar que, en verdad, es donde voy—. ¿Necesitas dinero?

* * *

Me dejo caer en el asiento del restaurante, apoyando la cabeza en la palma de mi mano, cansada de estar viviendo en la mentira. Una camarera muy simpática acude a mi mesa, preguntándome si ya he decidido, y, después de tener mi orden, desaparece entre la gente. 

Bufo, aburrida. Mi teléfono móvil vibra sin descanso en mi bolso, pero probablemente sean grupos de apoyo estudiantil y conversaciones sin sentido en grupos sin sentido. Lanzo mi bolso al otro lado de la mesa. Mientras estoy buscando alguna cara conocida entre la gente, mi ánimo empeora. Ahí está él, en su máxima estupidez, negándose a hablar sobre su confesión de hace más de un mes.

Ashton.

Aparto la mirada cuando veo que su cabeza gira en mi dirección, probablemente sintiéndose observado, y centro la mirada en mis uñas, necesitadas urgentemente de una buena manicura. Me estremezco, puedo verle viniendo hacia mí por el rabillo del ojo, y me niego a hablar con él; hoy seré yo la que calle.

Not A Good GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora