Capítulo 4

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Y explotó.

—¡Pará, pará, pará! —Uruguay fue el primero en reaccionar y lo abrazó por la espalda, con todas las fuerzas que pudo rescatar de su cuerpo, para retener a su hermano, comiéndose varios codazos y manotazos en el proceso. Para su suerte, tuvo ayudándolo a Brasil y a Paraguay antes de que se le soltara.

—No te piques.

Você está bem? —El uruguayo asintió.

La patria castaña y de ojos verdes dejó de removerse entre los brazos de su hermano, su primo y su mejor amigo, para rejuntar saliva y escupir a los pies del otro (aunque hubiese querido llegarle a la cara, la verdad), que no le miraba el rostro y más bien permanecía sereno de los nervios de verse frente a frente con su vecino.

Chile seguía vistiendo el uniforme militar, mientras que los otros, aunque de vez en cuando volvían a usarlo, ya lo iban archivando en su memoria como un mal tramo. La soltura era visible en la vestimenta casual de todos los países, sin mencionar en la actitud tan poco rescatable del castaño al ver al chileno llegar.

Tal parecía que en su interior, todavía resguardaba la esperanza de que el otro no quisiera romperle la cara apenas lo viera. Se sostenía la mejilla roja que seguro se volvería morada en poco tiempo, lo había tomado por sorpresa y lo primero que había visto de él hubo sido el puño yendo hasta su cara.

Oh, recuerdos repentinos...

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—¡Pero mírate, chaval!

—Cerrá el... —Un golpe en la cabeza le hizo callarse. Perú le sonreía al lado como si no hubiera hecho nada.

—Después de que me hayáis roto el corazón de esta forma, eh, no esperaba menos de ustedes. ¿No es así, Roma? —España sonreía a ambos países latinos, que lo miraban como si estuviese siendo más denso de lo usual (y que lo hacía, porque acababan de independizarse y estaban echándolo a patadas y él insistía en mostrarse aparentemente orgulloso de verlos crecer así).

El italiano lo miró desde atrás con una ceja en alto.

—Sube al barco y vámonos, bastardo —señaló tras él.

El español entonces se dignó a dar un abrazo a uno de sus niños adoptivos más cercanos en aquellas tierras, más influenciado por él y su compañero que ningún otro. También abrazó a Perú, que se dignó a corresponder más por respeto y honor a la paz.

Por su parte, Romano pescó a Argentina de una oreja.

—¡AUCH! —exclamó el mismo—. ¡¿Por qué hacés eso?!

—Más te vale no hacer nada de lo que me arrepienta, idiota.

—Pero si estás más metido acá que España...

El español retomó su lugar junto al italiano, que había llegado allí en su búsqueda y acabado por quedarse más tiempo de lo usual, y prometido volver cuantas veces pudiera. Argentina no sabía si para huir de las guerras o porque lo apreciaba.

Roma volvió a tirarle la oreja. En realidad lo quería bastante, había influenciado furiosamente al muchachito aquel que ahora era lo suficiente maduro como para estar solo. Las rabietas de España por cómo le había ensuciado la boca de malas palabras al argentino y la buena predisposición que éste hubo tenido para sus costumbres y su amada pasta, lo llenaban de una buena satisfacción.

Ambos europeos se fueron y, entonces, el argentino se desplomó a medias en el suelo.

Tenía la ropa deshecha, y una sensación de alivio y amargura interna tremenda. Perú se arrodilló a su lado, palmeándole la espalda con tintes preocupados.

Inercia - [ArgChi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora