Al llegar a su casa, se metió en la cama y refunfuñó entre dientes por haberse permitido sentir la boca del argentino encima de la suya, por más que haya sido el beso más casto que recibiera de su parte hasta entonces. Parecía que había sido hacía solo un par de meses que la sensación hormigueante se apoderó de su cuerpo por un tiempo determinado. Ese casto roce le despertó cada una de las sensaciones mismas.
El calor, la el gustito placentero y arrebatador que le provocó el arranque apasionado.
—Weón fleto... —murmuró en un gruñido molesto.
Era tal y como la primera vez; deseaba febrilmente seguir teniendo esa sensación tan divina encima, tanto si fuera hasta hartarse, como si fuera hasta cansarse o hasta saciarse. Chile quería que Argentina estuviera en ese instante ahí, con la sonrisa agrandada y ladina, maliciosa y pícara; que le arrebatase el aire de los pulmones y después volviera lo intenso de su mirada algo tierno y cálido, como solo él parecía poder hacer.
Se le sonrojaron hasta las orejas por esos pensamientos y se abrazó a la almohada con fuerza. Odiándolo y amándolo al mismo tiempo, como creía que sería siempre de su parte hacia el argentino.
La siguiente reunión de países latinoamericanos se hizo en muestra de los siguientes líderes que tendrían, ya que después de tantas dictaduras (y aunque éstas terminaran hacía unos cuántos años), lo que menos querían era otros encontronazos y siempre lo tomaban con prudencia. No era chiste que ninguno quería tener que ver nada con algo de eso nunca más.
Se notaba la diferencia de ambiente con aquella época; todos estaban relajados y hablando como entonces no lo hacían. Se veían casuales y divertidos, no tensos o controlados. Argentina no paraba de hablar un solo segundo, medio peleándose con Uruguay y riéndose de él al mismo tiempo, por cómo el brasileño le tiraba guiños.
Chile pensó que, después de todo, no podían verse mejor de lo que se habían visto.
—¡Chilito!
—Weón, ¡ni te me acerquí! —chilló, al ver que se caminaba en su dirección con los brazos extendidos.
—¡Qué mal carácter!
—¿Todavía no conoces al tsundere latinoamericano? —Perú se ganó una mirada de odio y unas cuantas carcajadas de quienes lo escucharon.
Argentina lo apretujó en un abrazo, de todas formas. No se resistió aunque fingiese una cara de resignación y molestia. En ese instante todo le recordaba a antaño y a los labios y las sensaciones que el argentino le había regalado, y reanimado, después de tanto tiempo. ¿Cómo se atrevía siquiera a parecer tan tranquilo e indiferente? Bueno, no estaba indiferente, llevaba un rato de abrazarlo y todavía mantenía el brazo sobre sus hombros, pero ¿cómo estaba tan tranquilo y... amistoso?
Maldito argentino.
—¿Ya te sientes mejor?
Pero no podía evitar preocuparse por cómo lo hubo visto la noche de hace un par de días, mientras bailaban.
—Sí —respondió escueto, aunque con una sonrisa en la cara. No iba a ahondar en detalles complicados, no tenía ganas de hundir un poco el excelente humor que tenía ese día.
El menor se fue, dándole la espalda (seguro por su té mañanero), por lo que Argentina regresó junto a su hermano con una sonrisa implantada e imborrable, éste levantó una ceja en su dirección, ya que acababa de irse.
—Estaba acordándome de cuando eras chiquitito y nos peleábamos con Brasil por vos —rió, Uruguay hizo un adorable puchero.
—¿Y por qué te acordabas de eso?
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Inercia - [ArgChi]
Fanfiction"[...] Sabía que sus manos, bajo los guantes de un purísimo blanco, estaban cubiertas de sangre, al igual que las heridas en su corazón, que ahora debían de estar más manchadas todavía... Y que Argentina no iba a perdonarlo jamás." Disclaimer: Los p...