Capítulo 8

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N/A: Cancioncita mencionada y ayudante. ♥ 

Continuación del capítulo anterior...

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Uruguay dejó de insistir en tratar inútilmente de soltarse el agarre que Brasil le daba, rodeándole la cintura mientras apoyaba el mentón en el hombro del más bajito. Se contentaba con estar así con él, llevándolo para todos lados y charlando con los demás como si fuera un adorno tras de sí... y viendo la escena entre su hermano y el chileno.

Se le habían aflojado los hombros ligeramente por la sorpresa de ver a Argentina con aquella expresión de idiota. Como si algo en su interior se hubiese formado o reanimado, o como si hubiese encontrado una cuestión tan buena como para dejar atrás cualquier cosa que le pesaba hasta entonces.

Parecía como si Argentina acabara de despertarse de un letargo áspero y ahora estuviese sintiendo el sol por primera vez en su frente.

—Tarado —murmuró el uruguayo, contagiándose de ese aparente alivio y ternura que expresaba su hermano.

—¿Tarado? Você é muito bonito para aqueles palavras —expresó quien todavía no lo soltaba y le murmuraba al oído.

Uruguay tembló estrepitosamente y, con una mano sujetándole la barbilla y la otra empujando sobre su cien, trató de alejar al brasileño definitivamente, que solo sonrió más divertido, enternecido y enamorado, al notarlo rojo como un tomate maduro. Apretó más el agarre contra el menor, apachurrándolo contra sí con cariño y ternura.

El uruguayo se preguntó, mientras comenzaba a permitir aquel contacto físico tan cercano e incómodo (más que nada por costumbre, aunque hubiese más intenciones ocultas), si era que se parecía a Chile con Argentina, en referencia al brasileño. Después de todo, Brasil nunca cesó sus intentos de conquista hacia él, menos ahora que volvían a ser los de antes y renacía en él más tiempo para intentarlo.

Y Argentina había intentado, de más jóvenes y antes del dilema que repentinamente se veía ignorado, lo mismo mil veces con el chileno, que siempre se resistía y pasaba renegando de la cercanía del otro.

Argentina siempre se vio interesado en Chile cuando empezaron a crecer, parecía que conforme más maduraban, más el argentino explayaba sus coqueteos e insinuaciones (aprendidos de ver en acción a los europeos), que eran cortadas con un "¡Por la cucha!" o "¡Por la cresta!", "¡Corta!" o "¡Para ya!", "¡Fleto culiao!" o "¡Aweonao!". Y Uruguay no había entendido nunca el porqué de la persistencia de su hermano por el chileno que, notablemente para él, no quería saber nada.

Ahora que lo pensaba, quizá no había sido tan indiferente el vecino de Argentina a las insinuaciones de éste.

Miró de reojo la mirada de ensoñación y cariño que le daba Brasil, permitiéndose relajar los músculos, aunque colorado e igualmente incómodo. Repentinamente no era como si el brasileño lo molestase, era más bien como: ¿qué pasaría si él me mirara un día como mi hermano terminó mirando a Chile hasta hace poco?

Se recargó en el pecho del moreno, tomado por sorpresa por las emociones negativas que le afloraron de la sola idea.

—¡Ya están los tacos! —avisó el anfitrión, saliendo de la cocina. Había pasado un buen rato mientras terminaban de preparar la comida.

—¡Y el tequila! —chilló México, levantando unos vasos con la bebida. Justo entonces abrió la puerta de entrada Venezuela, que entró haciendo vítores a Paraguay y derechito a la comida, tanto la local como la extranjera, recién hecha y al alcohol.

Inercia - [ArgChi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora