Capítulo II.

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El sitio donde mi apartamento se ubicaba era tranquilo. Un buen sector. No habían chicos irrespetuosos con la música a tope, ni gente gritándose en sus pisos. Todo era sereno y tranquilo. Amaba levantarme por las mañanas antes de que el sol saliera, para hacerme una taza de café cargado y sentarme en el marco de la ventana a contemplar ese evento tan hermoso para mí como lo es ver el sol salir, asomándose entre los arboles y edificios.

Yo no me despertaba por los rayos del sol atravesando mi ventana y dando directo a mis ojos. Yo despertaba al sol. O al menos quería creerlo así.

Era una manía que tenía desde pequeña, cuando descubrí que el sol salía a esa hora me obligaba a despertarme antes de que saliera, las primeras veces fallé. No podía pillarlo a tiempo. Pero un día, el cual creí que ya había salido, me levanté y elevé las cortinas, fue ahí cuando vi ese hermoso espectáculo silencioso y natural frente a mí. Recuerdo haber gritado y saltado despertando a mis padres y hermana, recibí una riña y me obligaron a dormir de nuevo. Como era temprano, no me costó nada y descansé feliz por haber visto el sol despertar frente a mis ojos. Desde ese día, se ha vuelto algo cotidiano cada mañana.

Terminé de beber el último trago de café cuando el sol estaba ya arriba y me salí de la ventana. Me di una larga ducha y me preparé para salir a correr por la manzana. Eso no era habitual en mí, pero dado a la intensa charla que tuve anoche con mi hermana, necesitaba despejarme y aclarar mis ideas, también necesitaba comprar unos materiales que me hacían falta.

Después de correr unas cuantas cuadras, llegué hasta la tienda de manualidades y saludé a la dependienta.

— Hola, Sahar. Llegas muy temprano hoy.

— Sí, salí a correr y recordé que necesitaba un par de cosas. Así que vine aquí— Me encogí de hombros y Liane sonrió.

— ¿Que puedo hacer por ti?

— Se me acabó la pintura y necesito un par de lienzos en blanco— Asintió y se subió a un banco para sacar lo que necesitaba.

— ¿Estás inspirada hoy, o es solo para mantenerlo de reserva?

— Estoy inspirada— Acoté, Liane asintió— También necesito pan de oro.

— Diablos, si que harás una obra maestra.

Liane se bajó del piso con las cosas en las manos y los pasó por la caja antes de meterlos en una bolsa. Pagué y me despedí de ella. Con mis cosas en mano me dirigí rumbo a mi piso, que no se encontraba tan lejos, ya me había cansado de correr. Cuando pasaba frente a una floristería, algo llamó mi atención. Eran unas hermosas calas pillow talk, estaban en un racimo en vueltas en papel celofán color turquesa, listas para ser entregadas. Miré al ahora dueño de esas hermosas flores y mi corazón dio un vuelco.

Era Mason.

Sonreía con alegría y con ese brillo en los ojos. Le entregó el dinero al señor Hood y cogió las flores. Vi como metía un pequeño papel color rosa entre ellas junto a una bolsita del mismo color y las olió antes de salir de la floristería. Me quedé estática en mi lugar, mi cerebro no mandaba las acciones a mi cuerpo para que caminara o me escondiera detrás del contenedor de basura a mi lado. ¿Quería que me viera? No lo sabía. Mason tomó el camino que iba en dirección a mi apartamento y mi corazón bombeó sangre rápidamente.

¿A caso él me llevará esas flores a mí? ¿Qué me habrá escrito en aquella tarjeta? ¿Qué habrá en esa bolsa?

Sin pensarlo dos veces lo seguí, después de todo también iba allí. Quise reírme por la situación parecía que fuera una acosadora y lo estuviera siguiendo, pero estaba muy nerviosa como para siquiera soltar una risita incomoda. Mason caminaba de una manera tan decidida y única que hacía voltear a todas las mujeres para mirarle, y me encantaba que él no se diera cuenta del efecto que provocaba en ellas. Cuando estábamos a punto de llegar a mi departamento corrí el trecho que me faltaba para llegar hasta él. Así le daría una sorpresa y subiríamos juntos.

La reserva ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora