Capítulo III.

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¿Qué demonios?

Releí nuevamente la tarjeta, creyendo y esperando haber leído mal.

- Psicólogo clínico, doctor Dean Fischer.

Negué con la cabeza al tiempo que releía por tercera vez el impreso escrito en el pequeño rectángulo en mis manos. ¿Por qué o para qué necesitaría yo ir a allí? ¿Resulta que ahora estar enamorada es estar loca? Vaya tontería mas grande.

Arrojé el papelito a la mesa de centro con una mezcla de sentimientos en mi interior, la que dominaba era la confusión. Mi hermana se pasó de la raya, está exagerando totalmente las cosas.

- ¿Psicólogo? ¿En serio, Clar?- Pregunté viendo con recelo el papelito que yacía en el mantel de hilos que había tejido mi madre para mí.

Con un impulso me levanté y caminé hasta la cocina a por un vaso de agua. Me sentía atontada, descolocada, no tenía noción de lo que sucedía conmigo. Hace un rato lloraba a mares y ahora estaba como si nada hubiera pasado bebiendo agua mientras observaba por la ventana. Tal vez si deba ir al psicólogo pero por bipolar.

El timbre sonó y caminé a paso rápido esperando que sea mi hermana para preguntarle por la tarjeta. Cuando abrí la puerta fruncí el ceño, quien estaba frente a mí era Avery, y llevaba una expresión extraña en su rostro.

- Hola, ¿sucede algo?- Le pregunté viendo su cara de preocupación.

- Disculpa por ser entrometida, es que cuando llegué te vi y creí que llorabas. Luego escuché gritos y me asusté. ¿Todo en orden?

Pestañeé un par de veces y comencé a asentir con la cabeza de manera veloz.

- Si, yo... todo en orden. Solo era una discusión de hermanas, nada de que alarmarse- La vi suspirar y eso me hizo fruncir el ceño.

Ella realmente estaba preocupada, vaya.

El silencio se prolongó por varios segundos, me removí incomoda. Realmente no sabía que hacer en este caso. Desde muy pequeña nunca fui muy buena para hacer amigos, mejor dicho hasta el día de hoy no soy buena; en mis años de estudio nunca fui popular o por lo menos de aquellas personas que se juntaban con su grupito en la cafetería o en otro lado. La única amiga que he tenido en toda mi vida a sido Clarissa, es triste decirlo. Dado que solo he tenido una amiga, bueno sin mencionar a Isaiah, el esposo de Clar quien también es mi amigo, no sé exactamente que debo hacer con Avery, ¿será que quiere que charlemos? ¿que vayamos a por un helado? ¿o que la invite a pasar?

Abrí mis ojos con horror al ver que todavía estaba afuera. Dios, que maleducada soy.

- Lo siento- Dije cuando dejé de maldecirme mentalmente. Mi madre seguramente ya me hubiera reñido por falta de educación- Ven, pasa- Abrí la puerta y la cerré cuando Avery entró- ¿Quieres algo de comer, beber... leer?

¿Leer?

Dudó por unos segundos viendo a su alrededor.

- Me gustaría un café, si no te molesta, claro.

Asentí con la cabeza y caminé a la cocina, chasqueé la lengua y me devolví. Sentí la necesidad de decirle que se pusiera cómoda. Me sentía como si recién comenzara mi primer día como persona.

- Toma asiento, yo iré a preparar... eso.

Avery asintió con una sonrisa amistosa que le correspondí, aunque la mía parecía una mueca digna de una obra de Picasso.

-Vete ya a preparar el café, Sahar.- Me dije en mi interior.

Caminé a la cocina y busqué en las alacenas el café hasta que lo encontré y lo puse en la cafetera. Ordené en una bandeja unos vasos desechables de unicel con tapa, ahora me sentía bien al guardar tantos vasos de estos luego de ir al Starbucks. Y Clarissa creía que era una tontería. Cuando me di cuenta que no le había preguntado cuanto de azúcar quería me devolví nuevamente. Avery estaba sentada con sus manos en su regazo mientras veía el lienzo sin terminar ubicado en el caballete. Aclaré mi garganta algo incomoda, rápidamente obtuve su atención, en sus ojos vi cierta admiración que me hizo sentir realmente bien.

La reserva ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora