Capítulo VI.

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Sequé mis lagrimas y miré la pantalla de mi móvil intrigada porque no oía nada de fondo desde hace un par de minutos.

Un gemido lastimoso escapó de mis labios, al ver que mi hermana había finalizado la llamada. Quizá ella aún seguía enfadada conmigo y la entendía, entendía si ella creía que me merecía esto porque yo también lo hacía; muchas veces Clar intentó que abriera los ojos, exactamente desde hace un año, cuando nos reunimos todos el día en que Mason nos dio la noticia de su relación con Thalia.

Ella supo desde el primer minuto lo que iba a suceder, ella desde el primer minuto intentó sin éxitos hacerme ver la realidad antes de que todo se me viniera encima, antes de que todo lo que sentía por Mason me consumiera y dejara de lado mi dignidad y orgullo por él. Antes de que me convirtiera en la reserva.

Pero lo que ella no sabía es que antes de que siquiera pensara lo que sucedería conmigo, ya estaba en lo más hondo del abismo.

Me incliné hacia un lado dejándome caer en posición fetal sobre el sofá, reposando mi cabeza en uno de los cojines coloridos que adornaban la mayoría de éstos. Mis ganas de hacer algo mas que respirar se habían acabado, ni siquiera me acordaba si alguna vez las había tenido.

Un ruido en la puerta me alarmó pero no lo suficiente como para erguirme y ver que era. Si algún ladrón o asesino acababa de entrar a mi apartamento no me importaría, es mas, me alegraría ya que tendría compañía y así mientras él hacía sus fechorías no me sentiría tan sola. Presté más atención y oí como algo se deslizaba por el suelo y la puerta era cerrada. El sonido era el mismo de cuando caminas o más bien arrastras los pies con unas de esas zapatillas de andar por casa, al ruido le seguía un sonido de bolsas moverse. Oí como dejaron algo en el suelo y me levanté para ver quien era.

Pasaron apenas unos segundos cuando me vi en vuelta en unos cálidos brazos que emanaban un perfume a cítricos que tan bien conocía.

Mi hermana estaba aquí y eso solo logró que el esfuerzo que había hecho para mantener mi llanto a raya, valiera un cacahuate. Clarissa tan pronto oyó como sorbía por la nariz dejó subir y bajar su mano por mi cabello en una caricia que había extrañado demasiado. Recargué mi cabeza en su hombro y me dejé arrollar por sus palabras calmadas y los leves "Shh" que salían de su boca.

No pude evitar recordar cuando eramos más pequeñas y salimos a jugar al parque frente a casa, me pareció una excelente idea subirme a la resbaladilla donde todos los niños estaban. Cuando estaba en lo más alto me sentía la reina del mundo, hasta recuerdo haber abierto los brazos como la chica del Titanic. Era estupendo. Pero con lo que no contaba era con que otro niño también se quería deslizar y como estaba acaparando la salida no vio mejor idea que empujarme. El problema está en que no me deslicé, el empujón fue tan fuerte que me hizo desestabilizarme y caí hacia el lado dándome un fuerte golpe en la cabeza contra el césped. Recuerdo como todos los niños estaban a mi alrededor y a Clarissa morder el brazo del niño que me empujó antes de venir donde mí y sentarse a mi lado para acariciar mi cabeza, mientras susurraba palabras de consuelo.

— Tranquila, hermanita, no llores, ya estoy aquí— Al oír las palabras de mi hermana me sentí nuevamente como aquella niña de cinco años a la que empujaron de la resbaladilla. Ella al igual que ese día y todos los días de mi vida, está acá, consolándome.

— Lo siento, Clar— Gimoteé— Lamento no haberte escuchado.

— No pasa nada, cielo, todo está bien.

Sentí como Clarissa se movió y de su bolsillo sacó un paquete de clinex, eso me hizo soltar un risita.

— Dentro de la bolsa que traje tengo mas— Dijo sacando uno de los pañuelos para luego pasarlo por mis mejillas y debajo de mis hinchados ojos— ¿Quieres helado? Es de chocolate suizo.

La reserva ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora