Capítulo VIII.

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Me sentía exhausta, estaba cansada, quería dormir y no despertar en mil años mas hasta que mi cuerpo sea mitad árbol y mitad humano. Mis energías cada vez eran menos a cada segundo, me sentía como aquel robot de la película Big Hero cuando toda su energía se consume y queda hecho una uva pasa borracha, así me sentía.

Pero por mucho que mi cuerpo me pida el merecido descanso, aun no había acabado con mis obligaciones. Debía terminar de editar las fotos de la boda de la señora Winchester para entregarlas mañana, debía editar también las de la señora Bennett, y además debía organizar las demás citas fotográficas que ocuparían toda mi agenda por tres meses.

Miré el reloj que se burlaba de mí con cada tic tac, marcaba las cuatro de la madrugada. Cogí mi cabeza entre mis manos y cerré mis ojos para humedecerlos, ya se sentían secos, no pasó ni medio segundo cuando los volví a abrir nuevamente porque sentí como estaba siendo llevada al mundo de los sueños, donde todo era de almohadones aterciopelados y suaves mantas peludas con estampados de ositos. Bebí un trago del whisky a mi lado para mantenerme despierta, uso contradictorio que le dan las demás personas, pero ya que el café no hace efectos en mí al tomarlo siempre no me queda de otra mas que quemar mi garganta y así despertarme aunque sea un poco.

Al cabo de un par de horas, dos para ser exacta, al fin había acabado con todo y me encontraba sumergida entre mis suaves sabanas. Sintiendo al fin el cansancio drenarse de mi cuerpo cuando cerré mis ojos.

*

— Sahar, levanta el culo. ¿Desde cuando duermes tanto y no despiertas antes que el sol?— Oí la voz de mi hermana muy cerca.

¿Cómo se le ocurre venir a despertarme? Apenas había dormido unos minutos, ¿qué no desperté antes que el sol dice? Puf, pero si me dormí cuando estaba saliendo.

— Arriba, Sa, tenemos una invitación para ti hoy.

¿Qué hacía Avery también aquí? ¿Es que acaso mi apartamento se convirtió en un centro de mujeres donde de vez en cuando dan charlas y consejos a las solteronas? Porque si era así, espero que solo sean ellas dos las socias y no venga algún otro extraño.

Las ignoré escondiendo mi cara bajo la almohada e intenté seguir durmiendo, creí que lo estaba logrando cuando de repente sentí una fría brisa recorrer mis piernas hasta llegar a mis hombros logrando un estremecimiento bastante exagerado de mi parte.

Las muy malvadas me habían quitado la manta. Eso era inhumano, sobre todo en este tiempo, estábamos dándole la bienvenida al invierno y mi apartamento no era la representación de calidez. Lo único que me iba quedando era mi almohada, odiando a estas mujeres decidí que lo mejor era ponerla sobre mis piernas para calentarlas aunque sea un poco.

— Está bien, ¿quieres jugar así? Perfecto, espero que te agrade la lluvia helada que caerá sobre ti en menos de 5 segundos.

— Uno...—¿Lluvia... qué?— Dos...— Pero si estoy dentro— Tres...— Imposible que caiga lluvia— Cuatro...— Aparte no estaba lloviendo por lo que podía escu...

Y sentí como un poco de agua helada caía sobre mi cabeza. Si creía que el estremecimiento que tuve cuando me quitaron las mantas era exagerado, ahora parecía que me había dado un golpe de electricidad que prácticamente me hizo levantarme de la cama de golpe soltando un chillido mientras con una camiseta que hallé por ahí intentaba secarme la nuca húmeda y fría.

Miré a mi hermana con el ceño fruncido y apunto de arrojarle algo, en cambio ella se encontraba de pie mirándome entre arrepentida, divertida y asustada seguramente por mi expresión de enojo.

La reserva ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora