Love, Money, Party

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Sumario: Quién diría que la trata de personas fuera algo que cambiaría su vida por completo, cuando él es el comprador.

Advertencias: Escenas explícitas. Manejo de drogas. Violencia física.

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Abrió los ojos y lo primero que vio fue cómo su compañero -uno de sus tantos compañeros- era bruscamente aventado contra el piso, cayendo de cara, ya que las manos las tenía vendadas. Cuando se le vio la cara, la tenía hinchada, con sangre y moretones en todas partes.

—¡¿Y así crees que les vas a gustar?! —gritó el hombre, apuntándole con un arma al pobre sujeto que aún estaba en el suelo— ¡Eres una maldita perra! No sabes comportarte como te dicen.

—Él sólo me dijo que me pusiera de rodillas —contestó con tono burlón—. Nunca me dijo en dónde.

El hombre lo abofeteó, sacándole más sangre.

—No saldrás de nuevo. No importa si el mismo jefe te pide para una noche. Ni siquiera saldrás para comer por dos días. ¿Eso será suficiente, princesa?

Daniel se volteó y le escupió en la cara. Ganándose otra bofetada. El hombre salió por la puerta, azotándola. Harry rápidamente gateó hacia Daniel para examinarle el rostro.

—Mira cómo te han dejado —susurró el rizado—. Debiste haber hecho lo que te pidieron.

—El cerdo quería que se la chupara. Yo no iba a hacer eso, así que corrí al baño y le puse seguro, ahí me puse de rodillas.

Una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro del rizado. De todos sus compañeros -20 para ser exactos-, Daniel era el más valiente, el que tenía más ganas que nadie de salirse con la suya, y por supuesto, al que siempre castigaban. Por obvias razones, él era su mejor amigo.

Después de lavarle el rostro y ponerle crema en los moretones, se recostaron en la cama, mirando el sucio techo, escuchando sollozos de un compañero.

—Menos mal que sólo te han elegido una vez, Harry —murmuró el castaño, jugueteando con una pulcera de colores que su amigo siempre traía—. Pero cuando algún pez gordo te pida, debes de...

Harry sólo escuchaba a Daniel hablar como quien escucha la radio mientras lee su libro favorito. Siempre que lo llevaban afuera regresaba con esas ideas de conseguir algún millonario que lo mantuviera. Por desgracia para él, sólo era elegido por hombres casados, apestando a colonia, gordos, algunos calvos y sobre todo con el dinero justo para su familia y alguno que otro lujo.

Sin embargo, Harry sólo había salido una vez a las habitaciones. Y eso porque fue lo único que quedaba "fresco". Todos siempre se van por los hombres en forma, con carácter y con una buena personalidad de perra. Harry era todo lo contrario. Él estaba demasiado delgado, en algunas ocasiones no podía negarse a ciertas cosas con el tono adecuado, y era tan dulce como la mermelada. Nadie quería a alguien que no gritara en la cama. Nadie quería a alguien tan sumiso y tierno. Por supuesto que no. Los clientes tienen eso en casa, ahí van a buscar todo lo contrario. Y es por eso que desafortunados como Daniel y otros más eran los más usados.

—Te prometo que algún día saldremos de aquí —concluyó Harry con la charla, besando la mano de su amigo.

Ambos se quedaron dormidos en la misma cama, abrazados, babeando al otro y dándose codazos. Estaban presos en un grandísimo Hotel de Prostitución menos dos estrellas, la comida era horrible, el agua de las duchas era helada, no respiraban aire puro mas que por la pequeña ventana con barrotes, una cama para dos si no querías dormir en el piso y dolor en todo el cuerpo. Esa era su vida, a la que todos se tuvieron que acostumbrar quisieran o no.

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Minibares, autos caros, habitaciones de hotel, tatuajes nuevos, un acompañante diferente cada noche. Dinero. El desayuno con tantas cosas que apenas si probaba algo cuando ya se sentía satisfecho. Trajes de etiqueta. Relojes de oro que no hacían más que molestarlo con el tic-tac cada noche cuando estaba solo bebiendo champan. Dinero. Un departamento en el centro de la ciudad. Aviones privados. Más dinero.

Su vida era un constante: sal a divertirte, es viernes. Aunque fuera martes, aunque la diversión era falsa.

—Buenos días, señor Tomlinson.

Saludó su secretaria, entregándole un folder con contratos y otro con currículums.

—¿Desea té, café o agua? —preguntó su asistente personal sin quitar la vista de su tablet—. Su madre insiste en que tome su medicamento para la tos. Y su hermana necesita dinero para pagar una fianza. Por cierto, la bolsa subió, nos va a ir bien si sigue así.

—Café. Dile que no tomaré ese feo medicamento. Dale todo lo que necesite. Compra vino para regalar a los empleados, necesitamos celebrar. Y dile a Margarett que no acepte currículums de personas sin título; esto es una porquería. Dime, ¿quién va a estar preparado para trabajar en una empresa si sólo ha trabajado en un restaurante de comida rápida?

—¡Margarett, ven acá! —gritó Dylan.

Louis tomó asiento detrás del gran escritorio, rodando un poco la silla con rueditas, tomó un sorbo de café y escuchó con atención a Margarett y a Dylan discutir por los currículums. A veces, sólo por pequeños momentos, cree severamente que ellos dos deberían de tener una cita; quizá las cosas funcionen, quizá se aburran de llevarse la contraria, quizá y tenga que despedirlos a los dos...

El teléfono sonó. Y ellos seguían discutiendo.

—Margarett, el teléfono lleva tres timbrazos, ¿no piensas contestar?

—Compañía Tomlinson, autos y refacciones. ¿En qué podemos ayudarlo?

Y Margarett se sumió en una conversación de trabajos. Dylan se dirigió a la puerta y Louis contestó rápidamente un mensaje privado, de nadie especial en realidad; sólo era el sujeto con el que se acostó hace dos noches. Quería otra noche, pero, por favor, ¿acaso creía que alguien como Louis iba a pedirle otra noche? El chico ni siquiera era tan bueno como se creía, y se lo dejó claro.

—Dylan, antes de que te vayas —murmuró Louis, viendo los mensajes que le habían enviado. Nada interesante, levantó la vista del celular—. Llama a Sonny, dile que hoy hay una conferencia a las cinco de la tarde, no estaré yo así que quiero que él haga la conferencia. Y recalcale que son tres días más de vacaciones por cada contrato cerrado este mes... ¿En qué mes estamos, Margarett?

Margarett, que acababa de colgar el teléfono, lo miraba seria.

—Señor, habló ____

Louis asintió, sonriendo.

—¡Perfecto! Con eso cerramos el trato. Haz llegar un comunicado a las fábricas para que comiencen a usar la nueva piel para los autos.

—Y, Dylan, ¿dónde está mi café?

Ambos salieron de la oficina después de un descortes movimiento de mano que hizo el jefe. Volvió a tomar su celular y checó los mensajes de las últimas dos horas. Y ahí estaba un número no registrado, preguntándole las caracteristicas y requisitos.

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Dolor. Todo lo que podía sentir era un dolor inmenso en el pecho. Y un miedo terrible.

Hace media hora exactamente lo habían sacado de la habitación donde dormía y lo habían llevado a un enorme baño, con jabones en barra de distintos colores y texturas. Geles de baño perfectamente acomodados. Y jabones con forma de bolita; Harry no estaba seguro para qué era eso. Una docena de shampoos diferentes y otra docena de esponjas diferentes.

Lo peor de todo, es que ni siquiera le habían dicho qué hacía ahí.

Después de diez minutos que parecieron dos horas, alguien tocó la puerta.

—Espero que estes dándote un buen baño. A los clientes les repugna los que van sucios.

Bullshit con B de BoyxBoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora