Capítulo 24

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La casa estaba tan intacta como la primera vez que le visitó. Los recuadros familiares por doquier, presentando distintas edades de Niall Horan en toda su disponibilidad como miembro de la clase alta. Miró mejor su alrededor y enseguida sus maletas fueron retiradas de sus manos por un empleado vestido con un fino traje, fácilmente deducía que era el mayordomo; miró hacia abajo y su mano continuaba entrelazada con la de Niall, le miró y le fue regalada una preciosa y contagiosa sonrisa, única como las que él sabía regalar. De nuevo, sirvientas les recibieron con una sonrisa, alegres de encontrar al futuro heredero volviendo a su hogar de cuna, donde, notablemente, una que otra de las mujeres risueñas, cuidó del rubio—en ese entonces su cabello castaño—, continuaron su camino hacia las habitaciones, siendo guiados por la más antigua de las mujeres del aseo. Apenas encontraron la primera habitación, la cual pertenecía a Niall, y Josh quiso integrarse también, sin embargo, fue detenido por la mujer.

—No, no, no. —La mujer regordeta frunció el ceño y le alejó tras un autoritario empujón con su índice sobre su pecho. —El señorito Horan tiene prohibido dormir con usted. —Señaló mientras el susodicho volteaba, confundido de la situación.

—María, ¿Qué pasa? —Preguntó regresando hacia la mujer y su novio.

—La señora me ordenó que usted no va a dormir con su novio, le daré su propia alcoba. —Explicó sin mirar al chico de ojos azules.

—Ay, vamos, María. Soy mayor de edad. —Suplicó con una voz caprichosa.

—Lo siento, niño Horan, la señora me manda. —Encogió los hombros y su mirada se afiló sobre la de Josh.

—No te preocupes, Ni. Nos veremos todos los días. —Sonrió nervioso y se alejó de la puerta antes de que los planes de esta familia por dejarle vivir ahí se echaran hacia atrás y decidieran desaparecerle como una aguja en un pajar.

—Pero, Josh...

—Tranquilo, ya pasará. —Le guiñó un ojo, inspirándole un poco de la paz que no sentía.

Le vio suspirar.

—Te veo en la comida. —Intentó sonreír, sintiéndose avergonzado de las cosas que su madre le hacía pasar aún.

—Adiós. —Sacudió su mano y enseguida miró a la mujer de piel morena que le apuntaba aún con su dedo como si quisiera penetrar en su carne con él. — ¿Dónde está mi habitación?

—Sígame. —Sus facciones se suavizaron y caminaron directo hacia el otro lado del pasillo.

Josh le siguió, temeroso de que fuera capaz de voltearse y haber estado guardando un arma bajo ese enorme mandil de cuadros rojos, apuntarle y matarle para desaparecerlo como un simple animal atropellado en medio de la carreta a media noche del que nadie supo ni de su nacimiento y mucho menos paradero. Se detuvieron frente a una de las majestuosas puertas de madera y la mujer giró sobre su cuerpo para encararle con esa expresión amargada en sus ojos que se fusionaban con sus no apremiantes arrugas. El castaño tragó saliva y esperó a que la mujer le arrinconara y le clavara un puñal en el hígado o algo parecido.

—Ésta va a ser su habitación. —Entregó una pequeña llave al chico y después de la crucifixión del señor todopoderoso, sonrió. —Disfrute su estancia, sus maletas están dentro. —Y se retiró silbando una canción desconocida para Josh, quien suspiró aliviado en cuanto la mujer pareció alejarse lo suficiente como para darle un lapso de tiempo para encerrarse en la habitación que le fue asignada y evadir un posible ataque.

Le dio la espalda e insertó de inmediato la llave a la hendidura y giró tan veloz como sus manos laboriosas le permitieron. Pasó la puerta y se encerró dejando apoyado su peso sobre el objeto. Estaba a salvo. Relajó sus tensados músculos y miró la alcoba que le fue asignada para quedar con boquiabierto y si era posible, hipnotizado. La habitación era lo suficientemente grande como para organizar una fiesta e invitar gente de China entera, la cama era enorme y rasos caían sobre de él a la perfección en color chocolate, tan pulcros y brillantes como si se tratara de una perfecta seda asiática; La madera de los pilares donde colgaba la tela lucía tan suave y cuidado, como si estuviera preparada para recibir a alguien especial e importante; la alfombra debajo de la cama, teñida en chocolate, todo el cuarto estaba hecho una maravilla, incluyendo una ventana que daba paso hacia un balcón. Nunca interpretó Romeo y Julieta pero ahora tenía la sensación de que actuaría bastante bien desde aquí. Detectó sus maletas sobre la cama y enseguida se dio a la tarea de acomodar sus cosas en los inmensos cajones que había por cada mueble y aun contando el clóset. De verdad era enorme.

Zona Roja  [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora