Capítulo 2

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DÍA DOS

Leah, cariño es hora de levantarse.

La dulce voz de mi madre hizo que me fuera despertando, los rayos de sol que entraban a través de la ventana llegaban directamente a mis ojos, después de estirarme en la cama un par de veces me fui desperezando poco a poco, mire mi teléfono *10.00 a.m.*, maldije en silencio antes de levantarme y dirigirme al baño.

Tome una larga ducha que por un momento me hizo olvidar que no estaba en casa y me puse lo primero que había cogido de la maleta, una camiseta que me llegaba por el ombligo y unos pantalones de chándal.

Justo al salir un dulce olor llego hasta mi, el olor de las tortitas recién hechas inundaba la estancia y automáticamente una sonrisa lleno mi rostro. No sabía que papa y mama habían ido a comprar, así que mi estomago esperaba la típica comida de buffet de hotel.

Me dirigí hacia la pequeña isla que separaba la cocina de la sala de estar y me senté junto a mi padre. Pese a ser un hotel, la estancia en la que íbamos a pasar los próximos días era bastante más acogedora de lo que esperaba y mucho más amplia que en mi imaginación, era una especie de pequeño apartamento con dos habitaciones, un baño, una cocina, pequeña pero practica, y una sala de estar con dos sillones una mesita y una televisión.

Mama se acercó con un plato lleno de sus deliciosas tortitas y zumo de naranja.

- Leah, hoy vamos a ver algunas casas por la zona, ¿te apetece venir con nosotros? - pregunto papá con una sonrisa, sabiendo ya mi respuesta.

- Sabes de sobra que iré si o si. - sonreí.

Tras recoger las cosas del desayuno, lavé los platos mientras mi madre se arreglaba para salir. Al acabar me puse frente al espejo y me recogí el pelo en una coleta alta. Lista.

Mi madre al verme me miró con una mezcla de incredulidad y sorpresa.

- ¡Ponte algo más decente para salir Leah, debemos dar buena impresión! -

*Mierda*

- Mamaaaaaa, voy bien así... - chillé.

- Hazle caso a tu madre, ya sabes lo pesada que se pone con la ropa.- me sugirió papá.

Sin decir nada me giré y miré a mi padre de arriba abajo, llevaba unos vaqueros, una camisa clara y una americana gris; mi madre apareció justo después y como era de esperar iba bastante arreglada, llevaba una camisa blanca, una chaqueta nude, pantalones negros estrechos y tacones.

Indignada y viendo que no me quedaba otra opción, volví a mi maleta y rebusque hasta encontrar un sencillo vestido blanco que combine con una chaqueta de color verde militar y unas botas negras; me solté el pelo, me maquillé ligeramente y recé para que mi madre estuviera de acuerdo.

Tras el visto bueno de mi madre comenzamos nuestra ruta de posibles casas por todo Bayamón.

Después de ver unas cuatro casas, solo una de ellas tenía alguna posibilidad aunque muy pequeña. Me estaba resultando agotador y todas parecían iguales.

Era casi hora de comer así que decidimos parar en un pequeño bar del barrio en el cual visitaríamos la próxima casa, apenas tenía hambre pero decidí pedir, a recomendación del camarero, el "plato típico" de Puerto Rico que resulto ser una especie de puré de plátano relleno de carne al que llamo Mofongo. Lo compartí con mi madre y la verdad es que estaba riquísimo, mucho mas de lo que me había imaginado en el momento que lo sirvieron, y acabe comiendo mucho mas que ella.

- ¿Lista para seguir cariño? - preguntó mi madre mientras el entusiasmo adornaba su rostro.

*Mierda*

Asentí y sonreí ligeramente.

La pereza se apodero de mi en el momento en que recordé que todavía debíamos seguir viendo casas.

Por suerte para mí la tarde pasó rápido y además encontramos una casa que a todos nos encantó situada al norte de la ciudad. La casa era grande, la decoración era muy sencilla pero creaba un ambiente acogedor, tenía un precioso jardín delantero y una enorme piscina en la parte de atrás, además aquel parecía un buen barrio así que la decisión se tomo rápido.

Nos mudaríamos la mañana siguiente.

La vuelta al hotel se me hizo larga. Escuchar a papá y a mamá discutir sobre si cambiarían o no la decoración de la casa era una pesadilla, la tensión en el ambiente cada vez era mayor y mi cabeza cada vez me dolía mas. Son los dos igual de cabezotas y no dan su brazo a torcer fácilmente así que la pesada y aburrida discusión duró hasta que llegamos al hotel y se bajaron del coche como si nada.

*Son iguales, aunque lo nieguen*

Salí disparada a la ducha en cuanto entramos al apartamento. Mi amada ducha, mi ratito de reflexión y tranquilidad.

Después de casi una hora debajo del agua, me puse lo mas cómodo que encontré y me deje caer en la cama. Imaginando como seria mi nuevo barrio, como serían mis vecinos y con la preocupación de si encajaría bien allí o me convertiría en el bicho raro del barrio el sueño pudo conmigo.

Cien | Zabdiel de Jesús | [ EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora