Epílogo

12.6K 1K 111
                                    

Dos años más tarde.

Después de haber dado el "sí" en esa bellísima iglesia en San Vittore, el amor que Adam y yo teníamos, no podía estar más completo y, aun así, necesitaban más y nos sentíamos un poco egoístas por ello, pero aquello no nos pensaba restringir.

Así que, una noche en Acapulco, en nuestra hermosa Luna de Miel; ambos estando recostados... decidimos hacer el amor, pero esta vez, no sólo por placer o porque nos amáramos, sino también porque nos sentíamos listos, para tener un bebé.

Sin embargo, no sucedió.

No nos alarmamos y continuamos intentándolo; incluso, cuando llegamos a América continuábamos haciéndolo, pero no funcionaba y la esperanza, empezaba a irse a de a pocos.

—Tranquila, estaremos bien. —me susurró Adam al oído, antes de caer dormidos.

Y yo le creía.

Sin embargo, las cosas no parecían ir del todo bien; al menos, no en mí.

El doctor había sido muy claro; no podría concebir de manera sencilla, por el tipo de útero con el que había nacido. Al parecer, mi embarazo anterior, fue casi un milagro producido por mi tierna edad y fertilidad. De manera que, los veintiocho años; en mi caso, no eran muy factibles para quedar embaraza. El doctor explicó, que era muy raro que una mujer joven y sana como yo, no pudiera concebir; sin embargo, mi condición me hacía la excepción.

Adam intentó culpase, pero no se lo permití. Le reiteré, que como el doctor había dicho; el accidente no había cambiado nada en mi cuerpo y que yo había nacido así.

Aquello provocó un gran impacto en nuestro matrimonio; de tal manera, que tuve que asistir a terapia y cuando sentía que la esperanza se me iba y la luz de mis ojos se apagaba, Adam estuvo ahí todo el tiempo.

Fue entonces, cuando en una noche, desconsolados y abatidos por no poder tener un niño con nosotros, nos miramos y decidimos dejar de intentarlo; ya que, había otras maneras de tener un bebé. Así que esa misma noche, nos entregamos en cuerpo y alma de una manera tan voraz y apasionada. Y, en nuestra culminación, lloramos por lo que pudimos haber tenido y ya no se nos era permitido nunca más.

Una tarde de febrero, mientras Adam jugaba con la pequeña bebé de Tracy y Owen, lo miré y ambos lo supimos: algo en mí era diferente. Ya no lucía triste, o decaída; el brillo en mi mirada había regresado, había recuperado el peso perdido y me encontraba más animada, al igual que Adam.

Y una prueba de embarazo lo comprobó.

Dos rayas fueron todo lo que se necesitaron para que Adam me cargara en brazos y en medio de la reunión gritara: ¡Voy a ser papá!

—Te dije que estaríamos bien. —susurró sobre mis labios para luego besarlos, yo sonreí sobre ellos y lo besé aún más.

—Tenías razón.

— ¿Y cuando no la tengo? —bromeó sonriendo.

Una de sus manos descendió a mi vientre aun plano y susurró en mi oído.

Le daremos a Aaron, un hermano.

Los ojos se me llenaron de lágrimas ante sus palabras y asentí de acuerdo. Porque era cierto. Ya que Aaron nunca se había ido de nuestros corazones o nuestra vida, siempre estuvo ahí y lo estará, para fortalecer nuestro amor y el que daremos a nuestro futuro bebé.

¿Quién lo diría? Dejar ir el pasado y avanzar hacia el futuro, a su lado, fue la mejor decisión que pudimos haber tomado... juntos.

Fin.

La Receta para el CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora