10. Los idiotas se dan cuenta

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Resumen

―Ahhh, por alguna razón me dan un poco de envidia ― dijo recostándose en el respaldar de la silla entrelazando los dedos tras la nuca ―. Ya quisiera yo estar de esa forma... aunque no tengo con quien.

Yachi ladeó la cabeza con confusión.

―Pero... ¿Hinata a ti no-

―Sé que tengo una persona que me gusta ― cortó Shouyo ―, pero no sé quién es.

Su amiga lo miró más confundida todavía.

―Espera... ¿Te gusta Kageyama-kun y no lo sabes?

.

.

.

Tenían el punto del partido. Tenían el maldito punto del partido en la palma de la mano. Solo tenían que anotar.

Hinata apretó los puños al lado de Nishinoya y los demás. Todos tensos. Tenía la mirada clavada sobre la cancha, pero no podía tenerla sobre la persona que iba a servir en ese momento. No podía permitirse mirar a Yamaguchi, porque si todos los que estaban en el banquillo estaban nerviosos, seguramente a Yamaguchi le estaba explotando el corazón, y que Hinata le clavara su ansiosa mirada podría perjudicar las cosas. Así que solo era cuestión de esperar y creer.

Se giró a ver a Yachi, que tenía el cuaderno de notas contra su pecho, y temblaba como gelatina. Parecía que ella tampoco quería mirar a Yamaguchi, pero le era inevitable. Sus ojos brillaban y temblaban.

Los jugadores estaban todos tensos también, presionados por los contrincantes de adelante. El Seijo los miraba con ojos hambrientos, deseosos del próximo saque, para interceptarlo, elevarlo, y rematarlo contra los cuervos.

Yamaguchi respiró hondo contra el balón una vez el silbato hubo sonado. Durante los próximos ocho segundos, solo escuchaba el propio latir de su corazón. Lanzó el balón y lo visualizó en el aire.

Si era un tiro certero, ganarían. Si cruzaba la red sin fallar, el partido sería suyo. Porque desde hace cinco servicios que estaba anotando al hilo. Cinco servicios perfectos, y solo faltaba uno, el servicio actual; solo faltaba ese para ganar.

Ganaremos, pensó. Ganaremos, e iremos a las nacionales otra vez.

Fue como si el tiempo se hubiera detenido. Eso le bastó para pensar bien una cosa.

Pensar que los jugadores al otro lado de la cancha estaban demasiado cerca de la red. Y que él mismo había lanzado la pelota demasiado alto. En un ángulo que pare él, era perfecto.

Entonces, sin que nadie lo previera, Yamaguchi empezó a correr. Y antes de que el capitán del Seijo avisara algo ya estaba saltando y golpeando el balón.

Kageyama le había dicho que golpeaba muy despacio a veces, que intentara ser más brusco. Y esta vez lo fue.

―¡Cuidado!

―¡Va fuera!

―¡ES FUERA!

Por una mala predicción de jugadas, nadie se movió a tiempo, y si lo hicieron fue con demasiados titubeos. El balón ya había rebotado contra el suelo.

Y se hizo el silencio. Un silencio que fue por unos segundos, pero pareció eterno.

Entonces el banderín rojo indicó el resultado. El servicio fue dentro. El silbato sonó y el marcador cambió.

Habían ganado los dos primeros sets, pero Seijo había tomado el tercero. Y ahora, con el marcador en 26-28, indicaba que habían ganado el cuarto set.

Los idiotas se enamoranWhere stories live. Discover now