Si había algo que Lexa Woods adorase con toda su alma, era ver cómo, casi como si de una procesión se tratase, las mujeres atravesaban las puertas del infierno y ella se convertía, con razón, en la favorita de Lucifer.
Una tras otra, seducía a chicas ingenuas de buena familia, deseosas de probar lo prohibido e inalcanzable. Y ella no era capaz de negarles nada, más bien todo lo contrario: todo aquello que quisieran, todo aquello que desearan, todo aquello que ambicionaban... cualquier cosa, Lexa lo regalaba. No había nada que no pudiese dar. ¿Por qué negarse, si había sido creada para ello?
Pero en la mayoría de sus conquistas, siempre estaba acompañada por un chico castaño y esbelto, de ojos fríos como el hielo y piel casi tan pálida como la nieve. Eran iguales, perseguían un mismo objetivo. ¿Por qué no aliarse? John Murphy se llamaba, y con su indiferencia y el halo de misterio que le rodeaba, atraía a hombres y mujeres por igual, les arrebataba sus almas, y complacía a su señora con gusto y adoración.
Vagaban por el mundo, buscando las almas más puras y luminosas que pudieran encontrar. Jugaban con ellas a su completo antojo, y lentamente iban alimentándose de ellas, introduciéndose en la voluntad de sus humanos, de sus dueños; la emponzoñaban y simplemente, dejaban que el crimen siguiese su curso.
Y cuando volvían a la realidad y veían el crimen tan atroz y cruel que habían cometido, ya no había solución posible: sus almas ya tenían un nuevo dueño, una preciosa mujer con una extraña fascinación por el rojo, la cual ostentaba el título de señora del Inframundo.
Lexa no era capaz de recordar cuándo empezó con esa espiral de destrucción ajena. Podrían haber sido días, semanas o meses, incluso años... pero se sentía como una eternidad. El tiempo era tan relativo que le arrebataba los recuerdos, y no podía imaginarse otra vida más allá de aquellas diversiones espontáneas y placer momentáneo, culminando siempre con la sonrisa satisfactoria de su señora.
Pero había días en los que no sentía pasión por nada, ni tan siquiera por las almas más puras y luminosas. A veces sentía lástima de aquellos seres tan puros y virginales, tan buenos y amables. ¿Por qué tenía que arruinarles la existencia? ¿Por qué no podía dejar que se fueran al cielo, de donde nunca debieron haber salido? Sentía lástima y dolor, por ver las cosas que les obligaban a hacer.
Al parecer, era la única que sentía tales reparos.
¿Y si era demasiado humana? Había oído historias sobre criaturas mestizas, monstruos creados a partir de un ángel y un humano. ¿Y si ella era producto de tal aberración? Por lo que sabía, los demonios eran incapaces de engendrar; por eso sucumbían cada noche al sexo más animal, salvaje y degenerado, ruidoso y placentero, que podía oírse desde los límites más infinitos del Inframundo. No recordaba su vida, no era capaz de vislumbrar su pasado más allá de unos cuantos años atrás, cuando su único cometido era atraer almas puras para que se rindieran al poder de Lucifer.
Hubo un tiempo en el que ella fue uno de los ángeles de Dios, una de esas criaturas celestiales encargadas de proteger a los humanos de parásitos como ella misma y Murphy, y muchos otros a los cuales apenas conocía. ¿De qué servía el amiguismo en el Inframundo? Ella fue una vez un ángel de luz, pero alguien la corrompió y cortó sus alas, tiñéndolas de negro e impidiéndole volar hacia aquel mundo perfecto e inalcanzable para seres como ella.
Había pensado demasiado. Era hora de actuar.
El nuevo semestre acababa de empezar, y como venía siendo costumbre, era el momento perfecto para escoger las próximas víctimas a las que atraer al lado oscuro. A veces se sentía como si fuese Anakin Skywalker, capaz de matar a unos niños casi indefensos, pero incapaz de hacer nada que repercutiese en Padmé. Aquellos niños eran todos los nuevos alumnos que tenía frente a sus ojos, deseando empezar un nuevo ciclo en su vida, lejos de sus padres y abrazando la alabada vida universitaria. Sus ansias de conocer, sus ansias de recordar, eran su Padmé particular.
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Grey Angel
FanfictionLa lucha entre el bien y el mal ha existido desde tiempos inmemoriales, mucho antes de la existencia de los humanos, cuando el mundo no era más que polvo y ceniza, y Lucifer seguía siendo el ángel favorito de Dios. Pero Lucifer se rebeló y recibió s...