II. Mestiza (parte 2)

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Clarke nunca había estado en un lugar como ese, ni tan siquiera en sus años de instituto. Habían recorrido los pasillos de la facultad, ocultándose de los alumnos, los profesores y los conserjes que pululaban por los pasillos a esas horas, hasta dejarlos a todos atrás y colarse por una última puerta que les separaba de su destino.

Lexa estaba a dos pasos de ella, con una sonrisa burlona en su rostro. Jadeaba por el esfuerzo y las mejillas se le habían teñido de un gracioso tono rosado. Clarke, en su infinita inocencia, creía que todo se debía a haber recorrido la facultad de una punta a otra, sin percatarse del nerviosismo de la otra chica, de la mirada que le dirigía y, sobre todo, del nerviosismo que había empezado a corretear por su cuerpo.

La chica de ojos verdes abrió la puerta sin importarle que el chivato les delatase. Nada se oyó por aquel pasillo, así que supuso que no había pasado nada. Sostuvo la puerta con su mano e invitó a pasar a la rubia con un movimiento de cabeza.

-Nunca había estado en un lugar como éste –dijo entonces, cuando escuchó el cierre de la puerta y los pasos de Lexa acercándose a ella.

-¿Nunca habías estado en una azotea? –inquirió Lexa, tras subirse la cremallera de la chaqueta para resguardarse del frío-. ¿Te dan miedo las alturas? ¡Qué chica tan valiente!

-¡No! –la interrumpió, contagiándose de su particular ataque de locura-. Quiero decir... no aquí, ni en el instituto. Yo sólo iba a clase. Era la empollona del instituto.

-Y lo sigues siendo, ¿no?

-A veces.

Lexa echó a andar por la azotea, cada pocos pasos echaba la mirada atrás para asegurarse de que Clarke la seguía. Y lo hacía, pero siempre quedaba atrás, por muy lento que caminase. Y siempre cabizbaja. ¿Por qué tiene que ser tan retraída? ¿Por qué no me deja disfrutar de esos preciosos ojos azules?, se preguntaba una y otra vez en su fuero interno.

Decidió pararse tras un recoveco, donde estaba segura de que no las encontrarían. A veces, los conserjes y profesores subían a la azotea en un momento de descanso, muchas veces acompañados por su soledad y una caja de cigarrillos a medio acabar.

El sol tibio del amanecer se abría paso entre las nubes que habían descargado aquella mañana, y por primera vez desde que tenía memoria, Lexa envidió a las criaturas de Dios. En el Inframundo, todo era oscuro e infinito, frío e inaudito. Deseó poder recordar su vida anterior, cuando era una criatura de Dios y no un ser corrompido por alguien a quien ni tan siquiera podía recordar. Quería ser alguien digno para Clarke, alguien digno de su estirpe. Deseó estar en el lugar de Bellamy Blake. Deseó no ser la culpable de la pérdida de su inocencia.

-Anoche tuve un sueño –comenzó Clarke, de nuevo con la mirada gacha, evitando cualquier contacto con Lexa-. Más bien era una pesadilla, una pesadilla recurrente que creía que hacía años que había dejado atrás.

» Cuando era pequeña, a veces tenía unas pesadillas que me mantenían despierta toda la noche. Soñaba que me peleaba, a veces con espadas y otras veces a puñetazo limpio, contra unos monstruos horrorosos, hechos de cenizas, carne descompuesta y azufre, dejaban un rastro destructor tras su paso; y yo tenía que pelear con ellos, a muerte. Yo nunca había cogido una espada, un arco o cualquier arma parecida, y sin embargo... en esas peleas parecía como si llevase años, siglos... tal vez milenios luchando contras aquellos monstruos.

Lexa guardaba silencio. Conocía de primera mano esos "sueños", retazos reales de antepasados que les enseñaban cómo luchar, cómo defenderse del encierro e incluso la muerte. Pero Clarke no conocía el mundo celestial, la ancestral lucha entre el bien y el mal; entre los ángeles y los demonios.

Grey AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora