III. El silencio de los enemigos (parte 1)

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Volvía a estar en el suelo. Creía que en el cielo no existía el dolor, pero estaba equivocada. Tal vez fuera porque ella era un ser mestizo y su parte humana sí sentía los golpes que recibía, o tal vez porque aún era una aprendiz que había logrado sobrevivir gracias a la suerte.

Porque los golpes que recibía eran demasiados para alguien que debía estar entrenado.

Lincoln. Así era cómo se llamaba el ángel que le entrenaba. Era un muchacho de tez oscura, pelo rapado y ojos negros. Tenía varios símbolos tribales tatuados en su torso musculado, en sus brazos y en su espalda. Llevaba una túnica blanca atada a la cintura y a los tobillos, que le hacían parecer un ángel exterminador, sobre todo cuando extendía sus alas y bajaba su espada contra Clarke con gran violencia y rapidez.

-¿Un descanso? –Inquirió una Clarke a la que le costaba respirar.

Respirar y moverse, pues le había costado incluso voltearse y no tragar tierra en casa inspiración.

Lincoln se arrodilló a su lado, con gesto serio. Casi parecía que tenía el "no", en la boca, pero en su lugar, se dejó caer y la ayudó a levantarse.

-¿Cómo te encuentras? Tal vez me haya sobrepasado contigo.

"Sí, lo has hecho", pensó Clarke; y lo hubiera dicho, también, si no fuera porque apenas podía respirar. Estaba completamente empapada en sudor, el pelo se le pegaba en la nuca, en la frente, incluso en el pecho y en las mejillas; y su piel tenía un enfermizo color amoratado.

-Tal vez sí – asintió la chica, cuando sus pulmones se dignaron a llenarse de aire y sus labios y su lengua decidieron obedecer sus órdenes de una vez por todas-. Además, ¿por qué tú no tienes ni un rasguño y yo estoy para el arrastre? ¡No es justo!

-Clarke, tú tienes dieciocho años y yo supero los cien – explicó, levantándose. La chica quiso imitarle pero Lincoln se lo impidió-. Eres como un bebé a los ojos de los ángeles, aunque para los hombres seas casi una mujer hecha y derecha. Vuestros bebés sólo saben gatear, llorar, comer y hacerse las cosas encima. ¿Y por qué? Porque su desarrollo está incompleto, son incapaces de controlar esfínteres y no saben comunicarse más allá de llantos y berridos. Necesitan desarrollarse para poder hacer cosas por ellos solos.

-Oh, así que soy un bebé de dieciocho años. Al menos controlo los esfínteres. Eso ya es un punto extra, ¿no?

-En mi defensa diré que muchos llegan a tu edad y no saben ni cómo coger un arma. Tú sabes defenderte, aunque aireas demasiado la espada.

No tenía nada con lo que rechistarle. Así que se mordió la lengua y dejó pasar el tiempo, ese tic-tac que parecía no existir en aquel mundo. Su vista seguía siendo demasiado humana, al igual que su tacto y su aliento. Destacaba por encima del resto, ensuciando la blancura exquisita de aquel mundo infinito y pulcro. Todos se volvían a su paso, ¿quién era esa chica que se empeñaba en ensuciar su tranquilidad día sí y día también?

Clarke se sentía observada, y si los ángeles hablasen aunque fuera un mínimo más alto, podría oír sus cuchicheos continuos, con ella de protagonista. Nunca le había gustado ser el centro de atención, siempre en el fondo de la clase, callada y envuelta en un manto de banalidad que hacía que nadie se percatase de su existencia. Sólo podía mirar hacia el suelo y obligarse a sí misma a mantener la mente en blanco, mientras seguía a Lincoln en su vuelta al templo de los Arcángeles.

Cuando volvía a su casa, siempre era pasada la medianoche. En cuanto su oreja rozaba la almohada, caía rendida a un sueño profundo y, afortunadamente, reparador, aunque oír el repiqueteo del despertador cada mañana era un suplicio muy difícil de soportar.

Grey AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora