III. El silencio de los enemigos (parte 3)

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Había algo que no le dejaba dormir. Eran... golpes, pero no llegaban a su cuerpo. Más bien, como si golpeasen el aire, y el aire fuese una masa compacta que la tenía aprisionada pero sin hacerle daño. Clarke se resistía a despertar, a abrir los ojos, pero finalmente lo hizo.

Toda su habitación estaba a oscuras, al igual que la ciudad. No había ninguna farola encendida, ningún apartamento que señalase que allí vivía alguien. La ciudad parecía estar abandonada, con las calles destruidas y los edificios venidos abajo.

-Es una ensoñación, ¿verdad? – se dijo a sí misma-. Al igual que los golpes.

No, no lo es –oyó a su espalda, pero estaba completamente sola. Sin embargo, reconoció aquella voz-. Hay una lucha entre el bien y el mal. Y sólo nosotros somos capaces de percibir lo que ocurre. La ciudad duerme, Clarke, duerme plácidamente al abrigo de la ignorancia.

-¿Qué debo hacer?

Piensa, Clarke. ¿Qué harías si no supieras que eres un ángel?

"Iría a separarlos y hacerles entrar en razón", se respondió en su fuero interno, no demasiado segura. Tal vez era un demonio demasiado poderoso para aquel ángel que luchaba contra él, pero no podía percibir el asqueroso olor a podredumbre y azufre tan característicos de los demonios. ¿Y si era uno de los demonios mayores, uno de aquellos que seducían a los mortales y les llevaban su alma a Lucifer?

Nunca había visto uno, así que se sentía expectante.

Se vistió completamente de negro, cogiendo su Colada, regalo de su madre unos meses atrás, nombrada así en honor a la espada del Cid, con la que guardaba cierto parecido.

Sus pies se movían a una velocidad sobrehumana, permitiéndole llegar al lugar de la batalla en apenas unos minutos. Se hubiera esperado cualquier panorama, excepto aquél.

La coincidencia no existe, sólo la ilusión de la coincidencia, había oído decir. Mentira. Porque lo que sus ojos vieron echaba por tierra que cualquier casualidad fuese fortuita.

Lexa y Bellamy estaban enfrascados en una batalla, vestidos ambos con ropajes y armaduras romanas, con armaduras propias de otra época y técnicas de lucha que sólo podían aprenderse en un lugar. Pero si aún había lugar para la duda, las enormes alas que salían de los omóplatos de cada uno, callaba la boca a cualquier escéptico.

Ninguno se dio cuenta de su presencia hasta que Colada se resbaló de su mano y chocó contra el suelo, cuando se separaron y se arrodillaron frente a ella, cubiertos de sudor, sangre y tierra. Su lucha había acabado.

Las miradas sorprendidas de ambos era lo único que tenían en común. Se miraron asustados, sin tener ni idea de cómo reaccionar. Lexa quiso huir, aprovechar aquel momento de despiste para desvanecerse y dejar a ambos mestizos solos, no podría competir contra ellos si se unían. No sabía si Clarke tenía el poder suficiente como para acabar con ella, tal vez sí, por lo que había podido ver era una criatura bastante poderosa, a pesar de ser sólo mestiza. Prueba de ello era la espada que llevaba consigo, y que volvía a estar en su mano, agarrada con fuerza y seguridad.

Clarke estaba enfadada, una emoción que pocas veces había experimentado. Y no sabía muy bien cómo actuar. Atacar a Bellamy era algo que en teoría estaba prohibido; y atacar a Lexa era algo demasiado peligroso, aunque partía con la "ventaja" de que ella no podía matarla. No todavía.

Pero se sentía engañada. Su odio no era debido al comportamiento que cada uno mostraba frente a su enemigo, sino que era un odio que traspasaba las barreras del tiempo y de lo irreal. ¿Cómo era posible que no lo hubiera visto antes?

Grey AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora