IV. La nada (parte 2)

1.5K 129 30
                                        



Clarke estuvo ausente gran parte del día. Oía la palabrería de los profesores de fondo, de vez en cuando algún grito de alegría o alguna charla entre el grupito gamberro de la clase. Era algo normal en ella, por ello sus amigos no le prestaron demasiada atención, aunque en los descansos trataban de animarla y ella, bueno, no podía quejarse.

Al acabar el día se escabulló entre la multitud hasta la azotea, algo le decía que debía ir allí. Y, en efecto, no se equivocó.

Sentada sobre el parquecillo de piedras, estaba Lexa, con una pluma y una libreta en la mano. Cuando llegó a su altura, Clarke se dejó caer en el suelo; Lexa no se inmutó. Siguió escribiendo como si no hubiera un mañana, a pesar de la rapidez de su escritura, su caligrafía era fina y delicada, más propia de siglos pasados que del presente. Era una especie de diario, pero lo que escribía en él no tenía nada que ver con lo que había visto en otros similares. Estaba lleno de anotaciones, signos de interrogación y flechas, creando un verdadero puzzle que era incapaz de descifrar.

De inmediato, Lexa cerró el cuaderno y guardó la pluma en la esquina del mismo, girándose y metiéndolo en su zurrón.

-Me he convertido en un ángel gris, Clarke -. Un gesto de asombró cruzó el rostro de la chica rubia, causando gracia a Lexa-. Y gracias a eso, puedo hacer esto. No sabes cuánto he deseado hacerlo, cuánto he soñado con este momento... y ahora que lo tengo en mis manos, en mis labios, tengo miedo de que no sea más que un sueño...

Sin darle tiempo a réplica, Lexa se inclinó sobre la rubia, lo suficiente como para sentir su aliento contra sus labios. Estaba deseando hacerlo, era sólo un simple roce, aquellos labios que tanto había deseado y que habían estado tan prohibidos; y ahora... ahora podría tocarlos, podría probar por fin ese fruto prohibido que le había robado el sueño durante tanto tiempo.

Eran tan sólo unos milímetros. Podía sentir el calor que emanaba de su piel, de sus labios... pero no se atrevía. ¿Tan cobarde era? Tantas batallas, tanta fama... y ahora se acobardaba por la chica que le había robado el corazón sin tan siquiera pretenderlo. Sin embargo ahí estaba, acobardada, pensando en una retirada a tiempo y seguir sufriendo su agonía en silencio.

No contó con que Clarke adivinaría sus acciones y acortó la ínfima distancia que las separaba, juntando sus labios en un casto beso, apenas un leve roce pero que consiguió robarle el alma, el raciocinio y hasta la razón.

-¿Qué es un ángel gris? –inquirió, aún peligrosamente cerca de sus labios-. ¿He condenado mi alma al infierno? Porque si es así, no me importa.

No tuvo tiempo de réplica, pues los labios de Clarke volvían a estar sobre los suyos; buscando, indagando, marcando territorio. Oh, por todos los ángeles, cómo había podido sobrevivir sin aquellos labios. Aunque podía notar la vergüenza sobre ellos, la inexperiencia de la chica, el miedo a equivocarse y no saber qué hacer. Pero para Lexa era suficiente, sentir la delicadeza de sus labios, probar el sabor de su boca. Con un último roce, Lexa se alejó, poniendo el índice sobre los labios de Clarke y alejándola de ella.

Sus mejillas se habían teñido de un gracioso tono rosado, sus orejas estaban casi al rojo vivo y sus ojos, esas preciosas orbes color cielo, eran incapaces de mantenerle la mirada más allá de un par de segundos. La vergüenza invadía a Clarke, y para Lexa no había cosa más adorable que aquella estampa, algo tan tierno y delicado, y por su culpa.

-Clarke, mírame – rogó en varias ocasiones, alzando su barbilla con un roce-. No sabes lo que es un ángel gris -. Ante la negativa de Clarke, no tuvo más remedio que explicárselo-. Se creían criaturas extintas, un mito, algo que existió al principio de los tiempos. Con el tiempo, la gente dejó de creer en ellos, y la línea entre los ángeles y los demonios se volvió algo intransitable. Los ángeles grises no son más que demonios que repudian su propia raza, sus iguales; los demonios se han convertido en criaturas pecadoras y se rebelan contra su señor.

Grey AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora