IV. La nada (parte 1)

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Clarke no daba crédito a lo que estaba escuchando. No podía ser verdad, era una broma. ¿Quién en su sano juicio se fijaría en alguien como ella, tan insulsa, tan invisible, tan inservible? ¿Cómo era posible que alguien como Lexa, que tanto lograba imponer con sólo una mirada, con un gesto, sintiera ese tipo de cosas por ella? ¡Por ella!

Seguro que era una jugarreta, una verborrea para que le perdonase la vida y no le clavase su Colada en pleno pecho. Su instinto le seguía gritando que actuase rápido, que aprovechase su momento de debilidad para matarla y hacer del mundo un lugar mejor. Y las voces cada vez resonaban con más fuerza.

Pero había algo dentro de ella que la mantenía completamente hierática. Casi ni podía respirar. Sus palabras sonaban tan sinceras... Y ya no sólo sus palabras, la oleada de recuerdos que compartían le nublaban el raciocinio. Cómo había estado a su lado cada vez que había pasado una mala noche, cada vez que la había mantenido entretenida cuando los recuerdos de su padre la hacían empequeñecer, el simple sonido de su voz reconfortándola... no podía ser todo teatro, ¿verdad? Nadie puede fingir durante tanto tiempo, ni tan siquiera una criatura como ella.

-Adelante, mátame – Lexa volvía a tener los brazos despegados del cuerpo, completamente a merced de ella-. Ya no tengo nada por lo que luchar. Mátame y harás de este lugar un lugar mejor.

Clarke se acercó a ella con pasos lentos, pesados; llevaba la espada en la mano, y la punta de metal pronto chocó contra el abdomen de la castaña. Hizo un poco de fuerza, sintiendo cómo se hundía en la tierna carne, incluso podía oír cómo la sangre resbalaba por su abdomen.

Mas de inmediato, soltó el arma y dio un paso más hacia delante, quedando separadas sólo por un puñado de centímetros. Podía sentir el cálido aliento de Lexa contra su rostro, teñido de whisky, haciendo que su mente se nublase e incluso le costase quedarse de pie.

Alzó una mano y rozó su mejilla: su piel estaba cálida, tan cálida que casi ardía bajo su tacto, pero su piel no mostraba aspecto alguno de vergüenza. Simplemente sus ojos se habían oscurecido, y el tono verde de sus ojos se había asalvajado, confiriéndole un aspecto que no sabía muy bien cómo describir.

-¿Cómo sé que lo que me has dicho no es una ristra de mentiras? ¿Cómo puedo saber que te has enamorado de mí, que no me estás engañando?

-Con un beso – respondió contra sus labios, rozándolos y enviando un cosquilleo a través de su columna vertebral-. Pero yo no puedo hacerlo.

-¿Por qué? –quiso saber.

-Porque si te besara como tanto deseo hacerlo, te condenaría a pasar la vida en el Inframundo – Lexa se atrevió a rozar su cintura, atrayéndola suavemente. Podía sentir el golpeteo de su corazón contra su pecho, su respiración irregular y el loco viaje de su sangre a través de sus vasos sanguíneos-. Tú no puedes estar en el infierno, Clarke. Eres un ángel. Tu lugar está allí arriba, con los tuyos. Yo no te merezco.

Fue a retirar su mano de su cintura, conocedora de su derrota; pero Clarke fue más rápida y la obligó a dejarla allí. Besó su mejilla adolorida, producto de la pelea que horas antes había tenido con Bellamy, dejando sus labios más tiempo del necesario.

-¿Me hubieras besado si no te hubieras peleado esta noche con Bellamy?

-Por mi propio deseo, sí; pero ya sé que no puedo hacerlo. Tengo que conformarme con besos en la mejilla, aunque guardaré cada recuerdo como si fuese oro.

-¿De verdad me quieres? – volvió a preguntar, insegura. Necesitaba oírlo de sus labios, ahora que parecía ser consciente de sus palabras.

-Sí –respondió a secas-. Te quiero. Y espero que algún día puedas corresponderme. Tu corazón ya es mío, pero falta lo más importante – dejó un beso en su frente, rozando sus labios mientras hablaba-, tu mente no se fía de mí. Somos enemigas, Clarke. Debes confiar en mí. Y cuando lo hagas, seré tuya hasta que mi corazón decida dejar de latir.

Grey AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora