Capítulo tres

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(Lara)

Mi corazón comenzó a palpitar con una fuerza desmesurada, observando cómo toda la muchedumbre de personas que antes habían estado a mi alrededor desaparecían en un abrir y cerrar de ojos de la habitación.

Me elevé del sillón con la mayor torpeza posible, tomé entre mis manos la chaqueta que anteriormente me había quitado y comencé a encaminarme a la salida ; percibiendo al mismo tiempo que la música se había detenido por completo.
Inspiré lo mejor que pude presionando los párpados por una mínima cantidad de segundos con el mentón en alto, enfocando mi atención en el suelo para no caer de bruces y salir cuánto antes de aquel sitio ; teniendo apariciones fugaces en mi mente sobre la cantidad de tiempo que pasaría en la comisaría si la policía volvía a encontrarme en un ambiente como éste.

Comencé a dar unos cortos pasos los cuáles demostraron lo ebria y drogada que me encontraba ; colocando mis manos sobre la pared rosa del pasillo que, de a poco, me llevaron hacia el portal de la parte trasera de la casa. Al llegar al patio verifiqué el que no hubiera ningún policía, y me dirigí con algunos tropiezos a la cerca perimetral que para mi suerte no era muy alta, facilitándome el proceso de treparla y saltarla hacia el otro extremo.
Al momento de aterrizar no pude evitar caer de rodillas contra el suelo atestado de pequeñas piedras, provocando magulladuras que no tardarían en ponerse de un rojizo muy cercano al violeta. Gemí levemente tratando de no darle mucho interés, y me escabullí por el patio de la casa contigua a la de la fiesta hasta toparme con un arbusto. Me acurruqué detrás de el cerciorándome que hubiera suficiente oscuridad para no ser vista ; dándome el tiempo para marcar el número de Noah que, por supuesto, jamás contesto.
Tras el quinto llamado maldecí en voz baja, culpando hasta al más mínimo demonio por haberme alejado de mi amigo durante el transcurso de la fiesta.

— Tendremos que hacer una inspección en las casas de la zona, señor —levanté la vista, oyendo de manera tenue la conversación de los policías al otro lado de la cerca —. Hemos encontrado marihuana y cocaína en dos de cinco habitaciones.

Presioné los labios junto con mis puños a sabiendas que de ahora en adelante debería arreglármelas por mi cuenta. Por lo tanto, tras darle un rápido vistazo a la casa vecina que parecía estar vacía por sus paredes agrietadas y su poco mantenimiento ; me encaminé sigilosamente a la puerta trasera aún a gachas, continuando un camino a oscuras que no me molestaría en seguir.

Tenía un plan.
Me quedaría allí el menor tiempo posible, hasta que la masa de guardias se fuera de la propiedad  y me permitieran ir a mi departamento sin la interrupción de departamentos policiales y esas estupideces.

Tragando saliva de forma costosa posé mi mano derecha sobre el pomo grisáceo, y la abrí con un leve rechinido.

Nadie en su sano juicio dejaría los portales abiertos durante la noche, por lo que comencé a creer que mi teoría sobre la casa abandonada era acertada.

Entré a las instalaciones con pasos lentos que no detuvieron aquella gran adrenalina que sentí por lo desconocido. Mi respiración era lo único que podía llegar a oír tras tanto silencio y oscuridad. Hasta que, con la mala suerte que llevo apegada desde que nací ; choqué contra un objeto vidriado que no logré identificar, provocando que se partiera en mil pedazos sobre el suelo.
Pegué un brinco por la sorpresa de aquél sonido, haciendo que uno de aquellos fragmentos rotos se encarnará en mi zapato.

Gemí en casi una exclamación con la luz de la habitación haciéndose presente a mi paso, seguido de un grito de una persona ajena que en ningún momento había visualizado.

— ¡Diablos! — exclamé con el entrecejo fruncido severamente, con un dolor punzante en mi pie que segundos antes hizo que cayera rendida al suelo— ¡No grites!

¡No Grites! [REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora