Capítulo cuarenta y dos

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(Lara)

Mis ojos se quedaron fijos en el calendario que era el único objeto que ocupaba la pared rojiza pálida de mi habitación.

Siete meses con catorce días.

Ese era exactamente todo el tiempo que llevaba en Kentucky... y realmente seguía tan abrumada como aquél último día en el que decidí liberar a Noah y besar a Kayden.
No lograba entender cómo todo había sucedido de forma tan rápida.

— ¡Lali! —me llamó por detrás de la puerta uno de mis hermanos, chocando su puño contra la madera de la misma para luego abrirla con cuidado— ¿Qué estás...? —el castaño se quedó tieso al mirarme, para luego dirigirse a mi lado con lentitud y acomodarse en el sofá observando el mismo punto que yo— Sigues pensando en eso, ¿verdad?

Asentí, finalmente chocando mi vista con la suya.
Aquellos orbes cafés me habían proveído más confianza y seguridad que la que había recibido en bastante tiempo.

— Quedan dos días para el cumpleaños de Ethan, Kian —murmuré, ya sabiendo por su mancha de nacimiento justo por debajo del mentón que se trataba de el—. Y será el primero de muchos en el que él no esté presente.

Kian extendió su brazo sobre mis hombros, dándome un pequeño apretón.

— Para cuándo ese día llegue, yo estaré allí para apoyarte —le dió un rápido vistazo al calendario, para luego volverse hacia mí—. Además, pienso comprarte uno que otro peluche para que no andes de llorica todo el día.

Una risa fingida escapó de mis labios al oír sus palabras, con su gran cuerpo colocándose frente a mis ojos mientras extendía su mano izquierda.

— Recordando a lo que vine ; debemos ir al patio, hermanis —continuó, logrando que recordara la cena familiar que allí ocurriría.

— Bajaré en un momento ; sólo deja que termine de alistarme —sonreí falsamente, logrando que sus manos sacudieran mi cabello castaño. Luego, sin agregar nada más, Kian se largó de la habitación como una rápida ráfaga de viento.

En cuánto oí la puerta cerrarse caí rendida nuevamente sobre el sofá, tan cansada de mí misma que un extenso suspiro escapó desde lo más profundo de mi vientre.

Desde el primer día en que llegué a ésta jodida casa mis padres, Tom y Sarah, me recibieron con los brazos abiertos tras un año y medio sin haber tenido ningún contacto con ellos.
Pero claro... el ameno recibimiento no duró mucho.

Mis atuendos, mi cabello rubio, y las actitudes distantes que tenía durante los primeros días los incitaron a charlar conmigo y darme ciertas "reglas" que debía seguir al pie de la letra si es que quería continuar conviviendo en ese hogar ; sin nisiquiera inmutarse de preguntar sobre lo sucedido con Ethan o de qué me había mantenido durante todo ese maldito tiempo. Simplemente... no les importó.
Por lo que tuve que elegir el camino fácil y cumplir con lo que me pedían, casi sintiendo que estaba dando un paso atrás a mis ideas de odio contra el aspecto que tenía en ese momento.

Cabello castaño, sin fumar nisiquiera un maldito cigarro, atuendos con colores femeninos -para mantener el buen aspecto que ya tenía la familia- y que los tratara por cómo eran. Mis padres.
Convirtiéndome en la "hija perfecta" que habían perdido, ignorando que mi personalidad había cambiado y que nada podría volver a ser como lo era hace un año y medio atrás.

Pero qué más da, estaba sola y ellos... ellos eran lo único que me quedaba.
Por más que aún no perdonase la decisión que tuve que tomar hace un año y medio por su culpa, ni la poca atención que me otorgaron desde pequeña ; al fin y al cabo, eran mi familia.

Tragué saliva deseando un cigarrillo entre mis labios, colocándome los zapatos de tacón negros para luego darme un rápido vistazo al espejo que se encontraba a una esquina de mi habitación.
Aquél aspecto tan... perfecto era el que había tratado de evitar en Nueva York, pero que aquí era imposible de negar. Debía mostrarme de una forma que no era mía. No era yo.

Abrí la maldita puerta de madera sintiendo que mi corazón se comprimía al saber que estaba viviendo en una total mentira, para luego dirigirme de a poco al primer piso de la mansión en busca del jodido "patio" que se entendía más por un parque por el gran tamaño de éste. Al ya estar en el living con aquél gran sofá y sillón que posiblemente habían costado vários miles de dólares, me encontré con Lander y Sarah, los cuáles llevaban una acalorada conversación hasta la interrupción de mi llegada.

— ¡Oh, querida! —exclamó mi madre, acercándose a mí para arreglar mi vestido rojizo en algún que otro pliegue— Yo debería haber elegido el vestido que usarías... éste te hace ver bastante rellena.

Jamás oiría a mi madre diciéndome "buen día" "¿cómo amaneciste?" "¿dormiste bien?". Sus recibimientos desagradables eran siempre los mismos.

— Yo creo que le queda muy bien —comentó Lander a sus espaldas, logrando que Sarah se volviese en su dirección con aquella expresión disgustada que recibías cuando le dabas la contra.

— No mientas, cariño —Sarah volvió a girarse, acomodando unos mechones de mi cabello sin ninguna expresión de mi parte—. Le harás creer que es cierto, y no es así —me sonrió falsamente, sacudiendo las manos—. Como sea, Connor está esperando fuera con tu padre y Kian ; así que intenta comportarte como una dama y logra algo positivo con ésto, ¿de acuerdo? Que sueles comportarte como un muchacho y eso le desagrada a cualquiera.

Elevé las pupilas al cielo sin rechistar, a sabiendas de que por más que lo hiciera no obtendría nada de ello. Por lo que me dirigí hacia las puertas corredizas de vidrio que daban paso al jardín ; teniendo una maravillosa imágen de mi padre junto a los dos muchachos riendo sobre algún chiste que alguno había contado.
Connor, el niño rico de cabello rubio natural, fué el primero en voltearse por mi llegada, seguido de mi hermano y luego de mi padre.

— ¡Y es que al fin llegaste! —exclamó Tom, acercándose para colocar su mano en mi hombro— Connor, te presento a Lara.

Ambos nos dimos un beso en la mejilla,  de la misma forma en que lo había hecho con los dos muchachos anteriores que mis padres me habían presentado.

— Un gusto —dijimos al unísono, recibiendo una risa de Kian.

— Yo y Kian iremos a ver cómo continúa la comida, ¿de acuerdo? —dijo mi padre, acomodando su esmoquin con una sonrisa al tener intenciones de dejarnos a solas.

Asentí, para luego percibir que mi padre presionaba mi hombro y se acercaba al oído para susurrarme diez simples palabras que tocaron lo más profundo de mi corazón.

— No me avergüences más de lo que ya lo haces.

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¡No Grites! [REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora