Indicios

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Despertó escuchando unos quejidos vagamente conocidos, era sábado por la mañana, o eso creía... las luces de la calle se asomaban por la ventana de su habitación... encendidas. Y esos quejidos se convirtieron en el sonido de algún líquido cayendo violentamente.

Dio un bostezo, enojado, y notó que era el único en la cama. Sus ojos se pasearon a la silla de ruedas, igualmente vacía, luego al piso, donde la mordaza que le había dejado al esclavo en los ojos estaba tirada.
-¿Quién te dio permiso de hacer lo que se te viniera en gana, animal? – Bufó, creyendo entender lo que sucedía.

Se levantó de mala gana, dirigiéndose entonces al cajón donde ponía las cosas para castigar al esclavo, sus se iluminaron a través de la oscuridad al encontrar su látigo favorito. - ¡¿Dónde estás?!

Los ruidos procedían del baño, la puerta cerrada, y la luz encendida indicaban la presencia de alguien en su interior, de una patada la abrió, asustando al chico que apenas y se ponía sostener para no dar de lleno contra el escusado.

-¿Por qué no contestaste? – Dijo Logan con severidad, a sabiendas de que sólo eso bastaría para asustar al menor.

-Y...yo... - Una bofetada estuvo por tumbarle, el amo lo retuvo por el pelo, chocándolo entonces contra las baldosas que decoraban la pared.

El amo paso la suave y lacerada piel con el cuero del látigo, casi en una caricia. Sus ojos se fijaron en el contenido del retrete antes de golpear al aterrado esclavo con fuerza.
-Saliste de mi habitación sin pedir permiso – Dijo, dándole un golpe nuevo por cada falta. – Te quitaste la venda cuando específicamente lo tenías prohibido, entraste a otra habitación sin consultarlo y encima con la puerta cerrada y la luz encendida – Quizá había dado unos cuantos latigazos extra mientras hablaba; la espalda frente a sí estaba sangrando, con nuevas marcas en ella. - ¿Algo que decir en tu defensa, zorra?

El esclavo presionó su frente contra la pared, no lo había hecho con intenciones de molestar, sólo estaba mareado, quería vomitar y eso muy probablemente habría provocado un castigo mil veces peor de haberlo hecho en la cama de su amo. Esa sería su defensa, pero estaba tan aturdido y atemorizado que lo único que salió de sus labios fue un nuevo grito de dolor por el siguiente golpe.

-¡No tienes derecho a gritar! – Negó el amo, pegándole de nuevo. Lo giró bruscamente y le dio un golpe con el puño en la cara. – Tú eres mío, te lo dijeron las personas que te trajeron a mí, te lo dije yo cuando llegaste hace dos años... - Tomó la barbilla del esclavo – No puedes hacer nada sin mi permiso, ni moverte, ni hablar, ¡NADA!, ¿y esto? – Lo jaló para que viera el vómito que aún estaba en el retrete - ¿me pediste permiso para hacerlo?

El esclavo respondió en un susurro, recibiendo otro golpe en la cara, tenía que hablar más alto... sollozó, bajando la cabeza para no ver esos ojos marrones que tanto le intimidaban. – No... no le pedí permiso...

Logan levantó el látigo, notando que el menor se encogía de miedo. – Agradece que ya lo hiciste y que me da asco, sino te obligaría a tragártelo por haberme despertado a estas horas.

Este asintió, más no se destensó hasta que su amo hubo descargado el retrete y salido de la habitación, apagando la luz. Entonces lo observó salir de vuelta a su cama, ordenándole que lo siguiera.

El sol comenzaba a asomarse por la ventana, qué manera de despertar, pensaba, seguro de que no podría pegar un ojo lo que quedaba de tiempo antes de que el sol terminara de subir. Se fijó, pues, en el esclavo que a paso lento le seguía. En serio que esa mañana se encargaría de hacerle pagar.

...

Ya era la tarde del sábado, se masajeó el hombro, viendo al flacucho esclavo en el piso semi inconsciente. Dejó caer el látigo de tres colas en el buró y pateó al otro.
-Ven – Le ordenó.

¿Tu dolor o el mío?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora