Vacío

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Sí, su amo le había dicho que no le esperara para comer. Pero... ¿por qué no hacerlo? A decir verdad, él no tenía mucha hambre.
Veía la cacerola con comida que había preparado y los platos que había sacado, prefería esperar a su amo y pasar tiempo con él, que le dijese la razón de su tardanza, escuchando tal vez algunas quejas o, en su defecto, que el mayor hiciera todas esas cosas que había empezado a hacer de un tiempo para acá, con sus abrazos o besos sorpresivos.

Volvió a sentarse en la silla, pasando una mano por el vientre que parecía no parar de crecer. Esos no parecían ser los pensamientos de un esclavo, estaba muy consciente de ello, ¿entonces por qué seguía pensando así?
¿Por qué empezaba a añorar así la presencia de su amo? ¿O se estremecía sin miedo ante su cercanía?

Era como si el ser cruel e impulsivo hubiese sido un ente que había abandonado la habitación, dejándole a la persona maravillosa que era el castaño, la persona que no paraba de sorprenderle con algo, que le hacía reír y sonrojarse, que le hacía... querer sentirle, escucharle, conocerle...

Pero eso no era más que una mentira. Y él había caído tan fácilmente.

No sabía cuánto tiempo llevaba llorando, pero sus ojos dolían casi tanto como el resto de su cuerpo, no se atrevía a levantar la mirada; con escuchar esas risas le era suficiente.
En medio de su dolor, Emett se hizo un ovillo, cubriendo su vientre con más fuerza al notar que esos monstruos se acercaban de nuevo.

-¿Creen que haya tenido suficiente? – Preguntó uno de los entrenadores; el esclavo al que habían ido a "disciplinar" ya casi no se movía ni suplicaba tanto, sólo lloraba en silencio, encogiéndose más en el charco de sangre que salía de su propio cuerpo. Chasqueó la lengua.

-No tienes nada de qué preocuparte – Negó otro, encogiéndose de hombros. – Ellos fueron bastante claros al decir que no tuviéramos ningún miramiento por el engendro.

Aquellas cosas dolían, pero llevaba un buen rato escuchándolas, si a ello le sumaba el hecho de que el trío de hombres que se lo decían no eran ni más ni menos que los mismos que le habían entrenado hacía varios años, se le hacía un poco más fácil el aminorar el dolor.

Aunque... también le hacía más fácil el creer lo que le decían... después de todo, fueron ellos los que lo prepararon para ser el esclavo del joven Logan Laferty.
Cerró los ojos con fuerza, sintiendo más lágrimas descender por sus mejillas. Todo el cuerpo le punzaba de tantas maneras.

-Entonces hay que llamarle para decirle que terminamos. – El tercer entrenador opinó en tono neutral, sacándose el teléfono para buscar el número.
El señor Louis había sido claro al decir que evitaran decir en frente del esclavo su nombre, que dijeran que quien los había mandado a disciplinarlo había sido el joven Logan y nadie más que él.
Al principio no comprendía la razón, pero ahora estaba muy clara.

La expresión desolada de esa putilla lo decía todo.

"Te lo creíste" Se recriminaba. Alcanzó a escuchar cuando los entrenadores llamaban a su amo para avisarle que habían terminado por el momento, su mente viajó a cuando llegaron, sacándole más de esos desconsolados sollozos.

-¿En unos minutos llega? – El esclavo se estremeció por la noticia. Ya no quería verle, no después de ese juego al que le había prometido que no estaban participando. Ese juego del que no había querido saber nunca. – Oh, bueno. ¿Le importa si nos vamos antes? Digamos que... tenemos algo más que hacer.

-Está bien. – Louis suspiró desde su lado de la línea. No se había movido de la ventana, por lo que pudo divisar un taxi que iba acercándose al edificio, seguido de la figura del que suponía, era su primogénito, correr hacia el vehículo. – Dense prisa antes de que llegue. ¿Cómo está la sabandija?

¿Tu dolor o el mío?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora