Berlín (Editado)

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Luego de montar una escena, mi padre me obligó a subir a la parte trasera del auto y él se dispuso a conducir, sin decir una palabra más. Mientras nos alejábamos y las lágrimas caían irrefrenablemente por mis mejilla, veía a lo lejos como los policías esposaban a mi primer amor, hasta que mi padre dobló por una calle y lo perdí de vista, así que solo recosté mi cabeza por el vidrio y cerré los ojos esperando, sin exito, poder dejar de llorar. En mi cabeza, como misiles, aparecían imágenes de Thomas en diferentes situaciones, sus palabras, las cosas que me dijo momentos antes de que irrumpieran en el departamento... aún sentía el sabor de sus labios sobre los mios. 

Llegamos a casa luego de varias horas de viaje, mi padre bajó del auto, me abrió la puerta e incó su mirada dura y fija sobre mi, se notaba a la legua que no tenía ninguna intención de dejarme escapar nuevamente y no me perdería ni un segundo de vista. De mala gana, aún llorando en silencio y con los ojos inyectados en sangre bajé del auto y me dispuse a entrar. Cuando estaba subiendo las escaleras para ir a mi habitación escucho la voz de mi padre, por primera vez desde que salimos de Nueva York. 

-¿Por qué haces todo esto Francine? ¿Qué ganas?

¿De verdad me estaba hablando? ¿De verdad se dignaba a dirigirme la palabra luego de haber hecho lo que hizo? No podía creer estar oyendo su voz, me di vuelta temblando levemente, las lágrimas que en un principio eran de dolor, ahora eran de rabia, de odio. 

-¿Qué que gano me preguntas? – Estaba gritándole, nunca le había gritado a mi padre – Felicidad, vida, aventura ¿conoces tú, acaso, esas palabras? No lo creo, ya que nunca en tu jodida vida has pasado más de un día en casa sin que tus estúpidas empresas se interponga en nuestro camino ¿sabes, si quiera, lo que es para una adolescente estar el día entero encerrada en su habitación, sin amigos y sin que su padre, que por cierto es la única familia que tiene cerca, se preocupe un céntimo por ella? Porque tú, padre, que te crees tan perfecto y con una vida tan digna, no te das el mínimo tiempo para compartirlo con tu hija, ya ni siquiera tienes que trabajar, sabes de sobra que tenemos dinero para mantenernos toda la vida, pero lo que tú tienes es hambre de poder ¿que más quieres comprar? ¿no eres ya el dueño de un cuarto del país? pero yo, en cambio, yo ¿alguna vez te dije algo? ¿Te reproché algo? Siempre aprobé tus decisiones y nunca me quejé de nada, ni siquiera de que el mínimo tiempo que estás en casa lo prefieras ocupar durmiendo, ya que estás muy cansado por trabajar todo el día y luego cuando al fin quiero hacer algo por mi misma, que no pone en riesgo ni siquiera mi salud, que es con una buena persona ¿Qué haces? me lo quitas, recuerdas que te preocupas por mi, ¡Dime ¿Que carajos te cambia a ti que yo no esté en casa?! ¡Si al fin y al cabo tu tampoco estas nunca! ¡Te odio padre y esto nunca te lo perdonaré!

Terminé de subir las escaleras corriendo y llorando, dejando a mi padre atrás con una cara que era un poéma, estaba anonadado, sin palabras y por primera vez no me importó, me sacó lo único que había querido realmente en todos estos 17 años de vida a parte de mi familia, me lo arrebató sin anestesia, de un tirón ¿y para que? Para volver a dejarme sola en casa ni bien salga el sol.

Entré a mi habitación a oscuras, me quité lo que llevaba puesto a quedándome solamente en ropa interior y me metí entre mis sabanas, estuve un largo rato llorando y recordando... hasta que por fín pude dormirme.

En el momento que abrí mis ojos, algo pegados por tantas lágrimas secas, vi a varias de las mujeres que trabajaban en mi casa tomando mi ropa y guardándolas en bolsos, sin mi consentimiento.

¿Qué hacen? – Les exigí saber.

Ellas no contestaron, solo siguieron haciendo su trabajo.

¡¿Acaso son sordas?! – Y seguí sin obtener una respuesta, por lo visto tenían una orden y estaban dispuesta a seguirla al pie de la letra.

Dulces AdiccionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora