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Después de dejarla sola y confundida en las escaleras, Ji Nah se palmeó las mejillas para despertarse de su propio estupor, sostuvo con firmeza de sus papeles y carpetas y siguió su camino hasta el piso donde se encontraba su oficina. Una vez allí, se encerró durante el resto del día, excepto cuando tuvo que formar parte de la junta directiva. Ocupó su mente en sus tareas diarias y en la lectura profunda de la investigación de su madre, a pesar de que aquello resultase inútil porque sabía que no podría encontrar más de lo que ya había descubierto. Sin embargo, era su única escapatoria para no perderse en el recuerdo de ese momento en la escalera junto a Young Jae.

El muchacho hizo lo posible para evitar cualquier tipo de contacto, incluso el visual, y se lo agradecía, pero le era difícil mantener su mente bajo control. Para él debe ser sencillo, admitía para sus adentros cada vez que lo veía. Con esa apariencia, debe tener muchas mujeres hostigándolo. ¿La consideraría a ella parte de ese grupo? ¿Una mujer desesperada? ¿Una molestia? Incluso si era su trabajo cuidarla y seguirla, ¿le sería un fastidio siquiera estar obligado a ser amable? ¿Se mantenía a sí mismo alejado porque le era pesado tener que proteger a una adulta de veintisiete años? Un hombre como él viviendo bajo el mismo techo junto a tres mujeres, ¿quién disfrutaría de ello? Pero Young Jae lo soportaba. Debía soportarlo. De otra forma, ¿cómo podría acercarse lo suficiente a Chang Ho Pyong para obtener su venganza? Su voluntad es fuerte, quizás más que la mía.

¿Cuántas veces había estado a punto de abandonarlo todo y escapar del mundo donde se había impuesto entrar para obtener respuestas acerca del asesinato de su madre? ¿Cuántas veces se quedó sentada por su cuenta dentro de su coche, estacionada frente a la estación de trenes o hasta el aeropuerto? ¿Cuántas veces quedó con la mano en la perilla de la puerta que la dividía de comprar un boleto y largarse lejos, a un lugar donde nadie pudiese encontrarla? Un lugar donde no debería esconder su dolor interior. Un lugar donde no debería ocultar sus síntomas y podría sufrirlos con naturalidad. Tal vez incluso podría dejarse llevar por la desesperación que sentía por las noches y llorar hasta quedarse dormida. ¿Cuándo fue la última vez que pudo hacer eso? Tirarse al suelo y llorar. Con el paso de tantos años, doce exactamente desde que supo que estaba enferma, llorar le parecía un gusto que no podía concederse. Era su deber mostrarse invencible para poder infundir miedo a sus enemigos. Dejar caer una simple lágrima ya sería dejarse llevar por un placer prohibido. Yo también puedo controlar mis verdaderos deseos, se repitió a sí misma con decisión. Al igual que Young Jae.

Por esa razón, Ji Nah se concentró por el resto del día en su trabajo, incluso disponiéndose a adelantarse en proyectos que todavía tenía meses de preparación sólo porque no quería distraerse en cualquier otro asunto. Buscó excusas para no tener que toparse con Young Jae, quien se mantuvo del otro lado de la puerta de la oficina cada segundo. Podía distinguir su sombra desde el interior a la perfección. A veces se preguntaba de dónde habría aprendido aquella actitud tan alerta que le permitía estar siempre un paso por delante de los demás, como si pudiese predecir el futuro. Era un hombre imposible de sorprender. ¿Dónde habría aprendido todo aquello? Podía apostar que ninguna academia de policías o artes marciales podía enseñarle todo lo que ese muchacho sabía. ¿Cuál sería su secreto? Lo que sea que fuese, por lo poco que había presenciado de él luchando, sin duda le funcionaba. A diferencia de ella, que había pasado por distintos profesores de artes marciales de defensa personal, como era el aikido japonés, krav magá israelí y el jiu-jitsu brasilero, sin contar sus peleas de adolescente cuando sólo podía meterse en problemas. ¿Será problemático pedirle que me enseñe?

- Ji Nah-ssi – la despertó la voz de Hye Jung por el teléfono que la conectaba a su asistente.

- Ne.

Wolf Knight [Ji Chang Wook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora